Según le parece a la Duquesa, las funciones específicas de la Dama son, además de «[...] saber regir la hacienda del marido y la casa y los hijos, si fuere casada», que de
/…/ ninguna cosa tenga tanta necesidad como de una cierta afabilidad graciosa, con la cual sepa tratar y tener correa con toda suerte de hombres honrados, tiniendo con ellos una conversación dulce y honesta y conforme al tiempo y al lugar y a la calidad de aquella persona con quien hablare. (p. 294)
Por tanto, la Dama de Palacio debe, ante todo, ser una buena administradora de la casa y de la hacienda del marido, ámbito en el que se incluye el cuidado y la crianza de los niños. Mas si tuviere que actuar en la corte, habría de adecuar su comportamiento al «principio de la gracia» mostrándose honesta en su conversación y capaz de entretener a toda clase de hombres. Según Torres Corominas, quedan ilustradas las modificaciones semánticas que se operan en la adaptación «en femenino» de los valores y cualidades presentados para el perfecto Cortesano en los dos primeros libros de la obra.(79)
Al día siguiente, la controversia filosófica se reanuda de forma «apropiada» para el espacio cortesano en que se desarrolla.(80) Como advierte nuevamente, Torres Corominas, a la «gallardía varonil» del Cortesano, los contertulios oponen en la Dama una «delicadeza tierna y blanda», que conlleva el desplazamiento del valor semántico de la «gracia» al campo de lo «agraciado», de la «hermosura», de la «honestidad» y de la «reputación».(81) Julián el Magnífico inicia su discurso con esta afirmación:
Tengo licencia de formar esta Dama á mi placer, no solamente no quiero que use esos ejercicios tan impropios de ella, pero quiero que áun aquellos que le convienen los trate mansamente. (p. 299)
Antes de proseguir con el tema del amor, retengamos la expresión de Julián de «formar esta Dama á mi placer». Ahora bien, tras presentar Julián algunos hechos notables de Damas de Cortes (capítulos III y IV), como hemos señalado, se dialoga sobre el «arte de servir» al rey y el «arte de competir» contra los demás cortesanos, para pasar en el tramo final del Libro III, a ofrecer un pequeño «Arte de amar» como parte sustancial del retrato de la Dama de Corte (capítulos V y VI). El último capítulo del Libro III, brinda entonces «algunos avisos para que el Cortesano sepa traer secretos sus amores». (p. 399)
El amor entra por vez primera en escena de modo anticipatorio en el discurso de Pietro Bembo, a través de una casuística de «situaciones» de diversa índole. En los dos primeros libros, Castiglione procede de los principios generales a los casos particulares, y concluye su dibujo de la perfecta Dama de palacio con la «pragmática» de un arte de amar, que debe permanecer escondido siguiendo la regla de «aquel verdadero arte que no parece ser arte». Muy teatralizadamente, hay un arte para ganar el amor, para declararlo, para mantenerlo, para batir a los rivales, para guardarlo en secreto…. En definitiva, El Cortesano produce, en la clausura del tercer libro, una suerte de breve y coherente estructura formativa basada en un ars amandi en corte :(82) El modelo del «amor» es de tipo platónico, aunque muy probablemente se trate de la influencia de las lecturas platonizantes de Ficino o, incluso, de Pico Della Mirandola.(83) Se entiende entonces, que «amor» no implique reciprocidad entre los enamorados, sino «elevación» del amante a la amada, como en el amor cortés. La huella del cristianismo, muy probablemente, puede detectarse en la heterosexualidad explícita de los enamorados. Sea como fuere, Emilia Pía sostiene que
Quien comienza a amar –respondió Emilia– debe tambien comenzar á obedecer y á conformarse totalmente con la voluntad de la persona a quien ama, y con ella gobernar la suya, y hacer que sus deseos sean sus esclavos y que su misma alma sea como sierva que no piense jamás en transformarse, si posible fuese, en la cosa amada y esto ha de tener por su mayor y más perfecta bienaventuranza, por que asó lo hacen los que verdaderamente aman. (p. 386)
Podemos presumir que la intervención de Emilia Pía responde al planteo de Juliano el Magnífico: formar esta Dama á mi placer supone de parte de la Dama obedecer y conformarse totalmente a la voluntad de la persona a quien ama , aunque se «deba tener en cuenta la opinión de la Dama». (p.394) No se consigna una afirmación de reciprocidad del Cortesano respecto de la Dama, ni aparece en la formación del Cortesano más obediencia que a su rey.
El otro argumento que aporta Emilia al diálogo (y que encontraremos también en Agripa) es de carácter filológico, y se refiere al género de dos sustantivos: el vicio es masculino y la virtud es femenina.(84) Curiosamente, nada dicen los contertulios de qué sucede en aquellas sociedades cuyas lenguas no adjudican género a los sustantivos (como el inglés, por ejemplo). Volveremos sobre este tema en nuestro último apartado.
Castiglione, por su parte, reafirma en El Cortesano la clara conciencia de presentar una obra educativa que está llevando a cabo un cambio profundo en la estructura social, a la par que laiciza buena parte de las costumbres. Enseña cómo participar de la vida de los Señores y de los Ciudadanos en continuo fervor de actividad práctica (industria, comercio, poder, riqueza). Escribe para seres amantes de la vida, consagrados a buscar y a disfrutar las alegrías y las comodidades de la existencia. Como trasfondo permanece presente el concepto de armonía entre todos los elementos físicos y espirituales y el de libertad interior, accesibles a través del estudio de las lenguas y la cultura clásicas, con fuerte impronta de las Escuelas postaristotélicas. El Cortesano dirige su mirada a la antigüedad ateniense o romana, como a una existencia ideal. Pero aun remitiéndose a ese modelo remoto, se plantea en la plena luz del presente fines concretos, a los que debe aplicarse una educación humanista que vaya configurando un ordenado equilibrio.
En suma, sin pretensiones de exhaustividad –la riqueza de la obra merece estudios más significativos que esta presentación– Baltazar Castiglione perfila en El Cortesano un camino por el cual se puede llegar a una perfecta asimilación de la cultura, en una medida armónica, que se expresa exteriormente en la actitud de la «gracia», produciendo una notable síntesis entre la cultura clásica grecorromana, la caballeresca y los ideales vitales que mueven el Renacimiento como puerta de entrada a la modernidad. Aun así, permítasenos marcar al menos dos aspectos significativos en el apartado siguiente (y último) de este capítulo.
Las Damas en su lugar
La nueva formación cultural, como vimos, no puede ser ajena a la educación del Cortesano y de la Dama. Como vimos, el Libro III está dedicado a la Dama de Palacio y sus virtudes. Por tanto, a la pregunta platónica de si es posible enseñar la virtud, la respuesta contundente del El Cortesano es que sí. Según Castiglione no hay deseo o capacidad innata que no pueda convertirse intrínsecamente en un terreno virtuoso; cada una de las facultades, adecuadamente asimilada y dirigida, puede hacerse virtuosa. Por tanto, acepta la necesidad de configurar un hábito perfecto tanto en los Cortesanos y en las Damas, para conducirse en la vida. Como las virtudes pueden aprenderse, y considera que es verdaderamente así, porque nacemos dispuestos a recibirlas tanto como los vicios, Castiglione afirma (aristotélicamente) que se forman en nosotros por hábito, por costumbre. Así, como en Sartre, primero hacemos obras de virtud o de vicio, y luego, en consecuencia, somos virtuosos o viciosos. Castiglione concede tanto a Caballeros cuanto a Damas igualdad en su capacidad de educación y de refinamiento. Desde el punto de vista de su formación, ambos pueden por igual aprender música, arte, componer versos, u otros conocimientos. Sin embargo, en su presentación reconocemos algunos límites significativos. En primer término, tal como sucede en el caso de la obra de Christine de Pizán, la referencia a “la Dama”, como figura paralela a la del “Cortesano”, supone una clasificación por rango, que nada dice de las demás mujeres y varones en general. En otras palabras, todo criterio de igualdad está contenido en un sistema piramidal, aún feudal y estamentario, que restringe la educación, la virtud y la gracia sólo al estamento más elevado. No se trata aún de igualdad entre varones y mujeres, como veremos que sucederá más tarde.
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