La reproducción de la especie se realiza mediante un sabio y refinado cruce de raza y sexo que va a multiplicar las clasificaciones e inscribir los niveles de sometimiento entre dos extremos: los blancos por un lado y los no blancos por el otro. 24Estas diferentes “hibridaciones” de raza y sexo debían afirmar siempre la superioridad jerárquica de los blancos y la inferioridad de los no blancos.
La colonialidad organiza relaciones que el marxismo calificaría de precapitalistas, al tiempo que constituye una máquina de producción y poder en el interior del mercado global. En realidad, es una categoría “más compleja y más amplia que el agenciamiento racismo/etnicismo, ya que incluye relaciones señoriales entre dominantes y dominados, sexismo y patriarcado, familismo (juegos de influencia basados en redes familiares), clientelismo, compadrazgo y patrimonialismo en el seno de las relaciones entre lo público y lo privado y especialmente entre la sociedad civil y las instituciones políticas. Lo que articula y gobierna todo esto es el autoritarismo en la sociedad y en el Estado”. Estas relaciones “precapitalistas” no están destinadas a desaparecer. Estructuran el poder y continúan proliferando como neoarcaísmos.
La colonialidad es a la vez una teoría del poder y una teoría del conflicto. Las teorías del poder son numerosas, pero las que problematizan el conflicto son más raras, ya que implican asumir una posición política partidaria.
En la teoría de la colonialidad del poder, la asimetría de los términos en relación fue instituida por una guerra de conquista y alimentada por el racismo, la explotación económica y el sexismo. Estas relaciones se encuentran en un estado de inestabilidad permanente, porque están atravesadas por un “diferendo” referido “al control del trabajo, de la naturaleza, del sexo, de las subjetividades”. Este diferendo, que se remonta a la Conquista, anima las luchas de clases (en plural): el modo en que “las gentes llegan a ocupar, total o parcialmente, transitoria o establemente, un lugar y un papel respecto del control de las instancias centrales del poder es conflictivo”. Estas relaciones de poder son estratégicas porque consisten en “una disputa, violenta o no”, que se desarrolla en una serie de “derrotas y victorias”, “avances y retrocesos”.
Las técnicas de la colonialidad fueron inventadas y experimentadas por los europeos en América dos siglos antes de su implantación en Europa, tanto en lo que respecta a la organización del trabajo como al “gobierno de las poblaciones”. Partir del mercado mundial, y no de Europa, cambia profundamente la concepción que tenemos del capitalismo, el Estado y el poder.
En un importante artículo, “La americanidad como concepto, o América en el moderno sistema mundial”, escrito por Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein, los autores especifican la función de la colonialidad en la constitución del Estado europeo, confirmando las intuiciones de Schmitt. La historia del Estado-nación está orgánicamente ligada a la colonialidad, la cual ha jugado un papel esencial en la integración del sistema interestatal al crear no solo un orden jerárquico entre los Estados centrales y los periféricos, sino también al establecer reglas para la interacción de los Estados, como hemos visto con Schmitt.
¿La colonialidad del poder y su dispositivo más importante nos autoriza a pensar en la relación entre blancos y no blancos como una relación entre clases con características específicas y singulares? La historia nos ha demostrado que la relación de poder colonial ha dado lugar no solo a una enorme captura de mano de obra gratuita o barata, sino también a revueltas, revoluciones y niveles de organización autónomos e independientes al igual que la relación capital-trabajo: desde los “negros jacobinos” en Haití al movimiento de los Panteras Negras, pasando por las revoluciones antiimperialistas.
Los nuevos racismos, la pretensión de los habitantes del Norte de querer decidir con quién vivir, el rechazo de los migrantes, la certeza de considerarse propietarios del territorio donde habitan, la identificación con él, etc., todos estos fenómenos son manifestaciones del funcionamiento de la colonialidad en el interior de las luchas de clases contemporáneas en el Norte del planeta.
La “colonización del centro”, la implantación del (los) Sur(es) en (los) Norte(s) y viceversa, solo puede lograrse integrando la colonialidad del poder en los Estados “democráticos”. De hecho, no sorprende que la colonización interna sea una parte integrante de la constitución material de, en palabras de Hannah Arendt, la democracia más política de todo Occidente: Estados Unidos.
4. LA REPÚBLICA CON ESCLAVOS
El racismo en Estados Unidos es como polvo en el aire: parece invisible, aunque esté por asfixiarte, hasta el momento en que dejás entrar al sol. Entonces te das cuenta de que te rodea por todas partes.
KAREEM ABDUL-JABBAR
Tenemos que hacerles entender a los jóvenes negros moderados que si sucumben a las enseñanzas revolucionarias, serán revolucionarios muertos.
EDGAR HOOVER, JEFE DEL FBI
El mundo colonial del que hablaba Fanon tenía un parecido sorprendente con el mundo vivido por los negros estadounidenses.
KATHLEEN CLEAVER
Estados Unidos es, quizás, la democracia en la que las relaciones entre blancos y no blancos (históricamente los negros, pero hoy también los hispanos) asumen marcadamente el carácter de una lucha de clases.
Si, actualmente, la colonialidad también atraviesa y califica las instituciones y políticas de las democracias del Norte del mundo, no es solo porque las políticas neoliberales emprendieron una colonización del centro, sino también porque es constitutiva de las democracias occidentales, como Estados Unidos nos deja fácilmente constatar. La involución actual de la democracia, su degeneración fascista y racista, no debería sorprendernos si tomamos en consideración la formación del Estado y de las instituciones occidentales en el interior de la economía-mundo y, claramente, si se tiene en cuenta la democracia estadounidense.
Ni la república con esclavos ni el régimen colonial e imperial eran cuerpos ajenos a la democracia. 25
Lo que los medios de comunicación llaman los “demonios raciales” de Estados Unidos cada vez que hay una víctima afroamericana del racismo supremacista blanco es en realidad un componente estructural de las instituciones democráticas estadounidenses. En Europa, el Estado y sus instituciones, por un lado, y el colonialismo y el imperialismo, por otro, se desarrollaron en dos territorios separados por mares y océanos, mientras que en Estados Unidos, colonos y colonizados, invasores e invadidos, comparten un mismo territorio, de modo que la colonialidad del poder muestra con claridad desconcertante su genealogía democrática.
Si los medios, los académicos, las instituciones democráticas de todo el mundo no quieren ver la colonialidad que constituye a Estados Unidos, es porque sigue repitiendo el mismo estribillo: “de te fabula narratur”, la historia habla de ti. Por estas razones, la interpretación de las nuevas formas de racismo, sobre las que Trump se ha montado para acceder al poder, no debe dar paso ni a la fenomenología de la “relación con el otro”, ni siquiera a la teoría de la inmunidad social de Roberto Esposito. El racismo (y el sexismo) son relaciones de clase que fundaron y estructuraron nuestras sociedades.
La filosofía política se formó concibiendo las instituciones a partir exclusivamente de Europa (de determinadas poblaciones y conflictos). De Hobbes, Spinoza, etc., teorizamos el poder, la democracia, las instituciones, como si detrás de cada una de estas filosofías no existiera un imperio colonial y como si esto no afectara a este mismo poder, a esta misma democracia, a estas instituciones.
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