Eugenia Sánchez - Antología 9 - Resiliencia

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Las personas resilientes son aquellas que tienen adentro un sol que nunca se pone. Podrán ser alcanzadas por nubes grises que lo opacan por un tiempo, pero ese sol vuelve a brillar. 32 autores nos comparten sus vivencias y las herramientas para salir adelante frente a cualquier circunstancia de la vida. Excelente para evangelizar, para alentar, para disfrutar.

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Porque ante todas las cosas, Dios quiere que entendamos que somos extranjeros y peregrinos; que nuestra ciudadanía está en el cielo y que todo lo que nos sucede en esta tierra es una leve tribulación momentánea; que no podremos ser como Jesús sin pasar por el crisol, y depende de nosotros cuan brillantes, fortalecidos y refinados queremos salir. Él escoge nuestro horno perfecto para nuestra transformación y por amor a Su nombre (1 Pedro 2:11; Filipenses 3:20: 2 Corintios 4:17,18; Isaías 48:10).

Y sencillamente porque el vivir es Cristo, y el morir es ganancia (Filipenses 1:21).

Y comencé a vivir con la muerte frente a mis ojos…

La Biblia es una escuela llena de aulas que contienen todo tipo de personas rotas, maltrechas y adoloridas, no siempre dispuestas a aprender y ser disciplinadas. Sin embargo, quien sí está listo para formarnos como vasos de barro es nuestro alfarero, el cual nunca nos da lecciones llenas de paja sino con un contenido que tendrá un peso eterno. Y no nos graduaremos hasta que Dios considere que estamos listos para regresar a casa y que nuestra labor debe continuar en el cielo, pero allí sí aprendiendo cara a cara y a los pies de nuestro Maestro.

Y es aquí cuando llega mi propia prueba, diseñada por Jesús sobre el tránsito de mis experiencias, y de acuerdo con lo que en ese momento necesitaba aprender. Y el tema sobre el que versa, es la resiliencia ante la partida de mis seres amados: mi hermana, mi madre y mi tía.

Terribles y muy dolorosas enfermedades hicieron que clamara por esa maravillosa promesa de sanidad que nos dice que “por Su llaga fuimos todos curados” (Isaías 53:5). Y la pronuncié una y otra vez con toda convicción y fe, pero no dejaba de entender que Sus promesas no invalidan Su soberanía y que, cuando Él decide que es tiempo de bajar el telón, la gratitud debe apoderarse de nosotros; sobre todo cuando llegaba a mi mente el terrible pensamiento que me decía “aún no son salvas”.

Sin embargo, siempre hay algo que recordar dentro de la Palabra de Dios y fue así como me aferré a la esperanzadora promesa: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”. (Hechos 16:31).

Y los milagros de amor llegaron; esos mismos que a veces vemos tan lejanos en los tiempos en que Jesús caminó en la tierra y hoy suceden y seguirán sucediendo. La sanidad no llegó, pero todas, en su tiempo se arrepintieron, son salvas y sé, con toda la confianza de que Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, que están en Su gloria, alabando Su nombre, esperando vivir con Él por los siglos de los siglos, y que un día las volveré a ver.

Perder un ser querido nunca será un evento agradable; la sensación de dolor y de ausencia llega hasta lo más profundo de nuestro ser, pues nos acostumbramos a pensar que nunca nos iremos o que, cronológicamente, morirán primero los padres y posteriormente los hijos. Y en algún momento de mi vida pensé que Dios me había hecho “experta en pérdidas”, y ¿saben qué?, se lo agradezco pues eso me ha ayudado a algo que el propio Marcelo Laffitte me comentó en Facebook: “Tener esa luz y esa madurez te ayudará a estar protegida para vivir con más sabiduría, para no tener falsas expectativas y tomar mejores decisiones”.

¿Cómo ser resilientes ante la muerte?

Dejando de pelear frente a la soberanía de Dios; así todo se alineará y comenzará nuestro proceso de sanación, pues debemos hacer consciente el hecho de que Él sabe el porqué de todas las cosas que pasan bajo el sol, nunca pierde el control y nada sale de Su mano.

Aprendiendo a vivir en medio de las pruebas, pues “en el mundo tendréis aflicción”. Es la única sentencia que nos desagrada profundamente, sin embargo, Él ha prometido que estará con nosotros hasta el fin del mundo.

Siendo agradecidos en todo momento y no olvidando todos sus beneficios que son grandes; recordando de dónde nos ha sacado Dios y más aún, cuál es nuestro destino final, y el principal y último fin de nuestra existencia: vivir en la eternidad con quien dio hasta la última gota de Su sangre, y a donde Jesús ya está preparando moradas eternas.

El Espíritu Santo no hace visitaciones a nuestra vida; Él vive en nosotros y ha hecho de nuestro cuerpo Su templo, Su habitación. Y es entonces la fuerza de Su poder la que nos ayuda a ser resilientes, soportar la prueba y superarla hasta llevarnos a la victoria que ha prometido. Y satisfactoriamente podremos decir “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).

Gracias, querido Dante Gebel, por recomendarme leer los hermosos escritos de este tremendo ser humano que es Marcelo Laffitte, y que hoy me tienen aquí, escribiendo para esta Antología. Las redes sociales no son solo un basurero emocional; también nos permiten conocer personas e interactuar con ellas en el amor de Cristo. Son ambos, hombres temerosos de Dios, admirables y mis maravillosos amigos a la distancia y mis pastores virtuales. Dios los bendiga. ¡Toda la honra y gloria al eterno y maravilloso Rey!

Eugenia Sánchez Cisneros nació y vive en la Ciudad de México Está casada con - фото 6

Eugenia Sánchez Cisneros nació y vive en la Ciudad de México. Está casada con Rigoberto Díaz y tiene una hermosa hija de nombre Daniela. Pertenece a una linda familia, que incluye a su querido hermano Francisco, y junto con sus amigos, se siente amada y respaldada. Estudió Ciencias de la Comunicación y trabajó por varios años en una radiodifusora. Se dedica a su hogar y también vende publicidad en un par de medios de comunicación. Recibió a Jesucristo hace 11 años y se congrega en Amistad Cristiana, iglesia fundada por los Dres. Idilio y Rosa Ma. Pardillo

Email: eugenia.sanchez@hotmail.com

Mi milagro me sonríe

Atravesé los momentos más dolorosos que podría haber vivido como mujer. Pero tomada de la mano de Dios me repuse, y la bendición se multiplicó en los tiempos que Él dispuso. Tenemos un Papá que responde.

Por Sandra Longoria

Nunca me imaginé que tendría que enfrentar este dolor tan grande. Me casé y después de unos meses quedé embarazada. Me sentía tan mal físicamente que no lograba disfrutar realmente de tan hermoso acontecimiento. Transcurridos tres meses de gestación sentí un dolor que no me pareció normal.

Acudí al médico y escuché lo que no me esperaba: mi embarazo era de alto riesgo y tenía que guardar absoluto reposo para tratar de que continuara. Me fui a casa de mis padres donde recibí los cuidados necesarios, de manera que solo me levantaba de la cama para ir al baño.

Un golpe a la esperanza

Recuerdo que una tarde estuvieron en la recámara mis padres y mis hermanas, pero al cabo de un par de horas solo quedamos mis padres y yo. Le comenté a mi mamá que sentía un dolor más fuerte en mi vientre y ella me dijo que tal vez se me pasaría.

En ese momento mi padre también se fue y avisé a mi mamá que necesitaba ir al baño. El dolor se había intensificado mucho más. Estando en el baño vi que estaba sangrando, y entonces sentí un dolor muy fuerte. Para cuando me di cuenta estaba teniendo un aborto.

Tomé a mi bebé con mi mano y lo puse sobre una toalla. Salí del baño y le dije a mi mamá lo que había pasado, y agregué: “No te preocupes, estoy bien.”. Le enseñé a mi bebé, me fui a la recámara y cerré con llave. Solo observaba a esa criaturita tan bien formada y lloraba por la impotencia, llena de tristeza y un dolor inmenso. Pensaba que sería despreciada como mujer por no poder ser madre.

Una de mis hermanas, al enterarse de lo que sucedió, mandó una ambulancia y me trasladaron a un hospital. Me ingresaron por la sala de emergencia, donde los paramédicos que me llevaron me sentaron en una silla de ruedas y me dijeron: “Enseguida te van a atender”. Sin embargo, pasó mucho tiempo, no recuerdo cuánto, pero sí que sentía que me estaba muriendo. Había tanta sangre que ya caía al piso.

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