Los fragmentos que acabamos de citar podrían parecer poco significantes y quizás por eso Gregorio López los omite para no desviarse de la tendencia básica formulada y transmitida por Eusebio y por los comentaristas latinos del siglo iv. Mientras tanto, es curioso notar que los comentarios que ponen la fecha del Apocalipsis en el tiempo de Nerón son los más antiguos, aunque no hayan formado una rama distinta de la tradición. Sin embargo, merecen una atención especial, porque por su antigüedad y por mantenerse cronológicamente más cerca a los tiempos de san Juan, podrían haber conservado una información perdida o tergiversada por las generaciones posteriores.
Parecen significativos los datos que contiene el famoso Fragmento Muratoriano, cuyo texto, aunque conservado en un manuscrito del siglo viii descubierto por Ludovico Antonio Muratori en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, se remonta a la segunda mitad del siglo II (eso indica, entre otras cosas, la referencia a la muerte del papa Pío I como un acontecimiento reciente, o la afirmación que el Pastor de Hermas, uno de los textos más importantes de la literatura cristiana antigua, fue escrito muy recientemente, en nuestros tiempos –nuperrime temporibus nostris–, cuando el hermano de Hermas, Pío, ocupaba la sede episcopal de Roma en los años 142-157), aunque la lengua del escribano se ve como un “latín bárbaro”, muy característico para el alto medievo, con una ortografía desigual; es un ejemplo de la negligencia con la cual los escribanos medievales copiaban los textos antiguos.[41] Veamos un extracto de ese Fragmento Muratoriano en donde se menciona a san Juan como el predecesor de san Pablo apóstol:
47. […] cum ipse beatus
48. apostolus paulus sequens prodecessoris sui
49. iohannis ordine non nisi nominati sempte
50. ecclesiis scribat
[…]
56. tamen per omnem orbem terrae ecclesia
57. deffusa esse denoscitur et iohannis eni in a
58. pocalebsy licet septe eccleseis scribat
59. tamen omnibus[42]
La traducción castellana dice: “el bendito apóstol Pablo mismo, siguiendo el orden de su predecesor Juan, pero sin nombrarle, escribe a siete iglesias […]. Porque también Juan, aunque escribe a siete iglesias en el Apocalipsis, sin embargo, escribe a todas”.[43] Si según la opinión del autor anónimo del Fragmento,[44] san Pablo seguía “el orden de su predecesor Juan”, eso quiere decir que todas las obras de san Juan, incluso el Apocalipsis, fueron escritas durante los años cuando san Pablo estaba vivo. Según la cronología tradicional, san Pablo murió como mártir entre los años 64-67,[45] es decir, en los tiempos de Nerón; así que se nota que el autor del Fragmento implícitamente afirma que el Apocalipsis también fue escrito en aquellos tiempos o antes.
La opinión sobre la fecha más temprana del Apocalipsis transmitida por la tradición patrística primordial, parece significativa porque en los tiempos modernos surgieron muchos trabajos académicos bien fundamentados que sustentaban la afirmación de que el libro del Apocalipsis había sido escrito en los tiempos anteriores a Domiciano, posiblemente durante el reinado de Nerón, por eso los datos de la tradición alternativa menospreciados por Gregorio López (y no sólo por él sino hasta por algunos autores de los siglos xix-xx como J. B. Lightfoot o G. R. Beasley-Murray) resultaron pertinentes. Recientes investigaciones históricas no son concluyentes en cuanto a persecuciones a gran escala de cristianos en los tiempos de Domiciano.[46] Interesantes son los argumentos del historiador británico Leonard Thompson, quien llegó a la conclusión de que el retrato biográfico de Domiciano dibujado por Suetonio es producto de una calumnia deliberada por parte de los Antoninos quienes, a su vez, se sentían interesados en denigrar a sus antecesores, los Flavios. Los monumentos literarios de la época de Domiciano (las obras de Estacio, Quintiliano y Marcial), los documentos oficiales (incluso la correspondencia real), y la evidencia numismática (la propaganda oficial reflejada en las monedas), fueron elementos para que Thompson se convenciera de que Domiciano no obligaba a nadie a que le llamaran Dominus et deus noster (Nuestro Señor y Dios). Ese título no se refleja en las monedas acuñadas en su época y más aún, el culto imperial, que, como se sabe, siempre había sido amenaza para los cristianos por la necesidad de rendir homenaje divino al emperador, no estaba presente en comparación con lo ocurrido en épocas anteriores, así que sería una exageración hablar seriamente sobre las persecuciones graves durante su reinado.[47]
Las investigaciones modernas no fechan tajante y categóricamente el Apocalipsis con el periodo del reinado de Domiciano –datación también cuestionada por algunos representantes de la tradición patrística temprana que Gregorio López ignoró– no podemos decir si deliberadamente o no. No creemos que la convicción de Gregorio López acerca de la aparición del Apocalipsis en la época de Domiciano podría haber sido de carácter ideológico (como lo hizo en torno de la autoría del Apocalipsis para proponerse, quizá por razones políticas, abiertamente antiprotestante). Nos inclinamos porque la datación del libro corresponde a un sistema cronológico de los acontecimientos apocalípticos elaborado por el propio Gregorio López.
Para fundamentar nuestra hipótesis, nos referimos al capítulo 17, en donde, según muchos investigadores,[48] se contiene una indicación indirecta en torno a la datación del Apocalipsis: la imagen siniestra y monstruosa de la Bestia con siete cabezas, sobre las cuales estaba sentada la gran ramera de Babilonia. Juan dice que se encontró en la condición de éxtasis profética y visionaria, diciendo: “Se me llevó en el Espíritu al desierto y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Apoc. 17.3). La mujer tenía en su frente escrito lo siguiente: “Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”; estaba “ebria de la sangre de los mártires de Jesús” (17.5-6). Subrayo que la expresión “en el Espíritu” (ἐν τῷ πνεύματι) que caracteriza la inspiración profética del autor del Apocalipsis aparece como un marcador estructural que divide el libro en cuatro partes y cada vez indica el lugar de permanencia de Juan o su desplazamiento. En Apoc. 1:10 esa expresión marca la experiencia visionaria de Juan mientras estaba en Patmos; en 4.2: su levantamiento al cielo hacia el Trono de Dios; en 17.3: su traslado al desierto; en 21.10: su subida a la montaña alta.
Los comentaristas de la época patrística y los investigadores modernos identifican a la mujer con Roma y su poder imperial. Gregorio López coincide con la tradición (tanto la anterior como la posterior) cuando dice: “La muger es Roma; la bestia vermeja, su imperio vermejo, con la sangre que derramó de Christianos”.[49] Todos los comentaristas antiguos y modernos y los investigadores académicos opinan que los siete montes sobre los cuales estaba sentada la mujer son las siete colinas de Roma, mientras Gregorio López vincula las siete cabezas de la Bestia con las siete colinas de Roma: “Estas cabezas que tantas veces has oído son siete montes, sobre los quales está asentada Roma, cuyos nombres son Capitolino, Palatino, Marmar Manapoli, Citorio Cavalo y Tarpeyo Aventino, Celio Esquilino, Viminal o Quirinal”.[50]
Luego el autor del Apocalipsis continúa: “Y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo” (17.10). Aquí también existe una opinio communis entre todos los comentaristas e investigadores según la cual esos siete reyes representan los emperadores romanos. La cuestión es: ¿con qué personas concretas se tienen que relacionar esos siete reyes y cómo enumerarlos? ¿Qué personaje histórico encabeza la lista?
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