LA ARGENTINA ENTRE DOS GUERRAS
Hay acontecimientos y figuras históricas cuyas vidas y logros han sido distorsionados y vilificados por las leyendas de ciertos sectores de la memoria colectiva hasta tal punto que la verdad histórica ha quedado oscurecida u olvidada, incluso cuando está respaldada por evidencia empírica. Tal es el caso de dos de las figuras más relevantes de la política argentina durante 1916 y 1938: Hipólito Yrigoyen y Agustín P. Justo.
La Argentina de la década de 1930 era un país admirado, respetado, temido y envidiado por sus vecinos. A nivel cultural, por su grado de alfabetización, y a nivel económico, industrial y militar porque se hallaba a la cabeza no solo de Sudamérica, sino también de toda América Latina. La Argentina de aquel entonces era, como lo han afirmado autores argentinos y extranjeros, un país opulento. ¿Dónde está hoy aquel país? Al decir de Margaret Mitchell, “si queréis hallarlo, buscadlo en los libros de historia. Es una civilización que el viento se llevó”.
George V. Rauch.Cursó estudios subgraduados en Queens College (City University of New York), recibió su licenciatura y doctorado en New York University. Su tésis doctoral fue publicada por la editorial Praeger (Westport, Connecticut) en 1999 con el título Conflict in The Southern Cone: The Argentine Military and The Boundary dispute with Chile: 1879-1902 . Además publicó A rmored Vehicles of the Argentine Army, Argentina’s Fábrica militar de Aviones: 1927-1955 y Piston-Engined Fighters of the Argentine Air Force: 1919-1955 (La Plume de Temps Villebois, Francia).
GEORGE V. RAUCH
LA ARGENTINA ENTRE DOS GUERRAS
1916-1938
De Yrigoyen a Justo
Friends, Romans, countrymen, lend me your ears;
I come to bury Caesar, not to praise him.
The evil that men do lives after them
The good is oft interred with their bones
William Shakespeare, Julio César , tercer acto, segunda escena
Hay ciertos acontecimientos y ciertas figuras históricas cuyas vidas y logros han sido distorsionados y vilificados por las leyendas de ciertos sectores de la memoria colectiva hasta tal punto que la verdad histórica ha quedado oscurecida u olvidada, incluso cuando está respaldada por evidencia empírica. Tal es el caso de dos de las figuras más relevantes de la política argentina durante 1916 y 1938: Hipólito Yrigoyen y Agustín P. Justo.
Mi preocupación sobre los orígenes de la industrialización argentina, una labor de investigación de décadas, por simple lógica me llevó a investigar documentos de embajadores, agregados comerciales y militares y cónsules norteamericanos e ingleses, y, por ende, a incursionar en materia política. Hallé estos documentos más verídicos, realistas y honestos que la plétora de trabajos realizados por historiadores revisionistas tanto de izquierda como de derecha, por una sencilla razón: aquellos diplomáticos y agregados deseaban reportar a sus respectivos gobiernos lo que veían en la Argentina factualmente, verídicamente, pues no tenían ningún hueso que roer. En cambio, los revisionistas procuraban demonizar, desacreditar a los gobiernos de los años 30 por meras razones políticas, que los llevaron absurdamente a negar los verdaderos logros en materia económica y social de aquellas épocas. La Argentina de la década de 1930 era un país admirado, respetado, temido y envidiado por sus países vecinos. A nivel cultural, por su grado de alfabetización, y a nivel económico, industrial y militar se hallaba a la cabeza no solo de Sudamérica, sino de toda América Latina. En cuanto a política social se refiere, el país no estaba a la altura de vecinos como Chile y Uruguay. Debemos recordar que Estados Unidos recién llegó a contar con una legislación obrera adecuada en 1933, cuando Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia. Las leyes promulgadas en Estados Unidos eran similares a las promulgadas por Otto von Bismark en Alemania en las décadas de 1880 y 1890. Sin embargo, la Argentina de aquel entonces era, como lo han afirmado autores argentinos y extranjeros, un país opulento. Espero que la presente obra sirva para clarificar tales mitos para poder apreciar mejor a la verdadera Argentina de aquellos tiempos.
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Debo agradecer las atenciones y colaboraciones de viejos y grandes amigos, entre ellos Arne L. Brunner, Ingo Würster, Lorenz Geyer, “Opa” Westphal y Julio Horacio Rubé, quienes generosamente compartieron su valioso tiempo durante la gestación de este trabajo. En especial quiero agradecer la paciente y abnegada dedicación de mi esposa Helene, quien me acompañó en múltiples viajes a los archivos nacionales de Estados Unidos e Inglaterra y al Archivo Histórico del Ejército Argentino.
La dedicatoria de este libro es una y simple: a mi esposa Helene, que hoy nos mira desde el cielo.
Burlington, Carolina del Norte, octubre de 2020
CAPÍTULO 1
La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, 1916-1922
En la mañana del 12 de octubre de 1916, Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical (UCR), tomó el juramento tradicional del cargo ante el Congreso y asumió la presidencia de la Argentina. Después de la ceremonia, Yrigoyen fue transportado en carroza por la avenida de Mayo desde el edificio del Congreso hasta la Casa Rosada. Una multitud jubilosa, enardecida, estimada en cien mil personas, se alineaba a lo largo de esta gran vía. Los hoteles de la zona habían alquilado sus balcones a precios exorbitantes. Los ansiosos espectadores que aguardaban en los tejados y balcones cercanos prorrumpieron en vítores y aplaudieron al ver que la carroza presidencial se aproximaba. Yrigoyen se puso de pie en el carruaje, sonriendo y saludando a la multitud. Un grupo de seguidores entusiastas desengancharon a los caballos y tiraron del carruaje. Buenos Aires celebró la transferencia pacífica del poder de la elite gobernante a la UCR, un nuevo partido político que representaba a las clases medias y trabajadoras. Yrigoyen fue el primer presidente argentino en ser electo bajo la ley 8.871, conocida popularmente como Ley Sáenz Peña. Había sido promulgada por el Congreso el 10 de febrero de 1912, y estableció el sufragio masculino secreto, obligatorio y universal, los principios por los que el partido radical había bregado durante mucho tiempo. 1
Una vez en la Casa Rosada, en una sencilla ceremonia el presidente saliente, Victorino de la Plaza, delegó el mando a su sucesor. Curiosamente, esta fue la primera vez que estos hombres se encontraron, un hecho que no pasó desapercibido para la prensa de Buenos Aires. Ese día, La Nación publicó un artículo en el que señalaba que Yrigoyen no había expresado ningún deseo de reunirse con el presidente De la Plaza, ni haber solicitado detalles sobre el funcionamiento del gobierno. Por primera vez desde 1862, un jefe ejecutivo delegó su cargo a un sucesor sin intercambiar una sola palabra antes de la ceremonia oficial. Irónicamente, Yrigoyen llegó a la Casa de Gobierno mediante el proceso electoral; dada la opción, hubiera preferido llegar a hacerlo a través de una revolución. 2
Rara vez un presidente de la República Argentina asumió el cargo bajo circunstancias más auspiciosas, y rara vez habría un hombre más querido u odiado.
Yrigoyen, el hombre del misterio
Hipólito Yrigoyen, sobrino de Leandro N. Alem, era una figura bastante oscura en ese momento. Nacido en 1852, cursó estudios en una escuela religiosa a los siete años. Poco se sabe de sus años de formación, aunque se dice que trabajó como carrero. En 1872, tal vez en deferencia a la creciente influencia de su tío, fue nombrado comisario para el distrito de Balvanera y fue despedido años más tarde por cometer irregularidades en el proceso electoral. En 1873 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En 1878 fue elegido diputado a la Legislatura provincial de Buenos Aires. En 1880, después de la derrota de Carlos Tejedor, líder del Partido Autonomista, fue electo diputado al Congreso Nacional. No parece haber jugado un papel activo: Yrigoyen se ausentaba constantemente y rara vez participó en debate alguno. 3
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