Eugenia Sánchez - Antología 9 - Resiliencia
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El cuarto milagro: Dios bendice
Me comentaron que unos de los métodos anticonceptivos más seguros eran las pastillas, aunque nada 100% seguro, pero en esta ocasión me decidí por ellas. Mi tercera hija tenía un año y un mes cuando nuevamente estaba dando a luz a mi cuarto hijo varón.
¡Qué alegría! Son los momentos más felices de mi vida. Hasta el día de hoy puedo sentir esa dicha tan grande de verlos sonreír. Cada vez que los veo recuerdo que Dios contesta las peticiones del corazón. En la Biblia dice: “Bendito el fruto de tu vientre”, y realmente así es.
Creo con todo mi corazón que mis hijos están aquí con un propósito divino y sigo orando para que sea cumplido en ellos. Me siento feliz por cada uno de sus logros, pero nunca olvido que todo es gracias a nuestro Dios, que me concedió la dicha de ser madre de mis “cuatro fantásticos” como normalmente les nombro.
He conocido a varias mujeres que están pasando por la misma situación que yo pasé y hemos orado a Dios pidiendo un milagro, y Él ha respondido. No cabe duda de que escucha nuestras oraciones y concede los deseos de nuestro corazón.

Sandra Longoria reside en Longmont, Colorado, USA. Dios la llamó al ministerio en 1998 y estudió en el Instituto Bíblico Jerusalén en la ciudad de Chihuahua, México, y luego en el Instituto bíblico Berea de Colorado, USA. Desde hace más de 20 años sirve al Señor en diferentes áreas de las iglesias donde ha sido miembro; desde hace tres años está sirviendo como líder en la iglesia Impacto de fe en Commerce City, Colorado.
Email: sandralongoria12@gmail.com
De cómo Dios utilizó el Covid para impactar mi vida
Experiencias únicas vividas con el Señor en tiempos de enfermedad y pandemia.
Por el pastor Jorge Martínez
Transcurría el mes de agosto de 2020. Me encontraba cumpliendo 38 años en el ministerio cristiano. Casi cuatro décadas de aquel día en que, siendo un adolescente de 16 años, Él me llamó. Desde entonces le he servido sin descanso como evangelista, maestro de la Palabra, pastor y músico.
He integrado equipos ministeriales, he tenido congregaciones a mi cargo, liderado grupos pequeños, y en este tiempo había elegido tomarme un descanso del ministerio formal, para servirle desde otros lugares.
Mis profesiones de chofer y cuidador certificado de pacientes y adultos mayores me llevaron a estar muy cerca de la gente, a ministrar en las calles, a dar una palabra justa en el momento oportuno, a pastorear a creyentes angustiados arriba de mi taxi, a consolar y guiar hacia Cristo a inconversos cuyas vidas estaban destrozadas. Y como cuidador he tenido el gran honor de llevar a Cristo a ancianos que, a los pocos días de aceptarlo, partieron de este mundo.
Volviendo al mencionado mes de agosto, en sus últimos días me sentía algo raro. Sufro de cefaleas en racimo como una condición crónica, pero en ese momento me dolía de modo diferente y sentía mucho cansancio. Pensaba que durmiendo un poco se me pasaría. Pero no fue así.
Complicaciones severas
A los pocos días comencé a tener fiebre. Primero 38°, luego 39°. Fui al hospital y la doctora que me examinó, diagnosticó pielonefritis, una afección aguda de riñones. Me pidió que me aislara en casa, me recetó un potente antibiótico y más analgésicos. Pero no me hisopó en ese momento, algo que me pareció extraño por el contexto de pandemia que estábamos atravesando.
La fiebre continuó durante una semana, y comencé a tener dificultades para respirar. La ambulancia vino tres veces en un lapso de cinco horas, y en la tercera visita decidieron llevarme a internación. Era la madrugada del 2 de septiembre de 2020. Todo lo que recuerdo es que ingresé al área de urgencias.
No supe más nada hasta veinte días después, cuando una doctora me tomó la mano y me preguntó si sabía dónde estaba, a lo que respondí negativamente. “Usted está en el Hospital Zatti de Viedma (capital de la provincia de Rio Negro, Argentina). Llegó aquí en el avión sanitario de la provincia, porque de lo contrario no le hubiésemos podido salvar la vida. Lo intubaron en la guardia del hospital de su ciudad. Ha estado veinte días intubado, sedado en coma farmacológico y evoluciona muy bien.”
Mi ciudad dista 550 kilómetros del lugar donde estaba internado en terapia intensiva. Mi familia recibía partes telefónicos a diario. Yo estaba allí solo, aislado, tenía todo tipo de conexiones a diferentes equipamientos clínicos, incluido el respirador que aún necesitaba.
Me hicieron traqueotomía. Me faltaba cabello en la nuca por la posición supina en la cual permanecí esos veinte días. Tenía llagas y escaras en mis pies y espalda, a pesar de los intensos cuidados que me dieron. No podía comer ni beber por mis propios medios ni hacer absolutamente nada salvo esperar la evolución de mi salud. Perdí 20 kilos en ese lapso. Me quedaron los brazos adormecidos por los 210 pinchazos en mis venas y arterias.
Salí de la terapia luego de 40 días, y me enviaron al hospital de mi ciudad donde debí estar dos días más por protocolo. Hasta que finalmente regresé a mi hogar, tan débil que se necesitaron dos personas que me sostuvieran para subir y bajar del taxi y recorrer la escalera a mi departamento.
Fueron 42 días de una lucha muy dura. Días donde no supe si era lunes o sábado, si era día o noche, sin celular, sin diarios, sin televisión, sin contacto con el mundo exterior ni otras personas que no fueran del personal de salud. Desde que desperté del coma inducido no pude dormir. Los restantes 22 días hasta el regreso a mi casa, estuve despierto. Aún me cuesta superar el insomnio a más de tres meses de mi alta.
Mi esposa y mi hija tuvieron el virus en forma leve, y mi hijo lo padeció en forma moderada. Le quedaron algunas secuelas aisladas. Los profesionales de la UTI se encargaban de sostener video llamadas con mi familia, para que me hablaran y yo estuviera contenido. Allí me di cuenta de que no solo el Señor está realmente con nosotros en forma invisible, sino que me llegaban audios y videos de muchos hermanos y amigos, todos movilizados orando, conteniendo a mi familia, animando y ofrendando para que nada les faltara.
Mi esposa estaba trabajando y mi hijo también, pero los hermanos ayudaban y aún lo siguen haciendo, sin preguntar nada. Demostrando puro amor, puro vínculo perfecto, pura dedicación. De muchos lugares, de conocidos y desconocidos.
Cuando volví a mi hogar pude ver la montaña de mensajes de amor inundando los celulares de mi familia, así como las redes sociales. Lloraba de gozo y gratitud. Siempre había tenido la visión familiar del papá proveedor, aun cuando todos en casa trabajábamos. Pero esta vez, que no tenía forma de hacerlo de ningún modo, Dios me mostró que quien provee es Él, y no yo. Actualmente sigo sin poder trabajar.
El 25 de octubre mi caso fue tema de una extensa nota en el Diario Río Negro, donde mi esposa y mi hijo pudieron brindar su testimonio. El artículo repasó mi experiencia con el covid-19, la excelencia de los profesionales de salud que me atendieron, la solidaridad de hermanos y amigos, y la evidente huella divina en todo el asunto.
No era para menos. Fui uno de los pocos pacientes que fue trasladado en el avión sanitario, y el primero en salir vivo de ese nosocomio después de tener el virus. Hasta mi alta, todos los pacientes con coronavirus que habían ingresado… fallecieron.
Más dificultades de salud
Teníamos otra prueba en paralelo, en la salud de la familia. Entre junio y julio de 2020, a mi hija le habían detectado un tumor en su tiroides. Era sospechoso de malignidad nivel 5. Por la pandemia, su atención médica se retrasaba notablemente.
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