En suma, en ese «encuentro dialógico» de cuatro extensas jornadas, todos los caballeros y todas las damas son invitados a dilucidar ¿qué es un buen cortesano, y qué lo caracteriza frente a los demás hombres? ¿Qué es una dama de corte y qué cualidades debe ostentar? El diálogo tiene un fin pedagógico, que comparten damas y cortesanos, al parecer por igual. Pues bien, ¿A quién llamar «cortesano»? Antes que nada, como lo leemos en Menéndez Pelayo, el cortesano era un caballero.
Castiglione, portavoz más importante del amor y de las costumbres renacentistas, parece escribir su obra guiado por una idea-eje: ¿Cómo debe comportarse un caballero en una corte? El largo texto, escrito a modo de respuesta, retiene dos rasgos básicos de Dante: la separación del amor y de la sexualidad y la alegorización del tema del amor.(67) La obra se convirtió de ese modo en guía de un proyecto ético-pedagógico que da cuenta del paso del caballero al cortesano; del hombre de guerra al hombre de corte. Y, por extensión, de un orden social a otro. De modo que un cortesano debía cultivar virtudes morales, mantener buenas costumbres, saber comportarse en relación con los demás –damas y caballeros–, y además mostrarse como ejemplo de cortesía y de savoir faire en el ámbito de la corte con refinamiento, cultura e ingenio mundanos. Aunque, como bien apunta Torres Coromidas, «el nacimiento del cortesano como arquetipo nunca podría haberse gestado sin la previa configuración de un sistema de corte ».(68) Es decir, de un sistema social característico de las monarquías europeas del Antiguo Régimen, donde las funciones políticas de la aristocracia se habían alterado debido a los cambios producidos a finales de la Edad Media «en el juego de interdependencias establecidas entre nobleza y monarquía».(69) Castiglione mismo era un hombre de armas (un caballero), dotado para la gestión diplomática y con una rica formación literaria y humanística, al punto de dominar las reglas del discurso, tal como las había fijado Cicerón, convirtiéndose en consecuencia él mismo en «un Cortesano Perfecto».
A la sombra del caballero
Según Torres Corominas, la cortesía en el trato, el servicio a la Dama o la cordura en las acciones personales –propias del ideal caballeresco– mantuvieron su vigencia en tiempos del cortesano con leves modificaciones, y pasaron a formar parte del arquetipo del moderno gentiluomo que perfila Castiglione. (p. 1196)
En ese sentido, al elegir el diálogo –como molde literario– para verter un contenido claramente pedagógico, Castiglione se aleja del tratado teórico, y marca una cierta alianza tácita con el modelo platónico. De ese modo puede introducir distintas voces a través de las que filtra sutilmente su propio pensamiento, que los contertulios ponderan o, a veces, contradicen, pero sin apartarse del eje principal de la exposición: ¿Qué es un perfecto cortesano, una perfecta dama de palacio, y un perfecto príncipe del amor?(70) De ese modo, siempre según Torres Coromidas, se proyecta nítidamente la sombra del caballero sobre la figura del cortesano, a quien aporta dos de sus rasgos principales: el «buen linaje» y el «ejercicio de las armas». Junto a sus atributos tradicionales, se incorporan al modelo la fortaleza y la lealtad, se gradúa la «fiereza» y la destreza militar, y se describe su «viveza y gallardía, graciosamente» exhibida para ganar reputación y fama. Todas esas cualidades pasan de modo atemperado a la vida cortesana: se debe tener «braveza» pero sin «aquella ferocidad con que suelen amenazar los soldados». Castiglione expone así con claridad la necesidad de educar a los «feroces caballeros» para que puedan vivir en palacio. Es decir, El Cortesano configura la idea del nuevo hombre renacentista. Se trata de un modelo de gentilhombre a imitar, y como tal está mencionado en numerosas obras de la época.(71) Por eso también Castiglione pone en boca de «una gentil dama» que
/…/ un caballero que agora yo no quiero nombrar; el cual, siéndole por ella pedido que danzase, y no quiriendo él aquello ni oír música ni otra ninguna cosa de las que suelen usarse entre hombres de corte, diciendo que no se pagaba de aquellas burlerías /…/.
La señora le preguntó qué «se pagaba», y él respondió «yo, de pelear».
Díxole ella entonces, con una buena risa, pues luego agora que no hay guerra ni hay para qué seais, yo agora sería de parecer que os concertasen y os untasen bien y, puesto en vuestra funda, os guardasen con los otros arneses para cuando fuésedes menester. Y con esto dexóle en su necedad, con mucha burla que hicieron todos dél. (pp. 129-130)
Se sigue de este relato –como sostiene Torres Corominas– una suerte de función educativa de la Dama; una «domesticación» del fiero caballero para hacer de él un refinado cortesano.
Precisamente, la costumbre de reunirse casi todos los días Damas y Caballeros para establecer juegos y diálogos compartidos muestra su función civilizatoria que, con el tiempo, desembocará en las reuniones intelectuales de los Salones Literarios y en la propagación de las nuevas ideas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Esos «juegos sociales» de la Primera Dama de Urbino poseían un tono socrático-platónico. Incluso, la obra de Castiglione en su conjunto lo es, y puede leérsela como cualquiera de «los bellos diálogos de Platón». Más aún, algunos estudiosos señalan que la palabra «aristotil» con que se alude a Aristóteles guarda cierto desdén en beneficio de posiciones platonizantes.(72)
Las virtudes morales
En El Cortesano es importante la idea de la virtud. Aunque se dice que la virtud no es suficiente si la opinión ajena no es positiva: se debe ser bueno y también aparentarlo. El cortesano debe causar buena impresión, porque ser cortesano implica también un proyecto.(73) De manera que, como vimos, se le deben exigir algunas virtudes; entre ellas, la temperancia, virtud de origen ciceroniano, decisiva para la formación del ethos del individuo. También, la modestia del viejo ideal caballeresco de las cortes medievales: «ser arrogante con los poderosos y humilde con los débiles», claves del viejo compromiso feudal. Por eso, el cortesano no solo es, por un lado, lector de poesía y narrador de historias, sino que debe poder escribir en prosa y en verso, en latín y en vulgar, tanto para deleite propio, como para pasatiempo de las damas.(74) Además, en consonancia con el modelo antropológico establecido a lo largo de El Cortesano , Castiglione propone el dominio de las pasiones, su sometimiento a la razón, para sublimarlas en un dulce y atemperado sentimiento que asciende hasta las fuentes de la belleza a través de un movimiento contemplativo y espiritual, en una relación honesta y decorosa –moralmente aceptable– donde jamás el caballero habría de exigir a su amada la concesión de «dones» contrarios a la «virtud».(75) Además, debe poseer algunas habilidades propias de la época: familiaridad con algún instrumento musical, dominio del dibujo y la pintura, en la relación social debe ser cauto y contenido, no cobrar fama de mentiroso o vano, no demostrar innecesariamente su ignorancia en algún punto. Incluso en el vestido debe mostrar decoro. El vestido del cortesano debe ser negro en las ceremonias importantes, pero colorido en los juegos, torneos, y disfraces.
El cortesano de Castiglione –como sostiene Agnes Heller– no es realmente un cortesano. Es sobre todo un sabio estoico-epicúreo que más que gobernante es educador; más precisamente un tipo ideal de educador.(76) Su figura se sintetiza a partir de las características que los miembros del grupo van aceptando, en tanto las consideran auténticas y hermosas a lo largo del diálogo. Es además un pedagogo que enseña por medio del ejemplo. Según Heller, se trata de una personalidad autónoma que vive su vida en el mundo socio-político, con una capacidad es polifacética y un comportamiento agradable y gentil. Al mismo tiempo es «iluminador» en un sentido socrático. Enseña cosas relativas al bien y al mal, compartiendo cierta confianza en el racionalismo ético: el conocimiento del bien supone obrar bien. Sin embargo, en el libro IV sostiene:
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