Tener ideas y buscar secretos es convertir las cosas y los objetos en textos, en “textos sagrados”, como se dice en Cien años de soledad, cuando José Arcadio vio y tocó el hielo por primera vez. Partir entonces del texto, convertir las cosas en textos, los signos en textura, en discursos. Eso es lo que se usa en la disertación, que se ha empleado en las escuelas para enseñar a tener ideas y pensar en ellas. La disertación es un esquema de escritura que parte de empezar a escribir anteponiendo dos ideas, una idea que se enfrenta con otra idea distinta, el método consiste en buscar sus diferencias. El ensayo es otro esquema o composición de escritura para aprender a escribir, trata de buscar la idea, surge de poder saber plantear una idea, que es situarla, construirla y darle forma. El problema es otro esquema de escritura, alude a la posibilidad de construir una idea y darle un desarrollo tensionado, largo y consistente. Finalmente, tenemos la interpretación, que va a ser muy importante porque lleva a la búsqueda de la idea, el que interpreta sabe que hay una idea a perseguir, que detrás de las cosas y los objetos, está el mundo de la idea. ¿Cómo hacer para poder conocer la escuela rural y poder diferenciarla de la escuela de la ciudad? Para ello hay que partir de una idea, es la idea de la diferencia entre ciudad y ruralidad. Ciudad es una idea y ruralidad es otra idea. ¿Cuál es la diferencia? pensar la diferencia es empezar a hacerlo por pensar la escritura. Una sociedad rural es aquella que no escribe y una sociedad urbana es aquella que escribe. En Macondo (pueblo rural), no hay escritura, mientras que en la ciudad de Cartagena sí la hay. Ciudad puede asimilarse a cultura escrita y ruralidad a cultura no escrita. No es que no haya en ésta última escritos o cuadernos de escritura, es que no hay interpretación de los signos que tienen las cosas. Interpretación, quiere decir: no se parte de los textos para poder descifrar con ellos la realidad. Macondo tiene ante sí, los textos manuscritos que les dejó Melquíades, y ninguno de sus habitantes supo leerlos para saber, por anticipado, cuál sería su destino. Leerlos, desde el comienzo de su historia, como pueblo, les hubiera dado dos oportunidades, anticipar su final y luchar por cambiar ese destino. Interpretar es leer y descifrar lo que una sociedad puede llegar a ser al cabo de su historia, antes que esa historia se cumpla. Aunque esa misma sociedad no pueda impedir que esa historia se haga realidad, como dice Hegel, una vez se cumple como tragedia y otra, como comedia. Macondo no conoció sino la tragedia, por no haber interpretado la escritura de Melquíades, que le hubiera dado la oportunidad de reírse de sí misma.
Rural no es zona, campo o sector, rural es la condición de no saber escribir y escribir, es saber que la realidad es un texto que hay que interpretar. Todo es texto, primero que todo, todo es discurso, para que todo se pueda volver realidad, sino es así, la realidad es confundible, imposible de saber si es real o no. Esto lo dijo Comenio, el primer pedagogo que puso en la escuela la escritura. Comenio dijo que enseñar es saber representar con imágenes (textos), las cosas y, además, que enseñar es saber organizar la imagen en textos que puedan ser leídos para luego ser escritos. Dicho de otra manera, la realidad son relatos sobre las cosas. Saber organizar los relatos, como lo hizo Melquíades, que ordenó, distribuyó, separó, clasificó y organizó la historia de los Buendía, que nadie supo descifrar, porque no conocieron las claves de la escritura. Comenio fue el primer maestro que llevó a la escuela el orden que necesitan las cosas y los objetos para que la realidad pueda ser descifrada, comprendida, aprendida. Sin este orden, la realidad es indescifrable y lo que le pasa al hombre también.
Introducción
En este libro se piensa la pedagogía desde una metáfora temporal, la que uno se imagina cuando dice que han pasado cien años. Estos largos años son un siglo, pero si uno dice cien años, parece decir algo más, es mucho tiempo, un largo tiempo, y si a estos años le agregamos que son de soledad, el tiempo es aún más largo, casi infinito, un tiempo que no se puede contar. Esta metáfora la usamos para pensar la pedagogía en Europa y la pedagogía en Colombia. No es para hacer una comparación entre las dos culturas, es sólo trazar una línea entre ellas, que permita ver cómo se construyó la pedagogía. Me sitúo en la Europa del siglo XVII, exactamente en 1667, y en la Colombia de 1886. En estas dos fechas aparecen dos libros de pedagogía, uno de Didáctica y otro de Elementos de pedagogía. Pienso en este comienzo de lo que podríamos denominar pedagogía, que es la pedagogía que se creó para pensar la nueva sociedad, con un nuevo Estado y una nueva forma de producción económica. Pedagogía que representa un corte en el saber sobre el individuo, la escuela y la educación, pues por primera vez el objeto de la pedagogía es la escritura y su enseñanza. La pedagogía antigua y aún la medioeval, en Europa, no tenía estas características, era una pedagogía fuera de la escuela y no era para enseñar, en la antigüedad era para conducir un joven, y en el medioevo era para conducir la vida espiritual y religiosa. En Colombia no existió la palabra pedagogía antes de 1886, lo que se representaba como tal era la enseñanza y la instrucción.
La metáfora de cien años
La metáfora de cien años la tomo del libro Cien años de soledad, de García Márquez, allí la soledad se refiere al aislamiento de Macondo, que es la figura mítica del libro, una sociedad agraria y campesina, este aislamiento no es geográfico, sino lingüístico, es el aislamiento y la soledad por no poder descifrar los libros, no poder leerlos, Macondo es un pueblo que no tiene escritura y por eso está aislado, solo. El no saber escribir aísla, nos envuelve en un manto de soledad, que es la de la palabra, la de la cultura oral. El libro describe el comienzo y el final de una cultura y una sociedad que no escribe y que siente como una destrucción de sí misma el encuentro con la escritura. Esta destrucción no solo le acontece a este pueblo y a esta sociedad, la vamos a encontrar en otro libro de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, Florentino, el personaje de la obra, ha de pasar por destruirse así mismo para construirse después. El acceso a la escritura tiene una condición: llegar a ser otro, distinto al ser que se es. Macondo no llega a ser otro, pues perece en la aventura de no poder interpretar lo escrito, Florentino no perece, llega a ser escritor.
En Europa, y en relación con la pedagogía, encontramos un fenómeno parecido al acontecimiento de Macondo en el libro de García Márquez. En 1632 Juan A. Comenio escribe la Didáctica magna1 y su gran libro Pampedia2 que representa el paso de la pedagogía antigua y medioeval, a la pedagogía moderna, a la didáctica, al arte de enseñar, a la ciencia del enseñar. Este acontecimiento, como en Macondo, representa la transformación de una cultura oral y de una pedagogía oral, desde estos años la pedagogía se vuelve escritura, se puede decir que lo que se representaba hasta ese entonces en Occidente como pedagogía, desapareció de la cultura, si bien se mantuvo el nombre, éste ya no representa lo que era, la palabra pedagogía pasó a significar otra cosa, pedagogía era instruir, ahora pasa a saber escribir lo que se dice con instruir. La pedagogía antigua y medioeval había nacido en una cultura que no era escrita, era una cultura oral, y si lo escrito figuraba en esa cultura no era para definir la pedagogía, sino para darle sentido e importancia, al lado de otras experiencias de más valor, como la política, la moral y la religión. La pedagogía tenía como finalidad llegar a la escritura, pero ella misma no estaba escrita. Cuestión muy distinta a lo que ocurre en el momento de Comenio, aquí la pedagogía es escrita, es un tratado, y no busca descubrir la escritura, llegar a ella, sino que la escritura es su condición, es lo que la explica. Esta figura discursiva nos revela que, si la pedagogía es escrita, con ella y desde ella, se puede enseñar a escribir.
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