Lo inconsciente, desde Lacan, es un tema del lenguaje. Según lo entiendo, se radica en el registro simbólico. El registro de lo real, concebido como impensable, no podría ser lo inconsciente, excepto como marca originaria, puro significante uno, habría que decir. Pero para tener presente lo inconsciente, es necesario que se den aquellos cortes del lenguaje que son la estructura del registro simbólico. Bien, la estructura la da el nudo borromeo de los tres registros, pero el registro simbólico, forma de lo inconsciente, es el que hace posible la estructura. En la escuela lacaniana se ha planteado que el psicótico padece de un agujero simbólico. Esto se logra a través de lo que se ha llamado “forclusión”, vale decir, un repudio básico, originario, de aquello que, por el lenguaje, implica falta, corte, vacío. Por alguna razón, el psicótico, desde un comienzo no acepta, repudiándola, esta limitación en los fundamentos de la posibilidad de ser humano. Precisamente, es lo mórbido que busca, por condición humana, restituirse, desplegando modos “normales” de convivencia que son constantemente traicionados por lo restitutivo del delirio y la alucinación. Esto último son los que dan la imagen de un “loco” que, sin duda, habla con un lenguaje que evita su excentricidad constitutiva.
¿Cuál es la razón por la que le pasa todo esto? Todos dicen algo. En el terreno de las explicaciones se cae, nuevamente, en aquella antinomia de la que hemos hablado. Prefiero quedarme con los hechos, vale decir, con la observación de manifestaciones que se presentan con un carácter estructural. Sin duda podemos aproximarnos a formas de causalidad, pero no puedo dejar de tener presente nuevamente a Lacan cuando, respecto de las causas, señala su etimología jurídica, o cuando dice que las causas son “lo que cojea”. Las causas, cuando se exponen en forma tan definitiva, como frecuentemente se hace, representan un alegato, una causa en la que se defienden posiciones frente a “lo que cojea”. Lo jurídico, lo plantea Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz , 16 hace de lo justo un recurso a la corrección de lo formal. Me parece que las causas, concebidas al modo como lo postula Lacan, se ejercen en la discusión intelectual, concentrando la atención sobre la corrección de la formalidad de sus fundamentos, porque —es mi posición— ¿quién puede decir definitivamente cuáles son las causas de las cosas? A mi entender, si buscamos la razón de ser de las cosas, lo que tenemos que aceptar es que nuestras aclaraciones siempre son formas que en su núcleo ocultan una paradoja.
El psicótico, más bien, carece de un inconsciente, al modo como lo describió Freud. Este agujero simbólico podríamos quizás relacionarlo con la falta de represión primaria. Me atrevo a decir que en el psicótico lo que falta es la represión primaria, en lo que atañe a lo distintivamente psicótico, es decir, en lo que corresponde a su aspecto mórbido. Ese absoluto narcisismo es algo que aparece como una ausencia de represión primaria, resultado de la forclusión de la que hablábamos. Se dice que la forclusión es de la metáfora del Nombre del Padre, pero a esto vamos a referirnos posteriormente.
Lo que he buscado decir es que la antinomia consciente-inconsciente no aparece en el psicótico, como sí se da naturalmente en el neurótico. En el psicótico es como si pudiéramos decir: no hay inconsciente, al modo como no hay consciente. Plantearse la ausencia de consciencia, podría parecer un despropósito. Nadie podría vivir en esa negrura de la falta de consciencia. No es a esa consciencia a lo que refiere el inconsciente freudiano. De hecho, Guillermo Brudny, 17 el psicoanalista argentino profundamente versado en Freud decía que al comienzo solo existía, desde Freud, consciente e inconsciente. Lo preconsciente se iba armando con la vida. Más exactamente, habría que afirmar que lo que no hay, en lo referente a la psicosis en el psicótico, es un preconsciente que haga posible un imaginario sustentado en lo simbólico, como modo de posibilidad de vida en lo cotidiano. El imaginario —hablaré posteriormente de esto— es la forma que toma el retorno de lo real, propio del psicótico, para restituirse a la vida cotidiana.
Se dice —y ustedes lo leerán y lo hablaremos— que el psicótico, en la parte mórbida que distingue Freud, excluye el registro simbólico. En ese sentido, es como si se imantara el registro de lo real al plano de lo imaginario; es como si el psicótico “imaginarizara” lo real, como si estuviera viviendo en lo real que describe Lacan, pero en términos imaginarios. Así, el psicótico hace de lo real un imaginario, y al hacer de lo real un imaginario, se liga a la vida, a la existencia que estrictamente no sería existencia, porque esta sería un ser-en-el-mundo, aunque esto es extrapolar excesivamente al campo de lo clínico una aseveración filosófica. Habría que discutirlo con otros antecedentes.
Ligarse a la vida simbólicamente implica, en lo concreto, decir “yo también fallo”. El símbolo es una ubicación de lo vivido en otra parte. Es fallido por definición. Por eso, asumir el registro simbólico es aceptar la relatividad de las cosas. Al fin y al cabo, el simbólico apela a la relatividad de las cosas, vale decir, siempre hay otro significante que significa al significante original. Simbólicamente, experimentar el “yo también fallo” equivale a decir: “en tanto soy humano, fallo”. Vale la pena tener esto presente respecto a aquellos que asumen posiciones antinómicas, por ejemplo, en lo relativo al psicoanálisis. Pero el retorno de lo real en lo imaginario lo van a observar, por ejemplo, en la obra de Calligaris, donde se afirma lo que decíamos: que el psicótico es como si se moviera con un imaginario que va imantado de lo real. En lo que está fundamentalmente el psicótico es en lo innombrable de lo real y la manera de hacerlo nombrable no puede ser mediante un simbólico, sino que es mediante lo imaginario. “La psicosis”, en el cuadro que ya vimos, alude al aspecto mórbido que dice Freud de los modos del psicótico.
Freud dice también que hay un aspecto restitutivo en los modos del psicótico, que son aquellos que generalmente hacen que las personas lo identifiquen por su locura. La locura no es, necesariamente, señal de psicosis. Por ejemplo, cuando Maleval habla de la locura histérica, dice que se asienta en una estructura histérica, o sea, con represión, pero es locura. 18 ¿Por qué es locura? Porque en la locura histérica aparece el fenómeno restitutivo. ¿Cuáles con los fenómenos restitutivos? Los delirios y las alucinaciones.
El delirio y la alucinación dice Freud —lo diré de un modo más simple— son modos de restituirse aparentemente, imaginariamente, al mundo de los denominados normales. Vale decir, cuando se delira o alucina, se está usando la percepción al modo como la usamos todos, pero con una peculiaridad, que no es reconocida por todos de la misma manera que se aprecia en la psicosis. Hay mucho que hablar de lo que es la alucinación. La alucinación como “percepción sin objeto”, o más bien de un objeto que no está adecuado a la sensorialidad, a lo perceptible, lo que los lacanianos llaman el “objeto a”.
Lo que importa ahora es que la alucinación y el delirio son modos de restituirse al mundo de los considerados normales. Es como si el psicótico quisiera transmitir: “en el mundo de la percepción, yo percibo como percibes tú”. El delirio es un pensamiento. Schreber se despertó pensando que sería hermoso vivir la cópula como una mujer, o sea, lo hermoso que sería experimentar lo que una mujer siente en la cópula. Por ahí parte su delirio. Termina diciendo que necesita copular con Dios, para engendrar toda una raza especial. Conviene, en esto de una raza humana especial, no olvidar que el padre de Schreber, este educador alemán tan nombrado y respetado en un tiempo en Alemania, era un precursor del nazismo. El padre de Schreber dejó textos sorprendentemente cruentos en lo referente a sus ideales educativos, ideales que aconseja llevarlos a cabo por medios en exceso crueles. Algo que desconoció Freud y que nos plantea preguntas respecto a las causas. En todo caso, lo que importa es que el delirio y la alucinación son restitutivos y pueden ser parte de la locura y no de la psicosis. El delirio y la alucinación pueden ser parte de una locura histérica que no sea psicosis, tal y como señala Maleval, en la medida en que tal locura se sostenga desde la represión.
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