Me acuerdo de la cantidad de helados que no tomé, de los aperoles que preferí no consumir, de las noches que me fui a dormir temprano y de la cantidad de discusiones que elegí no tener. Todo eso, en este momento, no vale literalmente nada. Me acuerdo de esa investigación que hizo la enfermera inglesa Bronnie Ware sobre las cinco cosas que las personas que están muriendo se arrepienten de no haber hecho.(5)
Recuerdo la cantidad de veces que no tuve el coraje para ser quien soy. Y la cantidad de veces que acaté lo que los otros querían de mí. La cantidad de veces que, en vez de disfrutar de la vida, trabajé y trabajé y encontré sentido en mi vida en tener mi agenda llena. Eso para mí era éxito y era una forma de escaparme de lo que sentía. ¿Cuántas veces me comí lo que sentía para no decírselo a otra persona? Para poder estar en paz con mi familia, me acostumbré a tener una existencia mediocre y a nunca ser capaz de ser yo mismo.
¡Cuánta gente a la que le perdí el tren y no sé dónde está ni lo que ha hecho en su vida! ¡Cuántos amigos que perdí por tratar de llevar una vida ordenada! ¿Cuántas veces perdí esa felicidad elusiva por llevar adelante una disciplina que hoy me pone de cara a una de las operaciones más complejas que pueda pasar una persona?
No sé si son los corticoides, no sé qué es, pero hoy no tengo paciencia para nada. Siento que todo aquello en lo que tenía fe no me sirvió absolutamente de nada. Ni la meditación, ni el yoga, ni la dieta ayurvédica, ni los paramitas , ni la práctica budista. Siento que nada pudo evitar que me tuviera que enfrentar a esto; no creo en nada en este momento.
Quizás más tranquilo, en otra oportunidad, pueda verlo distinto. En este momento siento que invertí mi vida en nada. Siento que es momento de volver a la cama y descansar mi mente un rato.
5. Esta enfermera, Bronnie Ware, escribió un libro en el que narra las cosas que les hubiera gustado haber hecho a las personas que han sufrido enfermedades terminales y están enfrentándose con la muerte. Los “cinco arrepentimientos” se estudian en tanatología y en cuidados paliativos, para ayudar a la gente a enfrentar estos momentos cruciales en la vida. En general se encaran después de recibir un diagnóstico, y a mí se me cruzaron por la cabeza en ese momento:
1. Haber tenido el coraje de vivir la vida fiel a mí mismo, y no la vida que otros esperaban de mí.
2. Haber trabajado menos duro.
3. Haber tenido el coraje para expresar mis emociones.
4. Haberme mantenido en contacto con mis amigos.
5. Haberme permitido ser más feliz.
NEGOCIANDO MI PAZ
1 DE OCTUBRE DE 2017, DESPUÉS DEL CONTROL EN ULLEVAAL
ACABAMOS DE VOLVER DEL HOSPITAL. Hoy no estaba Brigitte, conocí a Leif-Andreas, un neurólogo en sus treinta, más noruego que un fiordo. Me preparó un sobre con una nueva dosis de dexametasona para las próximas veinticuatro horas, me controló nuevamente los reflejos, y la fuerza en mi brazo y pierna izquierdos.
No estoy en paz con lo que es. No puedo aceptar lo que está pasando. Me sale negarlo, me sale pensar que es la vida de otro, que esto no puede estar pasándome a mí. Y después, inspiro profundo y me doy cuenta de que esa sensación de irrealidad que tengo es lo que siempre sucede cuando uno recibe un diagnóstico de semejantes características. Lo sé, lo veo en cada consulta, lo primero que surge es negarlo. Yo creía que mi reacción, llegado el caso, iba a ser diferente. Sentimos que esto le puede pasar a otro, pero claro, nunca a nosotros. Todo lo que hice para cuidarme aparentemente no sirvió de nada. ¿Cómo no se puede prevenir algo así? No entiendo.
Lo primero que se me ocurre es: si mi vida terminase hoy, ¿hice todo lo que hubiese querido hacer? Es la segunda vez en menos de un mes que me hago la misma pregunta, como en el suelo del baño en Londres.
No lo sé. Por ejemplo, nunca escribí aquel libro que quería escribir. Desde hace años que tomo notas en el teléfono, y anoto lo que puedo en mis cuadernos. Si no consigo terminarlo, quizá alguien pueda hacer uso de esas notas y cuente esta historia. Muchas cosas empezadas y casi todas a medio terminar… Tengo que dejar de torturarme por lo que no fue, no sé si se puede hacer algo más.
Creo que el proceso de estar en paz con lo que hay, es dejar de pelearse en la cabeza con lo que el corazón ya sabe. Llevo mucho tiempo ignorando mis síntomas y suponiendo que son simplemente “la mediana edad”. Yo, que llevo un estilo de vida tan saludable, al punto de que la gente nunca sabe con certeza cuántos años tengo, porque hago cosas que no pertenecen a alguien que promedia los cuarenta… Sí, yo tengo un tumor cerebral.
No deja de asombrarme cómo pude vivir con semejante pelota en la cabeza. Si pienso en cuándo fueron los primeros síntomas y pienso en el ashram , allá a lo lejos: esos dolores de cabeza, en la pérdida de la visión nocturna, en los problemas de coordinación que achaqué a mi torpeza, en los mareos…
Yo, que tengo todas estas herramientas para poder aceptar, que ayudo a otras personas a aceptar las cosas más terribles que tienen que enfrentar en la vida, me toca ponerme en el lugar del otro y ver qué le diría hoy a alguien que está pasando por lo mismo.
Lo que le diría es: “cuando todo se derrumba, te queda solamente aquello que hayas cultivado”, y si eso es cierto, y si lo que enseño sirve de algo, entonces estaré a salvo.
Tengo que dejar la culpa y la vergüenza y empezar a sentir que nadie es omnipotente y que el caos claramente no puede prevenirse, que mi cuerpo está a punto de descomponerse y de rendirse. Y que mi cerebro podría haber reventado en cualquier momento.
Aquí estoy.
Entonces el camino es hacia adelante. No hay otra opción. No podría haber sucedido otra cosa. Y tuve la suerte de darme cuenta antes de haber tenido un episodio peor que el que tuve en Londres, hace solamente dos semanas. Tengo que aceptar, dejar de pelearme con la realidad. Y pasar a la acción desde donde puedo, que es abrazando a este Lucas que tiene miedo, a este Lucas que no sabe qué es lo que va a suceder. Sigue pareciéndome irreal cuando digo esto. Trato de cerrar los ojos e imaginarme abrazándome a mí mismo, tratando de contenerme en esta situación. Andreas me acompaña como puede y hablo con mis amigos, pero soy yo el que suele contener a los otros. Es todo muy raro. Nadie sabe cómo ayudarme, porque yo tampoco nunca he dejado que la gente me ayude. Creo que esa es la primera acción que me toca tomar: desarmar la armadura y empezar a ser un poco más vulnerable en este presente.
Sí, ese es el primer paso para estar en paz: hay que abrir el corazón, porque en este momento todo me desborda. Abrir el corazón. A esto, como es aquí y ahora. Dejo aquí y me siento a meditar en el auto-amor, maitri . Me está haciendo mucha falta.
PARQUE DE “DISTRACCIONES”
1 DE OCTUBRE DE 2017, ANTES DE IR A DORMIR
DEDIQUÉ UN MONTÓN de tiempo a ser la mejor persona posible en términos de alimentación consciente, meditación, ejercicio, sueño, hasta de sexo seguro, y la vida te sorprende con lo impensable.
Después de hablar con Brigitte, me siento un poco mejor de haber hecho todo eso. Ella dice que para el tamaño de tumor que tengo y con la ubicación que tiene, extrañamente no tengo ningún síntoma neurológico. Las señales de alerta que sentí pueden haber sido producto de mi conexión con mi cuerpo por el yoga que practico; se le llama interocepción: percibir los espacios internos. Claramente, hay cosas que a la gente no se le ocurre que pueden ser síntomas de un tumor cerebral y que por eso tampoco les presta mucha atención. Los síntomas son inespecíficos, como dolores de cabeza, mareos, vómitos, repentina debilidad en algún miembro o alguna reacción extraña, pero se presentan de forma muy eventual. Eso es porque el cerebro no tiene receptores nerviosos, es imposible que nos duela ese órgano, el cerebro mismo.
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