Esta función de la imagen para los transexuales esclarece lo que ellos buscan cuando piden –es muy a menudo el caso– ser declarados como mujer, en el registro civil. Cuando el transexual quiere ser dicho mujer, o nombrado mujer, su demanda no tiene, evidentemente, ninguna relación con la manera en que una mujer puede anhelar, en algún momento, ser tranquilizada a través del deseo de su pareja. Si ella solicita que le digan “mujer”, es porque ella sabe que ninguna imagen, ningún semblant, va a dar en este caso una identidad perfectamente segura, como lo avocábamos más arriba. Mientras que cuando un transexual lo pide, es en nombre de un ser que no participa, él, de ninguna manera del “semblant”, y que reenvía a lo imposible de una imagen a la cual realmente nada le faltaría. Es justamente por esto que puede parecer imprudente o poco informado de la investigación clínica dejar creer a alguien que esta demanda es sostenible –léase autorizar o realizar la operación reclamada.
Si el transexual pide que se le modifique su estado civil y el nombre que lleva –sea que se trate del apellido o solamente del nombre, siendo en todos los casos el nombre el que se apuntala en su principio y su función–, lo hace en referencia a algo del orden de una identidad absoluta, que él designa por el nombre de la mujer, y que encarna generalmente, según él, de manera incluso más real que las mujeres. Aunque reclama de una imagen femenina y a menudo la reivindica, a lo que apuntala el transexual es más bien a lo que él identifica en esta imagen, y que menciona regularmente cuando se lo interroga: es el real de un goce que llama y que siente a veces, un goce cutáneo de envoltura, de matriz, de completitud 19.
El transexual aspira a un ser real, al cual junta la imagen. Este estatus de la imagen, como en el síndrome de Frégoli, nos reenvía a otra cosa de la que escuchamos en principio en ese registro. La imagen está identificada en los dos casos a una x de la que recibe sus determinaciones reales, al mismo tiempo que la destrucción de su consistencia de imagen. En el síndrome de Frégoli, lo que viene a ese lugar es un cuerpo xenopático y desmembrado, debido al perseguidor, donde el nombre, es la única isla identificable de ese desmoronamiento del registro imaginario. Mientras que en el síndrome transexual se trata de un cuerpo desmembrado, a menudo xenopático, que encuentra en el real del goce del envoltorio, el soporte de una identificación reivindicada a este goce.
Es este soporte el que el transexual invoca con el nombre de la mujer: nombre común al que viene a reducir su propio nombre, pero también sustancia real, por decirlo así, de la prueba a la cual se deshace toda imagen como tal. Es por esto, lo dijimos, que la demanda de estos sujetos de ser transformados en mujer –para referirnos a los casos más frecuentes de los transexuales masculinos– no estaría apaciguada por lo que se cree a veces poder proponerles, una rectificación de su cuerpo “que corresponda” a la imagen que se hacen de ese cuerpo, puesto que esta imagen, no es tal. En vez de representar, como lo hace una imagen, otra cosa, es decir, tener un valor diferencial, inscribirse en una escala de posibles variaciones y en fin, no terminarse en una significación que la volvería idéntica a sí misma, ella está tomada aquí en un valor de identidad no diferencial, exactamente como en el síndrome de ilusión de Frégoli. Esto lleva a decir de nuevo, que ella da cuenta de otro registro, y no del de la imagen.
Hemos recordado que Lacan da de la imagen del cuerpo, tal como ella se constituye en la dialéctica especular, en relación a la del semejante, una fórmula que escribe: i(a). Esta fórmula indica que la imagen i se produce de la puesta entre paréntesis de algo, anotado a, que es sustraído de su campo, y que el psicoanálisis aisló bajo el concepto de objeto. La “belleza” de la imagen, principalmente de la imagen del cuerpo, su poder intrínsecamente cautivante, al mismo tiempo que su variabilidad y su diferenciación en los límites de una forma, lo obtiene de ese objeto al cual se refiere, pero porque representa así la ausencia.
Provistos de esta escritura lógica mínima, i(a), volvamos a la comparación del síndrome de Frégoli y del transexualismo.
Observamos en estos un reparto homólogo entre el nombre y la imagen, sus funciones respectivas se encuentran retocadas por el efecto que hemos designado como una x identificada por el sujeto, causa del desmoronamiento de la imagen. El nombre propio es proyectado en los dos casos al nivel de un nombre, que es al mismo tiempo común y único. En el síndrome de Frégoli, como hemos visto, es el nombre del perseguidor, identificado a través de las imágenes de los otros con los que el sujeto se encuentra y también a través de las manifestaciones xenopáticas de su propio cuerpo 20. En cambio en el transexualismo, es el nombre “la mujer” el que viene a designar una identidad ante la cual la del nombre propio se borra y no se sostiene más, puesto que ella debe ser modificada en el sentido comandado por ese: “la mujer”.
Lo que nombra el nombre –único– que comanda la función del nombre propio en los dos síndromes y la vuelve inoperante, tiene por propiedad volver al sujeto en forma de una identidad real y unívoca, la de una significación impuesta. Esta x designa lo que está anotado a en la fórmula de la imagen i(a), es decir el objeto, en tanto que este objeto, siempre el mismo, no es, en principio en la neurosis, identificado jamás por el sujeto, como lo señaláramos más arriba. Aquí este está identificado en los dos casos y constituye el pivote de una sistematización articulada del delirio.
Destaquemos sin embargo, a modo de diferencia que en el síndrome de Frégoli el sujeto concluye modificaciones de su cuerpo sólo a nombre del objeto que las causa, mientras que en el transexualismo, las cosas son en parte invertidas desde ese punto de vista: el sujeto concluye sólo a nombre del objeto que él identifica (la mujer) y con el cual él está identificado (como goce de envoltorio) a las modificaciones de su cuerpo, que él llama, en el sentido de una identificación a este objeto.
En los dos casos el nombre propio se reduce a un nombre común y ese nombre común, al objeto, el nombre revelando en sus equivalencias el carácter en este caso inoperante de la función simbólica que se supone debe inscribirse y representar. Él está adjunto al real que él nombra, es decir, que este identifica –puesto que es aparente, según las palabras de esos pacientes, que “Robine” en Frégoli o “la mujer” en el transexualismo, identifican alguna cosa.
De esta manera, la demanda del transexual de ser “nombrado mujer” encuentra en esta nominación el último término de su significación, en una tentativa de realización del sujeto. Esta realización debe entenderse literalmente, como una conjunción acabada del objeto: modalidad pura de la identidad, ya hemos tenido ocasión de destacarlo, que causa regularmente la desaparición del sujeto, en el sentido de su muerte subjetiva –en la medida misma en que la identificación del objeto ocupa, a partir de ahí, todo el campo.
Este retoque de la función del nombre, en el síndrome de Frégoli como en el transexualismo, pone entonces en primer plano una invalidación del registro del nombre propio. En el Frégoli, la imagen ya no le es articulada, puesto que ella ya no es nombrada aunque tome cualquier forma, sino con un único nombre, referido directamente al objeto. Y en el transexualismo, el nombre propio está igualmente expulsado fuera del campo, no representando ya al sujeto. No es poco común que este intente reparar esta carencia viniendo a poner el enigma que lo atormenta en manos de los tribunales, es decir, de la potencia nominadora, confundida aquí con la ley real, la que expresa el juez. El sujeto transexual identifica de una manera que quisiera perfecta y completa, el nombre de un objeto, donde quisiera encontrar una identidad estable, en otras palabras, sanar de la sexuación: este objeto es el que llama la mujer. Y si a menudo su demanda toma la forma de una reivindicación, lo que él espera de la ley es que ella simplemente tome acto de lo que implica, según él, este objeto –en tanto que este comanda el nombre.
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