LOS HIJOS DEL CAOS
PABLO CEA OCHOA
LOS HIJOS DEL CAOS
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2021
LOS HIJOS DEL CAOS
© Pablo Cea Ochoa
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2021.
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ISBN: 978-84-18730-34-4
PABLO CEA OCHOA
LOS HIJOS DEL CAOS
Para Natalia, sin la cual esta historia nunca se hubiera escrito.
Para Manuel, Carlos y Juan, los primeros siempre
en escuchar mis extravagantes ideas y batallitas.
Índice
Prólogo Prólogo Hace varios meses salió anunciado en las noticias que unos científicos de una empresa farmacéutica consiguieron modificar un virus mortal de manera que sirviera como medida preventiva contra las enfermedades más mortíferas del mundo. Se podían prevenir y más tarde erradicar el sida y todo tipo de cánceres con una simple inyección, de la que casi nadie sabía la composición. El mundo entero optó por aceptar y someterse a esos tratamientos. Además, era algo muy barato por entonces, así que casi cualquiera podía permitírselo. Y durante un tiempo funcionó: los casos de estas enfermedades empezaron a decrecer a una velocidad asombrosa. Se había encontrado la manera de salvar millones de vidas. No obstante, tras unos meses algo cambió y empezaron a ocurrir cosas extrañas. Pasado un tiempo empezaron a darse casos aislados de gente que enloquecía y moría repentinamente. Después sus cuerpos seguían moviéndose y deambulando una vez muertos a causa de unos débiles impulsos nerviosos. Poco a poco toda la gente vacunada acabó muriendo, como por arte de magia, y así pasaron a convertirse en las bestias que los supervivientes llamamos inferis. Yo me llamo Percy y nunca me vacuné contra esas enfermedades. Cuando comenzó la inevitable catástrofe hice lo que pude para sobrevivir, pero han pasado ya muchos meses y creo que he visto demasiadas cosas, cosas que ni puedo ni quiero esforzarme por entender. Ahora viajo sin rumbo junto con mi amiga Natalie, que me ha acompañado desde que todo empezó a irse a la mierda. Con el tiempo acabamos por descubrir que nosotros no éramos personas normales y corrientes, sino semidioses, hijos directos de los dioses olímpicos, y que los responsables de la creación de los inferis eran unos monstruos mucho más grandes y temibles llamados titánides. Desde que fuimos conscientes de la cruda verdad vivimos escondiéndonos en bosques espesos y eternos en el norte de Europa, durante tanto tiempo que ya casi hemos olvidado cuánto hace desde el comienzo de la epidemia, aunque también sabemos que debemos encontrar a los otros diez semidioses restantes, ya que solo así podremos tener opción de derrotar a los titánides y devolver la Tierra a como era antes de todo esto.
CAPÍTULO 1: Sombras nocturnas
CAPÍTULO 2: Reencuentros inesperados
CAPÍTULO 3: Transformación
CAPÍTULO 4: Historias alrededor del fuego
CAPÍTULO 5: El paso de las montañas
CAPÍTULO 6: Un bosque enfermo
CAPÍTULO 7: Vuelo a lomos de un dragón
CAPÍTULO 8: Planes de guerra
CAPÍTULO 9: Sobrevivir
CAPÍTULO 10: ¿Un poco de amor?
CAPÍTULO 11: Un mundo mucho más grande
CAPÍTULO 12: Cuestión de confianza
CAPÍTULO 13: Amenaza en el subsuelo
CAPÍTULO 14: El chico, el lobo y la kannima
CAPÍTULO 15: Ofensiva sorpresa
CAPÍTULO 16: Guerra fría
CAPÍTULO 17: Dignos, indignos, vivos y muertos
CAPÍTULO 18: El pico del Lobo
CAPÍTULO 19: Entre la espada y la pared
CAPÍTULO 20: Demasiado tarde
Prólogo
Hace varios meses salió anunciado en las noticias que unos científicos de una empresa farmacéutica consiguieron modificar un virus mortal de manera que sirviera como medida preventiva contra las enfermedades más mortíferas del mundo. Se podían prevenir y más tarde erradicar el sida y todo tipo de cánceres con una simple inyección, de la que casi nadie sabía la composición.
El mundo entero optó por aceptar y someterse a esos tratamientos. Además, era algo muy barato por entonces, así que casi cualquiera podía permitírselo. Y durante un tiempo funcionó: los casos de estas enfermedades empezaron a decrecer a una velocidad asombrosa. Se había encontrado la manera de salvar millones de vidas. No obstante, tras unos meses algo cambió y empezaron a ocurrir cosas extrañas. Pasado un tiempo empezaron a darse casos aislados de gente que enloquecía y moría repentinamente. Después sus cuerpos seguían moviéndose y deambulando una vez muertos a causa de unos débiles impulsos nerviosos. Poco a poco toda la gente vacunada acabó muriendo, como por arte de magia, y así pasaron a convertirse en las bestias que los supervivientes llamamos inferis.
Yo me llamo Percy y nunca me vacuné contra esas enfermedades. Cuando comenzó la inevitable catástrofe hice lo que pude para sobrevivir, pero han pasado ya muchos meses y creo que he visto demasiadas cosas, cosas que ni puedo ni quiero esforzarme por entender. Ahora viajo sin rumbo junto con mi amiga Natalie, que me ha acompañado desde que todo empezó a irse a la mierda. Con el tiempo acabamos por descubrir que nosotros no éramos personas normales y corrientes, sino semidioses, hijos directos de los dioses olímpicos, y que los responsables de la creación de los inferis eran unos monstruos mucho más grandes y temibles llamados titánides.
Desde que fuimos conscientes de la cruda verdad vivimos escondiéndonos en bosques espesos y eternos en el norte de Europa, durante tanto tiempo que ya casi hemos olvidado cuánto hace desde el comienzo de la epidemia, aunque también sabemos que debemos encontrar a los otros diez semidioses restantes, ya que solo así podremos tener opción de derrotar a los titánides y devolver la Tierra a como era antes de todo esto.
CAPÍTULO 1
Sombras nocturnas
PERCY
Era un día frío de invierno. Estaba en medio de un pinar, en mitad del bosque, y sentía cómo el viento helado soplaba y pasaba entre los árboles para después golpearme en la cara y congelar levemente mis pulmones cuando me veía obligado a inspirar.
De repente escuché algo que se movió entre la espesa maleza y, temiéndome lo peor, me tumbé en el suelo y me quedé oculto e inmóvil tras unos arbustos. Varios segundos después logré distinguir la grácil figura de un pequeño corzo, que apareció vagando por entre los árboles. Antes de levantarme lentamente me quedé mirándolo unos segundos. «Precioso. Aún queda algo de belleza en el mundo», pensé mientras el animal se detenía frente a otros arbustos próximos a los míos y agachaba la cabeza para comer algo, aprovechando ese breve momento de tranquilidad.
Cuando casi estuve en pie, noté que a mi lado se empezó a airear una rizada melena negra, arreada por el viento, y un segundo más tarde un fugaz destello plateado atravesó el arbusto e impactó de lleno en el cuerpo del animal, que se desplomó al instante, dando un golpe seco en el suelo.
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