—En circunstancias normales, yo sería más alegre y condescendiente contigo, pero ahora tengo otras preocupaciones. Debo buscarme un nuevo alojamiento. Luego, ir a trabajar. No puedo permitirme una ausencia en mi empleo. Soy trabajadora por cuenta propia. ¡Recientemente he abierto un pequeño negocio! ¡Es tan maravilloso!
—¿Y qué tipo de negocio es? —preguntó con curiosidad el hombre elegante.
—¡Un atelier para el diseño de almohadas exclusivas! —respondió ella llena de orgullo.
Él no pudo esconder su deleite. Finalmente, había encontrado a una mujer hermosa, muy dispuesta para los negocios y, encima de eso, con inclinaciones artísticas.
Incesantemente llegaban tranvías, se detenían y, antes de seguir de largo, soltaban un chorro de pasajeros que desaparecían con prisa en todas direcciones.
El hombre elegante se puso en pie, tomó las bolsas de ella y le dijo con alegría:
—¡Ven conmigo, quiero acompañarte hasta tu atelier! ¡Tomaremos un taxi!
Caminó hasta la esquina, donde justo en ese instante había arribado un taxi para dejar pasajeros. Los dos entraron al automóvil, cargaron las bolsas en las piernas y el perro se sentó feliz entre ambos.
Durante el trayecto, el hombre elegante hizo algunas llamadas telefónicas y ella aprovechó para observarlo exhaustivamente de soslayo.
«Esta mañana empezó de una forma terrible, pero parece que va a acabar como un cuento de hadas», dijo para sí.
Él, por supuesto, notó que ella lo escrutaba profundamente y pensó: «Ajá, parece que ahora muestra algún interés. ¡Ojalá no haga o diga yo algo equivocado!».
El taxi se detuvo delante de una casa de tres pisos, situada en una calle con muchos árboles a izquierda y derecha. El hombre elegante pagó el taxi. La joven abrió la puerta de una diminuta tienda y desapareció en el fondo. Él la siguió, pero se detuvo a esperarla en la parte delantera, que era una especie de sala de muestras.
—Debo cambiarme de inmediato estas ropas mojadas y entonces haré un té de menta para nosotros. Por favor, siéntete libre para echar mientras una mirada en derredor —llegó la voz de ella desde la trastienda del inmueble.
Él se puso a caminar por la sala, inspeccionando las maravillosas decoraciones de las almohadas de todas las formas y tamaños. Se sentía en el paraíso.
Desde la trastienda llegó su voz:
—El té está servido. Por favor, pasa.
La habitación trasera era en sí su atelier, presidido por una enorme mesa de trabajo. Dos paredes estaban llenas de un sinnúmero de perchas, con almohadas a un lado y muchas cintas, tejidos, botones y artículos decorativos al otro. La tercera pared estaba repleta de bocetos. Y, frente a la cuarta pared, descansaba una máquina de coser en una mesa. Al lado, un pequeño espacio que servía de cocina y, en un extremo, lo que venía siendo una minioficina con su computadora.
Ella estaba de pie delante de la gran mesa. Se había puesto un pulóver de cachemira azul, tan largo que casi le cubría las rodillas, unos pantalones vaqueros negros y botines hasta los tobillos. Su pelo largo estaba recién peinado y le caía sobre los hombros. Los ojos azules contrastaban muy bien con el pulóver de cachemira. Se veía sumamente hermosa. Él quedó mudo, consternado y feliz.
Le sirvió primero a él una taza del delicioso té y luego llenó una para ella. Quedaron por un tiempo allí de pie, mirándose y tomando sorbos de la infusión.
Luego, ella rompió el silencio diciendo:
—Existe un refrán que reza que uno no debe saltar a una próxima relación si aún no se ha recuperado totalmente de la anterior. La sabiduría popular afirma que primero se debe terminar lo pendiente. Ahora bien, en mi caso, habrá un divorcio y los trámites podrán demorar tal vez algún tiempo; pero la relación en sí está más que acabada desde hace mucho a causa de las repetidas infidelidades por parte de mi pareja.
Un ruido fuerte llegó desde la entrada, al tiempo que una voz profunda gritaba:
—¡Aquí tienes tus estúpidas porquerías, del resto puedes ir olvidándote!
Los dos, con las tazas de té en la mano, se encaminaron hasta la habitación delantera. Allí estaba de pie un hombre con unos vaqueros desgastados y una chaqueta de cuero. Tenía el rostro colérico y muy cerca de él reposaban dos grandes maletas.
Pareció quedarse totalmente en shock cuando la vio aparecer en aquel sitio en compañía del hombre elegante, tomando tranquilamente un té y mirándolo con una sonrisa.
—¿Qué estás haciendo aquí en tu atelier con este petimetre? ¿Es acaso un seguidor de las tendencias más exclusivas de la moda? ¿Qué rayos es esto? Te quejas de continuo de mis pequeñas escapadas con alguna que otra mujer, pero tú calladamente tienes encuentros a escondidas con ardientes caballeros. ¡Esto es increíble! —gritó el hombre en la habitación y furiosamente expulsó el aire que parecía acumularse en sus mejillas.
El hombre elegante dio un paso adelante y comenzó a explicarle:
—Usted tiene que saber que nosotros apenas nos hemos conocido esta mañana en el tranvía, cuando por azar el perro de su esposa compró a través de mi tableta 1.000 acciones de Essb7plusC. Precisamente ahora nosotros nos estamos poniendo de acuerdo en cuanto a los detalles de la custodia de esa cuenta abierta por el perro.
Silencio total. El colérico hombre paseaba la mirada de su esposa al hombre elegante y viceversa. Era obvio que no entendía una palabra. Se sentía incómodo e incluso estupefacto ante ellos. Probablemente, hasta pensaba que los dos se habían vuelto locos.
Levantó los brazos a la altura del pecho como si quisiera protegerse a sí mismo y, muy despacio, comenzó a caminar hacia atrás. Ya en la puerta, se detuvo un momento.
—Mira, yo no quiero armar ningún problema, puedes pasar por el resto de tus cosas cuando quieras y hacer con tu parte del mobiliario lo que estimes más conveniente. Les deseo lo mejor a los dos y espero que nuestro divorcio salga rápido. ¡Adiós! —dijo y desapareció a toda prisa.
Los dos, más el perro, quedaron allí en medio de la habitación, cerca de las dos maletas. Él la miró y sonrió. También ella lo miró y también sonrió.
Caminó hacia él, lo besó y le dijo:
—¡Nuestro perro es un fabuloso comprador de acciones y también un excelente casamentero, un todo en uno!
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