Contenido
PRÓLOGO
ESTUDIO PRELIMINAR Gobierno, espiritualidad y hagiografía en la provincia jesuita peruana
Introducción
1.- La hagiografía como género
a) Concepto, génesis y evolución
b) Las “vidas”. Modelos y estructura
2.- Los jesuitas y la palabra escrita
3.- Las “vidas” en la provincia jesuita del Perú
4.- La “vida” de Juan Sebastián
a) El autor
b) Peripecias de la obra
c) El protagonista
d) El contenido del texto
5.- Reflexiones finales
TRANSCRIPCIÓN DEL MANUSCRITO
Prólogo del autor al M. R. P. Gonzalo de Lira. visit[ad]or y prov[incia]l de la Compa[ñí]a de Jh[esú]s en la provincia del Perú.
LIBRO PRIMERO
Cap. i De su patria, crianza y primera educación
Cap. ii Como sus padres le enviaron a la Univ[ersida]d de Alcalá
Cap. iii Cómo entró en la Compañía y de su gran virtud y fervor.
Cap. iv Como hizo los votos y volvió a Alcalá a estudiar teología.
Cap. v Como acabados los estudios fue señalado por prefecto de espíritu y leyó Artes y Teología.
Cap. vi Como fue señalado por rector del colegio de Ocaña y cómo se partió para las Indias.
Cap. vii Como fue señalado por rector de Potosí y de lo mucho que en este tiempo trabajó.
Cap. viii Como fue señalado por rector de este colegio de Lima, y después por provincial de esta provincia del Perú.
Cap. ix Como acabado el oficio de provincial fue señalado por prefecto de espíritu de este colegio de Lima.
Cap. x Como el s[anto] padre Juan Sebastián fue señalado por visitador de México, y segunda vez por provinc[ia]l de esta provincia, y del modo apostólico co[n] que visitaba.
Cap. xi De su apostólica predicación
Cap. xii Prosigue la materia y de algunas conversiones particulares que el p[adre] hizo y del cuidado que tuvo con la Congregación de Sacerdotes
Cap. xiii Como el p[adre] Juan Sebastián fue señalado por visitador de la prov[inci]a del Nuevo Reino y rector del colegio de Lima y de las dilig[encías] que hacía para dejar estos oficios.
LIBRO SEGUNDO
Cap. i De su grande humildad
Cap. ii De su obediencia.
Cap. iii De su pobreza.
Cap. iv De su cast[ida]d y honestidad.
Cap. v De su gran mortificac[ió]n y penitencia.
Cap. vi De su grande oración.
Cap. vii De su devoción, fervor y observancia.
Cap. viii De su gran prudencia y gobierno.
Cap. ix De su paciencia y sufrim[ien]to.
Cap. x De su gran caridad y celo.
Cap. xi De su Muerte y Entierro.
De algunos casos q[u]e le pasaron, extraordinarios, que parec[e]n milagrosos.
Créditos
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Prólogo
La escritura espiritual es un tópico tan antiguo y universal como la misma experiencia que es su razón de ser. Su manifestación puede rastrearse en distintas narrativas; no todas ellas transparentes, algunas requieren exégesis y otras producen círculos de iniciados. En el cristianismo, la escritura espiritual ha generado debates sobre su legitimidad para hablar de Dios. Algunos lenguajes se consideran áridos y poco estéticos para abordar la espiritualidad. Este es el caso, por ejemplo, de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Roland Barthes señalaba con respecto a este clásico de la espiritualidad católica la tensión que existe entre la experiencia espiritual y su comunicación escrita. Aquella, de carácter trascendente, sería por naturaleza inalcanzable para el lenguaje y, por ello mismo, imposible de ser transmitida adecuadamente. Siguiendo esta premisa dicotómica, un santo no puede ser un buen escritor, señala Barthes. Sin embargo, el célebre semiólogo francés, por centrarse en Ignacio de Loyola y la austeridad de sus Ejercicios, dejaba de lado una larga tradición literaria católica que, desde los textos apostólicos o apologéticos, fue trazando un estilo que dejó la huella de una subjetividad trascendental; una que se abría el paso –a veces, a empellones conceptuales y con no pocos vuelos de la imaginación– para hablar, paradójicamente, de lo inefable. En efecto, desde san Agustín, pasando por Beda el Venerable hasta llegar a los sublimes textos de san Bernardo de Claravall y los Victorinos, la experiencia espiritual cristiana fue tejiendo una narrativa que, siguiendo el ejemplo de las Confesiones del obispo de Hipona, combinaba la mistagogía con la meditación dialogada, método que legó a la posteridad la marca de un género literario que recorre toda la subjetividad de Occidente y su historia. En este recorrido, los especialistas no insisten lo suficiente en el rol protagónico de la evolución de las lenguas romances en la autoconciencia engendrada en sus hablantes para considerarse competentes de transmitir la experiencia de Dios. Figuras como santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz son fundamentales para entender este giro en la aceptación de la lengua romance como válida para expresar la íntima vivencia espiritual, sin complejos y con el valor agregado de una retórica que para entonces había llegado a satisfacer las expectativas del stablishment universitario. Un santo sí podía ser un buen escritor, contrariamente al estereotipo recordado por Barthes.
Los primeros jesuitas colaboraron en la legitimación de las lenguas romances, sobre todo en el género espiritual, y dejaron el latín para las grandes especulaciones filosóficas o teológicas. Más aún, en gran medida, centraron su misión en lo que en su “Fórmula” (documento fundacional) se denominaba los “ministerios de la palabra de Dios”. Lo hicieron de manera creativa a medida que iban extendiendo su presencia en Europa y en los territorios de “misión”. En otras palabras, parte del éxito de la Compañía, desde sus inicios, fue el énfasis subyacente en su carisma, del vínculo entre experiencia espiritual y comunicación.
A medida que crecía la distancia entre Roma –el centro de operaciones– y el resto de las misiones jesuitas, se hizo cada vez más necesaria la circulación de informes detallados, no solo ya de las actividades, sino también de los rasgos y el carácter de los distintos lugares en que aquellas se desplegaban. Por ello, el superior general Claudio Aquaviva, a fines del siglo xvii, diversificó el alcance de la escritura institucional jesuita. No solo los informes serían importantes, sino también las historias. Los relatos de culturas o costumbres se fueron multiplicando a la par que las vidas ejemplares. El trasfondo siempre fue la edificación, es decir, el cultivo de la mente y el espíritu para conducirlos a Dios. Desde el modelo biográfico de la vida del fundador, así como de los primeros grandes santos (Francisco Javier, Francisco de Borja, Luis Gonzaga), se fue multiplicando la escritura de hagiografías que, de manera más austera que en siglos anteriores y siguiendo los lineamientos de Urbano viii, evitaban los excesos medievales de ornamentación sobrenatural. Las vidas de jesuitas ejemplares siguieron el programa humanista animado por la ratio studiorum de 1599 en el que la pedagogía se dirigía a formar en las virtudes que, a fin de cuentas, eran el medio para acercarse a una experiencia más profunda de Dios. Desde esta óptica, el relato de las peripecias, las debilidades, los fracasos o las exigencias extremas que los protagonistas manifiestan experimentar a lo largo de su vida refuerza el empeño por un continuo “ordenamiento” de afectos o pasiones y que define el trabajo espiritual en los Ejercicios de san Ignacio. De este modo, se enaltece y justifica una vida consagrada mediante un esfuerzo coronado por la gracia de ser unida a Dios. No son, pues, las vidas ejemplares o las hagiografías jesuitas lugar de relatos abundantes en visiones o experiencias extáticas –aunque se lancen algunas pinceladas, impulsadas por el estilo literario de la época.
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