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Balam es mi hermano,
pero podría ser un gato.
Se sube a todo Balam, a los árboles, a las mesas,
a las mesas que están sobre los árboles.
Su nombre es Balam, pero también podría llamarse
¡Balam, bájate de ahí!
Balam es un gato,
pero podría ser un niño.
Ronronea cuando le cuentan cuentos,
cuando mamá le acaricia el cabello.
Colocho, también le dice mamá,
Misho, también le dice papá.
Aunque la verdad, todos en el barrio le dicen
¡Balam, bájate de ahí!
Lluvia es mi hermana,
pero podría ser el amanecer.
Su cabello es largo y negro
y le gusta dejarlo caer de los árboles
donde se sube para comerse las nubes
como si fueran frutas.
A veces se queda dormida ahí arriba
y Lluvia, encaramada en el árbol,
también podría ser el anochecer.
Lluvia siempre anda descalza por la casa,
por el jardín, por las gradas de la puerta,
y sus pequeños pasos se escuchan
como si alguien dejara caer piedras pequeñitas,
semillas de pájaro que al florecer, vuelan.
Pero cuando corre se sabe bien que es ella,
esa sonrisa suena a Lluvia,
y bien lo sabe la casa,
esos pasos y esas risas
son las que siempre trae Lluvia.
Ven para acá, Lluvia —la llama el abuelo—,
tú me recuerdas una canción que dice, que dice...una canción que dice... ¡Ya me acordé cómo dice!:
Lluvia es una niña risueña,
pero también podría ser el atardecer.
Un día capturé varias luciérnagas en una botella.
Me quedé maravillada viéndolas caminar
por la pared transparente,
subiendo con sus patitas malabaristas
y luego cayendo de nuevo,
generando ese suave sonido que hacen las luciérnagas
cuando caen al fondo de una botella.
Encendían su luz,
pero cada vez la encendían menos.
Encendían su luz ante mis ojos,
hasta que dejaron de hacerlo.
Y en poco más de un día
también dejaron de moverse.
Madre me preguntó qué sentía.
Yo le dije que las pequeñas luces
deberían estar siempre en los caminos
y nunca en una botella.
¿Y las estrellas, Lluvia?,
volvió a preguntarme mamá.
Han de estar en un gran camino,
le respondí,
mientras dejaba caer
los cuerpos de las luciérnagas
sobre la grama.
Madre caminaba conmigo por el patio;
arrancaba pequeñas hojas de las plantas,
las partía con sus dedos
y las acercaba a mi nariz.
Como un acto de magia,
el viento esparcía al mismo tiempo
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