Stéphane Thibierge - Clinica de la identidad

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Clínica de la identidad. Desde su tesis doctoral la preocupación e interés de Stéphane Thibierge, ha sido y sigue siendo la imagen del cuerpo y sus patologías. Esta imagen corporal que cada uno de nosotros tiene y siente como familiar, y que no es sin embargo, ni simple ni segura. Dos años más tarde, en 1999, St. Th publica un segundo libro, «La imagen y el doble. La función especular en patología» (No traducido al castellano), en el que trabaja la clínica de los fenómenos especulares, apoyándose enormemente en la concepción planteada por Jacques Lacan en su texto sobre el Estadio del espejo."

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La imagen no consiste aquí en una forma determinada por la puesta entre paréntesis del objeto: ella no es i(a). Se trata más bien de una estructura en la cual, habiendo fracasado el nombre en sostener su función de símbolo y de metáfora, deja a la imagen, ya sea junto al objeto, lo que se observa en los momentos de sistematización delirante, o separada de este, en el desmembramiento.

Bajo una u otra de estas dos modalidades, es el objeto quien toma todas las determinaciones de la imagen.

Se ve así como este pequeño síndrome, que le debemos al último periodo de la psiquiatría clásica francesa, prueba tener un gran valor clínico y doctrinal, no solamente en el campo de las psicosis. Ya que nos presenta en estado separado, como si se tratase de un análisis químico, dos elementos, i y a, elementos que nunca encontramos aislados de manera tan clara en la clínica de las neurosis.

Este síndrome saca también a la luz, exponiéndolo de manera muy pura, un hecho que testimonia igualmente la neurosis, pero de forma más oscura y difícil de cernir, debido a la represión: a saber, que es siempre el mismo objeto el que conduce, de manera repetitiva, la búsqueda del neurótico. Pero él, en principio, no puede nunca identificarlo, fuera de la angustia que le indica eventualmente su incidencia. Es a ese precio –no poder identificar el objeto de su deseo– que se mantiene corrientemente el campo del reconocimiento para un neurótico, es decir, lo que llamamos la “realidad” y nuestra propia imagen en la realidad.

CAPITULO 2

Verificación clínica de una descomposición elemental del reconocimiento en las psicosis: el ejemplo del transexualismo.

Acabamos de exponer de qué manera el síndrome de Frégoli permite descomponer en sus elementos el campo que designamos como del reconocimiento. Se trata tanto del registro de la imagen, entendido como eso que se deja reconocer y toma habitualmente sentido para el sujeto a título de la “realidad”. Esta dimensión del reconocimiento o de la imagen se encuentra, como se sabe, radicalmente insuficiente en la psicosis, de manera tal que la presentación de una imagen o de un sentido resulta ser ahí siempre precaria y amenazada. La falta no es aquí del orden del más o del menos, ella es estructural. Es por esto que en una psicosis –cualquiera sea la solidez aparente de ciertos edificios delirantes donde intenta suturarse esa falta– puede producirse siempre un derrumbe completo de las coordenadas imaginarias del sujeto, es decir, de lo que llamamos el reconocimiento 12.

Nos proponemos indicar ahora cómo es posible reencontrar la descomposición elemental que permite el análisis del síndrome de Frégoli en otro síndrome psicótico. Tomaremos el ejemplo del transexualismo, que nos parece prestarse particularmente bien a esta prueba. Podemos efectuar la misma verificación apoyándola en otros síndromes psicóticos en los cuales una identificación del objeto viene en primer plano de modo suficientemente articulado, entiéndase sistematizado. Pensamos en el síndrome de sosias y en el síndrome de Inter.-metamorfosis ya mencionados 13, pero también en el síndrome de Cotard, el síndrome de automatismo mental, o aún en la erotomanía, para no dar sino así algunos ejemplos en una dirección de investigaciones que todavía quedan, en gran parte, por explorar 14.

El síndrome de Frégoli se presenta, lo hemos visto, como un disturbio del reconocimiento de las personas: el sujeto ya no identifica por su nombre propio, a los otros con los que se encuentra, sin tratarse en este caso, de un déficit de la memoria o de un falso reconocimiento en el sentido clásico. A estos nombres propios, él les sustituye siempre, idénticamente, un mismo nombre, el de un perseguidor al que atribuye los fenómenos de desmembramiento y xenopatía del que su cuerpo es objeto. En el caso princeps, la paciente indica que ese perseguidor, como el actor Frégoli, puede revestir el aspecto de cualquiera, sustituyéndose a los otros y actuando así sobre ella con apariencias prestadas.

Así, en el lugar de la imagen, de la apariencia o de la ropa de esos otros con los que él se encuentra, el sujeto es llevado a identificar siempre el mismo. El mismo objeto x, dijimos, recurrente bajo la diversidad de envolturas y que el sujeto va a designar por un solo y mismo nombre propio. En el caso princeps es casi siempre la actriz Robine, que a menudo la paciente fue a ver actuar, que toma prestado esas imágenes que vienen a atormentarla.

Agreguemos que la imagen de su propio cuerpo, según las palabras de la paciente, está modificada por ese x e identificada a él: los fenómenos sensoriales que afectan a ese cuerpo, se encuentran en relación con ciertas modificaciones del cuerpo de la actriz, modificaciones en los ojos y sus párpados. Dicho de otra manera, el nombre de Robine designa algo cuyos efectos actúan sobre un cuerpo que no es exactamente un cuerpo propio, individualizado y particular, puesto que está parcialmente distribuido entre el de la paciente y el de Robine.

Tenemos que vérnoslas entonces con un cuadro clínico en el cual la imagen, aquella que es del otro, la de Robine, la del sujeto –se encuentra parcialmente o totalmente desprendida del nombre propio, para ser remitida a un mismo nombre cada vez. Ese nombre, por ese hecho, ya no es un nombre propio, sino que está proyectado sobre un estatuto de nombre común: ya no tiene la función de excepción individualizante del nombre propio.

En cuanto a la imagen, ella, en este caso, reenvía completamente a otra cosa de lo que caracteriza en principio su función y noción. Cuando hablamos, por ejemplo, de la imagen de nuestro cuerpo, –incluso cuando el estatuto de esta imagen no está determinado como unidad formal de un cuerpo, sino que desarticulado en diversos soportes. La imagen, tampoco admite la dimensión del “semblant”, es decir, de posibles variaciones o de una diferenciación de sí en los límites que permite esta unidad formal 15. Esta imagen, al contrario, reenvía siempre al principio real de los fenómenos que padece la paciente: xenopatía, desmembramiento. Como lo hemos señalado, no es entonces a la imagen como tal que se refiere el nombre que designa a las imágenes de semejantes para la paciente 16, sino, remite a ese x con modalidades reales, actuantes y esparcidas a través de los otros con los que ella se encuentra también en su propio cuerpo.

Vayamos ahora del síndrome de ilusión de Frégoli al transexualismo y a la clínica que este representa.

Se sabe de la importancia de la imagen para los sujetos transexuales. Pero, contrariamente a la dimensión de apariencia o de “semblant” que en principio comporta y que mencionamos más arriba, la imagen es para ellos el modo electivo según el cual intentan asegurar un ser que sea absoluto, es decir: libre de toda división y específicamente de aquella ligada a la diferencia de los sexos. Esta división encuentra en este síndrome la angustia de un desmembramiento del cuerpo emplazado en la clínica, que es tanto más radical y difícil de soportar, ya que en principio no puede ser designado en el registro simbólico, a saber, nombrado. Es por esto que estos sujetos están atados sin recurso al goce de una imagen de la que hablan con gusto, como de un envoltorio, de una vestimenta o de cualquier otro tipo de completitud. Esta completitud, buscada encarnizadamente corresponde muy exactamente a lo que llaman frecuentemente “la mujer”. No son las mujeres las que les interesan, tampoco los hombres, sino el designio de una imagen por fin asegurada en una identidad sin diferencia, fuera del sexo.

Tomemos como ejemplo una observación de Krafft-Ebbing, donde encontramos descrito de manera muy fina y precisa, por el propio sujeto, uno de los primeros casos confirmado de lo que llamaríamos hoy un síndrome transexual 17: “pudiese ser sin sexo”, dice ese sujeto. Es patente que cuando él menciona la apariencia femenina que logra revestir, los vestidos o esa piel “femenina” de la que habla como de un doblez que lo envuelve no designa para nada una apariencia o una imagen en el sentido corriente, a saber, en el sentido en que la imagen participa de un cierto “semblant”. Él apuntala más bien a un ser que estaría fuera de la contingencia. La feminidad es así el nombre que él da a una substancia absolutamente real y no sexuada. Es en lo que no puede apaciguar el aislamiento y el desamparo que él describe, sino llevando sobre sí un pedazo material de esta substancia, ein Stück Weiblichkeit 18, según sus términos, “un pedazo de feminidad” –como una joya o una prenda íntima–, que se preocupa de poder llevar permanentemente.

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