El errar del padre
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
Colección Ciencias Sociales y Humanas
Editorial Universidad de Antioquia®
Colección Ciencias Sociales y Humanas
© Herederos Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
© Editorial Universidad de Antioquia®
© Carolina Forero Tovar, motivo de cubierta
ISBN: 978-958-501-042-0
ISBNe: 978-958-501-013-0
Primera edición: noviembre de 2007
Segunda edición: marzo de 2022
Diseño de cubierta y diagramación: Imprenta Universidad de Antioquia
El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión de la autora y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. Los titulares asumen la responsabilidad por los derechos de autor y conexos contenidos en la obra, así como por la eventual información sensible publicada en ella.
Hecho en Colombia / Made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia
Editorial Universidad de Antioquia®
(57) 604 219 50 10
editorial@udea.edu.co
http://editorial.udea.edu.co
Apartado 1226. Medellín, Colombia
Imprenta Universidad de Antioquia
(57) 604 219 53 30
imprenta@udea.edu.co
A las mujeres colombianas,
quienes contra todas las formas
del terror defienden la vida y la
reclaman en la muerte misma
La autora
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
(Medellín, 1954-2019)
Una de las pioneras del feminismo en Colombia, es autora de los libros Los hijos de la Gran Diosa. Psicología analítica, mito y violencia, Las vírgenes energúmenas y El errar del padre, publicados por la Editorial Universidad de Antioquia; de la novela Mientras el cielo esté vacío (Editorial Eafit) y de ensayos compilados en el volumen de homenaje Creer llorando. Feminismo, poder e imaginación.
Prólogo
Cuando leí El errar del padre dos imágenes vinieron de inmediato a mi memoria. La primera es la de una fotografía ampliamente divulgada entre quienes nos hemos acercado desde el rigor de la academia al fenómeno lacerante del desplazamiento forzado en Colombia, a la errancia de miles y miles de personas sacadas a la fuerza de sus mundos, lanzadas a la incertidumbre y al abandono de un exterior lleno de riesgos, de dolor y de pérdidas. La fotografía muestra a una niña campesina de la región de Urabá que transita por un camino de abrojos y de árboles centenarios conduciendo a su abuelo, un hombre viejo, delgado, enjuto y encorvado, que pone su mano nudosa sobre los hombros de la niña y se deja conducir, pues parece que es ella quien sabe hacia dónde van.
Esta es la imagen contemporánea de la huida, de la marcha obligada por caminos interminables para llegar a ninguna parte, del exilio forzado de niños, ancianos y mujeres que cargan el peso de una culpa genérica, descargada sobre ellos por los señores de la guerra al señalarlos como la encarnación del mal, acusándolos de ser auxiliadores de la guerrilla. Esta niña y su abuelo son la representación del desastre humanitario de la guerra, del despojo, de la ignominia, y con su errancia infinita evocan a esa otra niña robada, a la Antígona de la tragedia clásica que conduce a Edipo, su padre ciego y atormentado, por los caminos inciertos de la desdicha, desde que se cierran para ellos las siete puertas de la ciudad de Tebas.
La segunda imagen es la de las suplicantes, esas mujeres de negro que se reúnen cada semana en el atrio de la iglesia La Candelaria de Medellín para reclamar por sus hijos desaparecidos, para preguntar por qué se los llevaron y quién puede dar razón de los que se fueron sin dejar rastro, dejándolas sin el consuelo de un cadáver y con un duelo suspendido e incompleto, pero perpetuo; quieren saber dónde quedaron sus huesos para sepultarlos dignamente, de acuerdo con lo que mandan sus creencias religiosas y las leyes de la vida y la naturaleza.
Esas suplicantes modernas constituyen la representación contemporánea de aquellas que le reclamaron a Creonte los cadáveres de sus hijos muertos en la guerra para sepultarlos según los ritos funerarios de la Grecia antigua, tal como lo había hecho Antígona con el cuerpo muerto de su hermano Polinices, a quien sepultó desafiando las leyes de los hombres, pero en nombre de esas otras leyes de la vida inscritas para siempre en los cuerpos y las mentes de las mujeres, esas otras excluidas y subyugadas desde cuando se impuso el orden de los nuevos dioses y se configuraron las convenciones de la cultura en el mundo occidental.
Esas dos imágenes son las que abren y cierran el texto escenificando la eterna repetición, ese círculo infernal de la guerra y de la muerte, ese presente perpetuo de antes y de ahora, del mito y de la historia, que reproduce con otros sujetos, en otros siglos y en diferentes entornos socioculturales los mismos dramas de niñas robadas y ancianos agobiados por el dolor y la culpa, las mismas súplicas dolientes de mujeres que reclaman a los gobernantes por sus hijos perdidos en la noche y la niebla; la misma enemistad entre hermanos que disputan por el poder en la polis, fundando sobre el fratricidio el orden de la política, así las luces destellantes de la Ilustración oculten las tramas de sangre y muerte sobre las que se levanta el Estado moderno.
La modernidad, con sus promesas de orden, equilibrio, seguridad y paz no logró romper el círculo de la violencia y la guerra, del desarraigo y del abuso, y en lugar del Leviatán benevolente y magnánimo construyó un monstruo que empezó persiguiendo a los desobedientes, a los insurgentes, a quienes no se plegaban a las leyes instituidas, y terminó por devorarse todo, hasta sus propios hijos.
La profesora Marta Vélez recrea en su texto el trasegar del rey Edipo y de su hija Antígona; los sueños proféticos del primero, que le muestran a ese descifrador de enigmas lo que le acontecerá a un mundo empeñado en despojar a los seres humanos de sentimientos y deseos, convirtiéndolos en cosas, en objetos prescindibles, fácilmente sustituibles y reemplazables, atados a esa maquinaria brutal de dominio y subyugación. Las pesadillas de Edipo en su errancia desesperada le permiten situarse en los campos de exterminio, en el Auschwitz contemporáneo, y observar con su mirada ciega lo que ocurre cuando se lleva al extremo la racionalidad instrumental, rigurosa y sistemáticamente aplicada, para destruir lo que hay de humano en las personas, preguntando con Primo Levy si a esos despojos que deambulan por los campos de concentración se les puede llamar hombres.
Pero, al mismo tiempo, se da lugar al encuentro de Antígona con Medea, la sibila que conoce los misterios de la vida y la feminidad, la sacerdotisa sabia que aún conserva el saber oculto de la diosa madre (brutalmente abolido por los guerreros de la estirpe de los Labdácidas) y quien inicia a la niña-mujer en los misterios del cuerpo y los sentidos, develándole, también, la historia trágica de su saga familiar; iniciación-descubrimiento, revelación de misterios, ruptura de silencios y de olvidos que le permitirán a Antígona descubrirse, y a ambas sanarse de sus antiguos dolores y reencontrar, por caminos diferentes, el sentido profundo de la existencia humana.
El encuentro entre las dos mujeres, ese saber transmitido por la línea femenina, es una clave para descifrar otro enigma o, al menos, otro interrogante frente a las maneras siempre renovadas y valerosas que tienen las mujeres para enfrentar la devastación en los tiempos de las guerras. Siempre me he interrogado por ese papel protagónico que asumen ellas frente al drama continuado de la errancia y del desplazamiento forzado. En Colombia, son las mujeres, aparentemente débiles e inexpertas, las que se enfrentan a poderes inmensamente superiores en fuerza y en recursos bélicos, las que tienen el valor de denunciar los atropellos de quienes subyugan a sus comunidades y a sus familias, las que organizan la huida siempre precipitada y recrean la vida en entornos generalmente hostiles que les sirven de refugio. Quizá esa fuerza inexplicable, ese saber sobreponerse a la desdicha debería buscarse en el conocimiento profundo de los signos ocultos en sus cuerpos y trasmitidos de generación en generación por una lengua no dicha.
Читать дальше