En la época romana hubo dos formas de hacer la lista de emperadores. Suetonio, el autor de la serie de biografías “Las vidas de doce Césares”, dio a Julio César el primer lugar. Este último, aunque no haya sido emperador en el sentido convencional de la palabra era el fundador de la dinastía imperial. Tácito sigue otro algoritmo, enumerando los emperadores desde Octavio Augusto. La razón de esta forma de contar parece convincente, aunque Julio César se considere como el fundador de la casa imperial; de todos modos después de su asesinato dio inicio la guerra civil y Octavio se asocia con la llegada de la paz a Roma, ya que él, según Tácito mismo, teniendo el nombre de princeps (nomine principis) recibió bajo su autoridad toda la sociedad destruida por las discordias civiles.[51]
Si aplicamos el modelo de Suetonio, los primeros cinco emperadores de la Revelación, es decir aquellos que ya “han caído”, serán Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula y Claudio. Por lo tanto, el emperador que “es” tendrá que ser Nerón; es decir, el libro de la Revelación podría haber sido escrito en sus tiempos. Si recurrimos a Tácito y a su manera de enumerar los emperadores, los cinco que han caído tendrán que ser Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón; en este caso aquel que “es” habrá de ser Galba. Si admitimos que la herida de muerte que traía la bestia en una de sus siete cabezas en Apoc. 13:8, se refiere al suicidio de Nerón; entonces, la manera de contar los emperadores aplicada por Tácito parecerá la más razonable y justificada. Al aplicar el sistema de Tácito en la enumeración de los emperadores en Apoc. 17.10, uno llega a la conclusión de que Nerón es el quinto rey que ha caído y Galba debiera haber sido el emperador que ocupaba el trono en el tiempo cuando Juan escribió su Apocalipsis, es decir, desde junio del 68 hasta enero del 69.[52]
Ahora veamos qué modelo adopta Gregorio López en su sistema de contar los emperadores. Para entender su concepto se tiene que tomar en cuenta que López emplea un modelo de la escatología que precede al triunfo de la Iglesia, según el cual, todos o casi todos los acontecimientos apocalípticos ya se habían cumplido, nada más la segunda venida de Jesucristo y el último juicio se darían en el futuro. López no sólo rastrea toda la historia del imperio romano basado en el texto del Apocalipsis, sino también hace coincidir la historia de la Iglesia cristiana en el mundo romano como la historia de persecuciones, cuando la sangre de los mártires regía los fundamentos de la Iglesia futura, prefigurando y profetizando su triunfo en este mundo. Por eso Gregorio López especifica una reserva significativa, afirmando que no se debe empezar a contar los emperadores con Julio César ni con Augusto, lo que nos hace suponer que él sabía perfectamente sobre las formas de contar los emperadores basándose en Suetonio o Tácito para “identificar” las siete cabezas de la Bestia con los siete emperadores. Al negarse a ver a Julio César u Octaviano como aquellos que personifiquen la primera cabeza de la Bestia, López propone empezar a enumerar desde Tiberio como primer perseguidor, porque durante su reinado fue crucificado Jesucristo:
A Julio César, ni a Octaviano, no se han de contar, porque no persiguieron la Iglesia, que quando Octaviano murió, era nuestro Redentor de quince años; pues has de comenzar por Tiberio, en cuyo tiempo nuestro Redentor padeció, y Pilatos, Ministro de éste, le condeno.[53]
Empezando por Tiberio, López presenta al emperador Calígula como el segundo perseguidor de la Iglesia:
El segundo es Cayo Calígula, que aunque estos no hicieron persecución general, pero quien duda, que en particular persiguiesen como a cosa nueva y que contradecía a su idolatría.[54]
Claudio se cuenta en el Tratado como el tercer perseguidor por haber expulsado a los judíos de Roma.[55] En aquellos años los cristianos todavía no rompieron totalmente con el judaísmo; por eso los poderes podrían haber confundido los unos y los otros, y los cristianos, a su vez, podrían haber sido víctimas de la persecución de Claudio. Después sigue Nerón, que se enumera como el cuarto perseguidor y, en cierto sentido, el primer perseguidor a gran escala:
El tercero fue Claudio que echó los judíos de Roma y es de creer, que porque adoraban un solo Dios; pues también perseguiría a los Christianos por la misma causa. El cuarto fue Nerón, éste no hay que tratar, pues fue el primer perseguidor.[56]
Luego Gregorio López pasa a la figura de Vespasiano sin mencionar a los efímeros emperadores Galba, Otón y Vitelio quienes reinaron entre Nerón y Vespasiano; después sigue el emperador Tito que tampoco se cuenta entre los perseguidores porque nadie sabe si de verdad lo fue; además “le llamaron los suyos Regalo del mundo, por su noble condición”.[57]
“Uno que es” (Apoc. 17.10), según Gregorio López es Domiciano, quien desterró a san Juan a Patmos, así que vemos que Gregorio López se muestra como defensor del sistema cronológico elaborado por Ireneo de Lyon:
Pasados los cinco, dice: Uno es, conviene a saber Domiciano, el qual desterró a san Juan a Pathmos, donde escribió este libro, y el otro aún no ha venido, y quando viniere, conviénele estar breve tiempo. Éste fue Nerba, sucesor de Domiciano, que no imperó más de un año u quatro meses, y persiguió la Iglesia.[58]
En el sistema cronológico de Gregorio López resulta sorprendente su decisión de no contar a los tres que habían reinado entre Nerón y Vespasiano, es decir, a Galba, Otón y Vitelio por ser “tiranos”, es decir, quienes tomaron el poder por una rebelión.[59] Ese punto de vista, aunque no tenga que ver con las fuentes antiguas, parece haber encontrado muchas simpatías en las épocas posteriores y hasta en el siglo xx. George Beasley-Murray usa en el siglo xx un sistema cronológico igual, colocando el libro del Apocalipsis en la época de Domiciano y omitiendo a Galba, Otón y Vitelio de la lista de los emperadores porque, según él, ellos se han visto más bien cómo rebeldes, que como emperadores.[60] Esa afirmación suscitó oposición muy severa por parte de J. Christian Wilson, quien se preguntó retóricamente:
¿Cómo puede Beasley-Murray decir que Galba, Otón y Vitelio se han visto más bien como rebeldes que como emperadores? Tácito los vio como emperadores, Suetonio los vio como emperadores, Dio Casio los vio como emperadores. Durante toda la antigüedad occidental ni una sola lista de los emperadores romanos los omite, ni lo hace cualquier escritor, sea romano, griego, hebreo o cristiano. Por ejemplo, Eutropio dedica más espacio a Galba, Otón y Vitelio que a Cayo Calígula.[61]
Adela Yarbro Collins, investigadora estadounidense contemporánea, también omite a Galba, Otón y Vitelio porque reinaron muy poco tiempo y no alcanzaron a causar molestias a los santos.[62] La autora reproduce casi literalmente a Gregorio López, quien afirmó que esos tres emperadores no pueden ser contados en la lista del Apoc. 17.10 por haber reinado cada uno menos de 20 meses.[63] J. Christian Wilson cuestiona a Yarbro Collins de una manera irónica: “¿Podría alguien omitir a William Henry Harrison de la lista de los presidentes estadounidenses por haber él gobernado sólo 30 días? Mientras tanto, todos esos tres emperadores romanos han estado más tiempo en su cargo que este presidente”.[64]
No es nuestro objetivo de cuestionar, quién de los comentaristas tiene más razón en ubicar el libro del Apocalipsis en los tiempos de Nerón o Galba o en la época de Domiciano. Ambas hipótesis siguen teniendo sus defensores y seguidores. Nosotros nos inclinamos a la datación “nerónica” del Apocalipsis, porque esa posición, según nuestro parecer, tiene más validez histórica y se apoya en múltiples testimonios de las fuentes externas igual que con las indicaciones internas del mismo libro. Sin embargo, tenemos que tomar en cuenta que el razonamiento de Gregorio López, quien trató de fundamentar la tradición que se remonta a Ireneo de Lyon, ha tenido mucho peso no sólo en su tiempo, sino también se ha reiterado en las épocas posteriores, incluso en las obras de los comentaristas del siglo xx.
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