En el segundo capítulo, Agripa afirma que «las mujeres son, en todo, infinitamente superiores a los varones y esto es lo que nos hemos propuesto mostrar aquí de manera que al espíritu no le quepa duda». Es decir, no sólo las mujeres no son inferiores, sino que son superiores a los varones, lo que Agripa pretende probar apoyándose «en buenos autores, en los hechos, en historias ciertas, en razones sólidas, en la autoridad de las santas escrituras y en las reglas del derecho civil y el canónico.» (p. 3), orden en el que de algún modo organiza su libro.
En el tercer capítulo, Agripa insiste desde sus primeras líneas en que la mujer es superior al varón (p. 4): Adán significa Tierra y Eva significa Vida, y la Vida es superior a la Tierra (p. 4), porque «por los nombres puede juzgarse la excelencia de las cosas, que sus nombres les imponen». (p. 4) En otras palabras, Dios ha impuesto «los nombres que les ha dado deben expresar su naturaleza, sus usos y sus propiedades». (p. 4)(116) Agripa remite a las Escrituras , y aporta una serie de ejemplos: Nabal, implica locura; Jesucristo importa la superioridad sobre todos los hombres, san Cipriano muestra cómo las partes del mundo tiene nombres correspondientes (Oriente, Occidente, Septentrion y Medi) (pp. 5-7), entre otros. Por analogía, Agripa sostiene que, según la cabala, el nombre que le fue dado a la primera mujer, es superior al que se le dio al varón. (p. 7-8)
El capítulo cuatro se inicia con un título que declara que «La Mujer es la obra maestra entre las obras de Dios» (p. 8). El argumento probatorio que construye Agripa, remite al orden de la creación, que puede pensarse de manera piramidal: en la base, las primeras creaciones de Dios, en la cúspide las últimas y más magníficas. Como la mujer fue creada después que el varón, es más noble que aquél. (pp. 8-9). Agripa aporta también los pasajes correspondientes del Génesis, y examina la interpretación de San Agustín (p. 9) Dios –afirma Agripa– completó su obra con «la creación del varón y la mujer, que son a su imagen y semejanza. Primero creó al varón y enseguida a la mujer, que fue su última obra», por tanto, es superior, cuya superioridad se manifiesta en su belleza: la obra más perfecta de Dios. (pp.10-11) El mismo argumento se profundiza en el Capítulo V, ratificándose que la Mujer fue creada a la par que los ángeles (pp. 13-15).
El siguiente capítulo (VI) sostiene la excelencia y superioridad de las mujeres en base a la materia de que fueron creadas. En efecto, Agripa sostiene que:
La mujer es todavía superior al hombre por la materia de la que está formada. El hombre, en efecto, ha sido amasado por una materia vil e inanimada; pero la mujer ha sido formada por una materia ya purificada, vivificada y animada por un alma razonable que participa del espíritu divino. (p. 16)(117)
Es decir, el varón es obra de la naturaleza mientras que la mujer lo es Dios. Por esta razón, la mujer es más propiamente que el hombre una imagen de la belleza divina y con frecuencia es más radiante. Porque la belleza no es otra cosa que un rayo de luz de la belleza eterna, repartida entre las cosas creadas. Así, el cuerpo de la mujer es más admirable y está mejor dispuesto. (p. 17) «Alabada sea entonces la belleza de la mujer» afirma en su primer renglón el capítulo siguiente, también dedicado a la cuestión de la belleza, con fuerte impronta neoplatónica. Por ejemplo, la belleza del rostro no hace sino reflejar un alma bella: no se ven «démons» (demonios / daimons ), en las mujeres que no sufren pasiones violentas (p. 20). Luego, Agripa pasa de apelar a argumentos de raíz cristiana a otros claramente vinculados a la mitología greco-latina: Los Dioses se enamoran de las mujeres que a su vez los aman. (p. 21) Y todo, porque la belleza posee un lado espiritual, un lado corporal y un lado en la voz y el discurso. (p. 22) El tema de la belleza se prolonga también en el capítulo VIII, pero ahora queda desplazado por el pudor y la modestia, como cualidades propiamente femeninas: «otra de las ventajas de la belleza de las mujeres es la del pudor que sobrepasa todo lo que pueda decirse». (p. 26) En efecto, sostiene que «se ha visto que las mujeres prefieren la muerte segura antes que mostrarse a los cirujanos /…/» Porque «ellas conservan un amor prodigioso al pudor, hasta los últimos momentos de vida y aún después de la muerte» (p. 27)
Si la parte más noble del hombre es la cabeza y sobre todo el rostro –afirma Agripa en el capítulo IX–, que lo distingue de las bestias y lo acerca a la naturaleza divina, es claro que en los varones se desfigura por el pelo y por la barba; las mujeres tienen cabello suave, y carecen de barba, además nunca se quedan calvas. (p. 28) Por tanto el rostro de las mujeres es más agradable. Curiosamente Agripa introduce en este mismo capítulo y en el siguiente el tema de la sangre. La naturaleza –sostiene– ha dotado a las mujeres de la ventaja de su purificación. Cada mes, en un tiempo regular, se purgan de manera intensa y secreta (p. 29), a partir de los diez años (p. 34) En esto vemos –continúa Agripa– cómo la naturaleza ha preferido a las mujeres, dándoles la más grande capacidad que un ser humano pueda tener: la de gestar. Acepta la teoría de la materia y del semen femenino, como nutrientes del feto y debido a ello, los niños se parecen más a sus madres que a sus padres (pp. 30-31).(118) Asimismo, considera que los niños heredan de sus madres la sabiduría y la fortaleza de espíritu, lo que apoya con varios ejemplos. (pp. 31-32). Una extensión de la capacidad de gestar –tal como lo entiende Agripa– es la ternura y el cuidado: «la mujer es más hábil y más pronta que el varón para servir y cuidar a un enfermo, sea porque la leche de la mujer es un remedio muy potente que es capaz de restituir la salud a aquellos prontos a morir.» (p. 33)
La naturaleza se complace en multiplicar los prodigios de las mujeres –agrega Agripa–, si hemos de creer lo que los filósofos y los médicos han escrito, produciendo efectos supremos, pues ha recibido el admirable privilegio de contar con remedios potentes contra todas las enfermedades, sin necesitar nada más allá de sí misma. A la serie de ejemplos basados en hechos de la Virgen María, Agripa agrega nuevas consideraciones sobre la procreación: «incluso –afirma– entre los animales, algunas hembras pueden concebir sin macho», exponiendo a continuación una curiosa teoría que sostiene que el viento propaga el esperma e insemina a las hembras (pp. 38-39).(119)
Pero por sobre todas las cosas –y aquí Agripa apela nuevamente a la tradición hermética clásica– el uso de la palabra conlleva inmortalidad. (Capítulo XII, p. 39) En este caso, también las mujeres hablan con mayor delicadeza, suavidad y gracia que los varones; son ellas las que gobiernan el uso de la palabra (como los varones las armas). (p. 40)
Por esas cualidades, al inicio del capítulo XIII, sostiene que «la mujer es la felicidad del varón», transcribiendo para apoyar sus dichos algunos proverbios de Salomón y del Eclesiastés. (p. 41) «la mujer es entonces la última y mayor perfección de su marido, su felicidad, su bendición y su gloria; y como dijo san Agustín, la más perfecta sociedad que un varón pueda tener» (p. 42).
El capítulo XIV está dedicado a mostrar cómo la mujer es mejor porque es menos culpable de pecado que el varón. Agripa vuelve al texto bíblico y a la prohibición de Dios de comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. (p. 43) El argumento no deja de ser ingenioso si no forzado: Dios prohíbe al varón, que desobedece; Eva, en su ignorancia, también desobedece, pero sin saber que lo está haciendo. El pecado, entonces, se transmite por «los padres», no por «las madres», de ahí que deban ser circuncidados. (p. 43) Caben varias observaciones al respecto: entre otras, es preciso señalar el desplazamiento que se produce en francés de «padres» en el sentido de progenitores varón y mujer a «padres» en el sentido de progenitores varones solamente. La segunda observación, es la estratagema a la que apela Agripa al suponer que Eva ignora que Dios le ha prohibido a Adán comer de tal Árbol. Si hoy en día la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, según Agripa, la ignorancia del mandato exculpa el pecado y hace de Eva un ser inocente. (p. 44) Dios quiso –alega Agripa– que el sexo que pecó expiara su pecado y que el sexo engañado fuera vengado. (p.45) Por esa razón –poco convincente– se instituyó el orden sacerdotal para los varones y la carga de la iglesia pesa sobre sus hombros (pp. 46-47)
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