Christine Feehan - Lluvia Salvaje

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¿Qué ha hecho ella? Con una nueva identidad, una muerte simulada y una oportunidad de huir de la traición que la acecha, Rachael ha escapado de un asesino anónimo. Ahora, a miles de millas de su casa, bajo el lujurioso dosel de la selva tropical, encuentra refugio.
¿Dónde se puede esconder? En este mundo de extrañas criaturas camina el más exótico de todas ellas. Su nombre es Río. Un nativo del bosque lleno de fuertes destrezas… alguien para ser deseado. Poseído por sus propios secretos, es digno de ser temido.
¿En quién puede confiar? El pasado de Rachael amenaza tan opresivamente como el calor del bosque, y cuando Río libera los secretos instintos animales que corren por su sangre, Rachael teme que su aislado refugio se haya vuelto un infierno inevitable…

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– Odio este lugar -se quejó Simon-. Odio todo lo que tiene que ver con este lugar. ¿Cómo podrías querer vivir aquí?

– ¿En serio? -Rachael miró hacia la selva cuando se apresuraron. Enormes árboles, tan enmarañados juntos que ella no podía distinguir uno del otro, pero parecían invitantes. Un refugio. Su santuario-. Para mí es hermoso.

– ¿Incluso las serpientes? -el barco cabeceó salvajemente y Simon se agarró a un asidero para no salir lanzado por la borda.

– Hay serpientes en todos los sitios -replicó Rachael suavemente, incapaz de oír por encima del rugido del agua.

Ella había tenido cuidado al desaparecer de su casa en los Estados Unidos, había planeado cada paso cuidadosamente, con paciencia. Sabiendo que era observada, había ido casualmente al departamento de ropa y había pagado una enorme suma a una extraña para que saliera llevando sus ropas, gafas oscuras y chaqueta. Rachael prestó atención a los detalles. Incluso los zapatos eran los mismos. La peluca era perfecta. La mujer dio una vuelta lentamente a lo largo de la calle, miró escaparates, eligió una enorme tienda, se cambió de ropa en los probadores, alejándose mucho más rica de lo que jamás se había imaginado. Rachael había desaparecido sin dejar rastro en ese momento.

Compró un pasaporte y un DNI con el nombre de una mujer hacía tiempo fallecida y se marchó a un Estado diferente, uniéndose a un grupo de misioneros en un viaje de ayuda a las remotas áreas de Malasia, Borneo e Indochina. Había conseguido escapar de los Estados Unidos sin que la detectaran. Su plan había sido brillante. Excepto porque no funcionó. Alguien la encontró. Dos días antes se había encontrado una cobra en su habitación cerrada. Rachael sabía que eso no era una coincidencia. La cobra había sido dejada en su habitación a propósito. Incluso había tenido suerte de verla antes de que tuviese oportunidad de morderla, pero ella sabía que no tenía que depender de la suerte. Alguien a quien conocía podía ser un asesino a sueldo. No tenía otra opción que no fuese morir, y la tormenta proveía la oportunidad perfecta.

Rachael estaba cómoda en un mundo de decepción y traición. No conocía otro modo de vida. Sabía que era mejor no depender de nadie. Su existencia tendría que ser solitaria si se concentraba en sobrevivir. Mantenía la cara apartada de los otros, adorando la sensación del viento. La humedad debería haber sido opresiva, pero ella la sentía como un sudario, una sábana de protección. El bosque la llamaba con la fragancia de las orquídeas, con el trino de los pájaros y el zumbido de los insectos. Donde los otros se encogían a cada sonido y miraban a su alrededor temerosos, ella abrazaba el calor y la humedad. Sabía que había llegado a casa.

El barco rodeó un recodo y se dirigió hacia el desvencijado muelle. Se alzó un colectivo suspiro de alivio. Todos ellos podían oír los ruidos de caídas en la distancia y la corriente que estaba creciendo en intensidad.

Los hombres trabajaban para maniobrar el barco hacia el pequeño puerto. Un solitario hombre permanecía a la espera. El viento desgarrando sus ropas. Él miró nerviosamente el bosque circundante pero caminó hacia la fangosa plataforma que servía como pasarela, estirando su mano para coger la cuerda que le lanzó Kim Pang.

Rachael podía ver las gotas de sudor sobre su frente y resbalando por su cuello. Su camiseta estaba manchada con sudor. Había humedad, pero no era esa humedad la que la manchaba. Miró cuidadosamente a su alrededor, sus manos buscaron automáticamente su mochila. Necesitaba el contenido para sobrevivir. Notó que el hombre que tenía que atar la cuerda a su lancha para remolcarlos estaba temblando, sus manos temblaban tanto que tenía dificultades con el nudo. Él se dejó caer repentinamente, sus manos cubriendo su cabeza.

El mundo estalló en una pesadilla de balas y caos. Los frenéticos gritos de Amy obligaron a los chillantes pájaros a dejar las copas de los árboles, ascendiendo hacia las bulliciosas nubes. El humo se mezclaba con la capa de niebla. Los bandidos salían del bosque, agitando las armas salvajemente e impartiendo órdenes que no podían oírse por encima del rugir del río. A su lado, Simon se desplomó repentinamente en el suelo del barco. Don Gregson se dobló sobre él. Duncan arrastró a Amy hacia el suelo del barco y se estiró por Rachael. Eludiendo las manos de Duncan, Rachael se puso rápidamente la mochila y se libró de la soga de seguridad atada alrededor de su cintura. Kim intentaba frenéticamente acortar la cuerda intentando traerlos a la orilla.

Murmurando una silenciosa plegaria por los otros y por su propia seguridad, Rachael se desplazó hacia el costado del barco, deslizándose en el interior de las rápidas aguas y fue inmediatamente arrastrada río abajo.

Como si fuese una señal, los cielos se abrieron y vertieron un muro de agua, alimentando la fuerza del río. Debris se revolvió y se apresuró hacia ella. Seguía moviendo los pies en un esfuerzo por evitar algunas rocas o troncos sumergidos. Le costaba mantener la cabeza por encima de las agitadas olas, pero se esforzaba en que el agua no entrase en su boca o nariz mientras permitía que la corriente la arrastrase alejándola de los bandidos que corrían hacia la lancha. Nadie la vio entre el remolino de restos de ramas de árboles, y follaje que era llevado rápidamente río abajo. Se hundió una y otra vez y tuvo que luchar para volver a la superficie. Tosiendo y atragantándose, sintiéndose como si se hubiese tragado la mitad del río, Rachael empezó a intentar agarrarse a uno o dos de los árboles más grandes que había derribado la fuerza del agua. La primera vez falló y su corazón casi dejó de latir cuando sintió que el agua tiraba de ella otra vez hacia abajo. No estaba segura de que tuviese la fuerza suficiente para luchar con la monstruosa succión del río.

Su manga se enganchó en algo bajo la superficie, obligándola a detenerse mientras el agua se arremolinaba a su alrededor. Se agarró frenéticamente de una rama. Permitiendo que se le deslizara de la mano. El agua tironeaba implacablemente, tirando de sus ropas. Una bota se soltó y giró alejándose de ella. Las puntas de sus dedos tocaron el redondeado borde de una gruesa y hundida rama. Su rasgada camiseta y el agua la reclamaban, vertiéndose sobre su cabeza, forzándola hacia el fondo. De alguna manera se colgó sobre la inmóvil rama. Rachael pasó ambos brazos a su alrededor y la abrazó firmemente, una vez más irrumpiendo su cara en la superficie, jadeando por aire, temblando de miedo. Era una nadadora fuerte, pero no había manera de que pudiera permanecer con vida en las enfurecidas aguas.

Rachael se aferró a la rama, luchando por aire. Ya estaba exhausta, sus brazos y piernas parecían de plomo. Aunque había ido con la corriente, el intentar mantener la cabeza fuera del agua había sido una terrible lucha. Incluso ahora el agua luchaba para llevársela de vuelta, tirando de ella, arrastrando su cuerpo continuamente. Cuando fue capaz se pegó a lo largo del árbol caído hasta que estuvo apretada entre el tronco y las ramas y pudo tirar de si misma lo suficiente para llegar al enorme montón de raíces. Ahora estaba en el lado alejado del río, lejos de los rebeldes y esperaba que también fuese demasiado difícil verla bajo el aguacero.

Concentrándose en cada pulgada que pudiera ganar, Rachael empezó a moverse rápidamente hacia la rama más cercana. Una serpiente le acarició la cadera y se apartó. No podía decir si era a vida o muerte pero todo esto hacia que su corazón latiese con más fuerza. Cuidadosamente arrastró su cuerpo a lo largo de la raíz, extrayéndose a si misma fuera del agua, jadeando allí tendida, temerosa de su precaria posición. Un movimiento en falso podría enviarla de vuelta al agua. Los árboles se estremecían cuando el agua intentaba liberarlos de su ancla.

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