Christine Feehan
Lluvia Salvaje
Leopardos 02
La pequeña lancha se iba desplazando lentamente en los rápidos del río a un paso que permitía al grupo de viajeros ver el bosque circundante. Miles de árboles competían por espacio, tan lejos como alcanzaba la mirada. Vides trepadoras y plantas colgantes, algunas barriendo la superficie del agua. Loros de brillantes colores, loros arcoiris australianos y martines pescadores revoloteaban continuamente de rama en rama, de modo que el follaje parecía estar vivo con el movimiento.
– Aquí todo es tan hermoso -dijo Amy Somber, volviéndose desde los bosques a mirar a los otros-. Pero todo en lo que puedo pensar es en serpientes, sanguijuelas y mosquitos.
– Y la humedad -añadió Simon Freeman, desabrochando los dos botones superiores de su camisa-. Siempre estoy sudando igual que un cerdo.
– Esto es opresivo -estuvo de acuerdo Duncan Powell-. Me siento como si me estuviera asfixiando.
– Qué extraño -dijo Rachael Lospostos. Y era extraño. La humedad no la molestaba en absoluto. Los abundantes árboles y las vides trepadoras hacían que la sangre cantase a través de sus venas, haciéndola sentir más viva que nunca. Levantó la pesada mata de espeso cabello negro de su cuello. Siempre lo había llevado largo en memoria de su madre, pero lo había sacrificado por una muy buena causa, salvar su propia vida-. Realmente adoro esto. No puedo imaginarme a alguien lo bastante afortunado para vivir aquí -intercambió una pequeña sonrisa de camaradería con Kim Pang, su guía.
Él indicó con un gesto hacia el bosque y Rachael captó un vistazo de una ruidosa tropa de macacos de cola larga que saltaban de árbol en árbol. Sonrió cuando oyó el raspado canto de las cigarras que chupaba la savia, incluso sobre el rugir del agua.
– A mí también me gusta esto -admitió Don Gregson. Era el reconocido y respetado líder de su grupo, un hombre que visitaba a menudo el bosque pluvial y reunía fondos para los suministros médicos que eran necesarios en la región.
Rachael miró fijamente el rico y exuberante bosque, el deseo crecía en ella como una fuerza que la estremecía. Oyó la continua llamada de los pájaros, de tantos de ellos, viéndolos volando de rama en rama, siempre ocupados, siempre en vuelo. Tenía un desesperado deseo de lanzarse del barco y nadar hasta desaparecer dentro del oscuro interior.
El barco sorteó una ola particularmente picada y la lanzó contra Simon. Ella siempre había tenido una buena figura, incluso de niña, desarrollándose rápidamente con exuberantes curvas y un generoso cuerpo de mujer. Simon la apretó cerca de él cuando la cogió caballerosamente, sus senos se aplastaban contra su pecho. Sus manos se deslizaban innecesariamente hacia abajo por su columna. Ella le clavó el pulgar en las costillas, sonriendo dulcemente mientras se apartaba de sus brazos.
– Gracias, Simon, parece que las corrientes se están volviendo más fuertes -no había enojo en su voz. Su expresión era serena, inocente. Para él era imposible verla arder de rabia ante la manera que aprovechaba cada oportunidad para tocarla. Ella miró a Kim Pang. Él lo vio todo, su expresión era casi tan tranquila como la de ella, pero había notado la posición de las errantes manos de Simon-. ¿Por qué se está volviendo tan salvaje y agitado el río, Kim?
– Llovió río arriba, hay muchas inundaciones. Se lo advertí, pero Don consultó con otro y le dijeron que el río era navegable. Cuando consigamos ir más lejos río arriba, veremos.
– Pensé que estaban llegando una serie de tormentas -se defendió Don-. Comprobé el tiempo esta mañana.
– Sí, el aire huele a lluvia.
– Al menos con el viento soplando tan fuerte, los insectos nos dejarán en paz -dijo Amy-. Estoy esperando el día en que no tenga cincuenta picaduras sobre mí.
Había un enorme silencio mientras el viento tironeaba de sus ropas y azotaba a través de su cabello. Rachael mantuvo su mirada sobre la orilla y los árboles con sus ramas alzadas a las viajeras nubes. En un momento vio una serpiente enroscada alrededor de una rama baja y otra vez un descolorido murciélago volador colgando en los árboles. El mundo parecía un rico y maravilloso lugar. Un lugar lejos de la gente. Lejos de los engaños y la traición. Un lugar en el cual uno quizás fuese capaz de desaparecer sin dejar rastro. Ese era un sueño que le gustaría se hiciese realidad.
– La tormenta se está acercando. Tenemos que refugiarnos rápidamente. Si nos alcanza en el río, podríamos ahogarnos todos -Kim comunicó la siniestra advertencia, sorprendiéndola. Había estado tan absorta en el bosque que no había prestado atención al oscurecido cielo y a las amontonadas nubes.
Un colectivo grito de alarma pasó a través del pequeño grupo e instintivamente se apretaron unos contra otros en la potente lancha, esperando que Kim pudiera llevarles río arriba antes de que estallase la tormenta.
Se disparó una oleada de adrenalina a través del flujo sanguíneo de Rachael, disparando una rápida esperanza. Esta era la oportunidad que había estado esperando. Levantó la cara al cielo, olió la tormenta en el salvaje viento y sintió las gotitas sobre su piel.
– Ten cuidado, Rachael -le advirtió Simon, tirando de su brazo, intentando sujetarla sobre los bordes del barco mientras remontaban las picadas aguas río arriba hacia el campamento. Él tenía que gritar las palabras para hacerse oír por encima del rugido del agua.
Rachael le sonrió y obedientemente regresó al barco, no deseaba parecer diferente de ninguna manera. Alguien estaba intentando matarla. Quizás, incluso Simon. No estaba dispuesta a confiar en nadie. Había aprendido la lección de la manera difícil, más de una vez antes de que esto la hundiera, y no estaba dispuesta a cometer otra vez los mismos errores. Una sonrisa y una palabra de advertencia no significaban amistad.
– Ojala hubiésemos esperado. No sé por qué escuchamos a ese viejo decir que hoy era el mejor día para viajar -continuó Simon, gritando las palabras en su oído-. Primero esperamos durante casi dos días claros porque los presagios eran malos y después con la palabra de un hombre sin dientes simplemente nos subimos a la lancha como si fuésemos ovejas.
Rachael recordaba al anciano con sospechosos ojos y grandes huecos donde deberían haber estado sus dientes. La mayoría de las personas que conocieron eran amistosas, más que amistosas. Sonriendo y siempre dispuestos a compartir todo lo que tenían, la gente a lo largo del río vivía simplemente con total felicidad. El anciano la había incomodado. Los buscó, hablando con Don Gregson en la salida a pesar de la obvia renuencia de Kim Pang. Kim casi se había echado atrás en lo de guiarlos al pueblo, pero la gente necesitaba la medicina y las guardó cuidadosamente.
– ¿Es la medicina moneda de pago para los bandidos? -gritó la pregunta a Simon por encima del ruido del río.
Los bandidos eran famosos por ser de lo más común a lo largo de los sistemas fluviales de Indochina. Habían sido advertidos por más de una amigable fuente de que tuvieran cuidado cuando continuaran río arriba.
– No sólo la medicina, sino que nosotros también lo somos -confirmó Simon-. Ha habido un rastro de secuestros por algunos de los grupos rebeldes para supuestamente recaudar dinero para su causa.
– ¿Cuál es su causa? -preguntó Rachael con curiosidad.
– Hacerse ricos -Simon se rió de su propia broma.
El barco se movió a sacudidas sobre el agua, sacudiéndolos a todos, salpicando espuma del agua en sus caras y pelo.
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