Me citó un versículo de la Palabra: “Si ustedes perdonan los pecados de alguien, Dios también se los perdonará” (Juan 20:23, TLA). Mi alma estaba escuchando su pronta libertad después de haber sido condenada a una ilimitada infelicidad.
Aquel viejo amigo…
Pasaron los meses y encontré a un amigo que no veía desde hacía siete años. Siempre lo recordé por su amor hacia mí y sus buenos consejos.
Nuestra relación comenzó cuando yo tenía doce años. Él me conocía muy bien. Sabía lo que me gustaba y lo que no; lo que prefería y lo que rechazaba. Podría decir que sabía más de mí que yo misma.
No me había dado cuenta lo mucho que lo extrañaba hasta que lo vi. Me preguntó cómo me sentía; fui sincera de inmediato. Entonces, me comentó que se había querido contactar conmigo, incluso me había enviado cartas. ¿Qué tan ciega estuve con mi dolor que no vi su interés por mí? Le pedí perdón por mis faltas, realmente no quería perder de nuevo mi amistad con Él. Me dijo que ya me había perdonado desde antes, porque sabe que no soy perfecta.
No me merecía su perdón; yo me olvidé de Él mucho antes de tener problemas con mis padres. Entonces, ¿por qué me perdonó? Es algo sencillo de responder: porque Dios me amó primero como lo afirma 1 Juan 4:19.
Hoy puedo ver lo necesario que fue pasar por todo aquello que una vez creí que no tendría fin. A veces no entendemos el porqué de diversas situaciones límites, que nos hacen tambalear en el trampolín de la fe y por las que no nos animamos a saltar.
Me ha tocado pasar por desolaciones tétricas. No escuchaba ninguna respuesta del cielo y llegué a pensar que no le importaba a Dios.
¿Alguna vez sintieron esa necesidad de estar en los brazos de sus padres? Es como cuando uno es pequeño y se siente con miedo o ansioso por algo y recurre a esos brazos y ahí se siente que nada puede ir en contra suyo, ni siquiera la duda. Así me he sentido mucho tiempo en mi infancia y en mi adolescencia. No tuve padres atentos. Hoy gracias a Dios tengo una relación agradable con ellos.
Tener esa falta de atención de pequeña me forzó a buscar consuelo en otra parte. Dios jamás me abandonó, y me amó tanto que caí en sus manos rendida, para ser restaurada y protegida.
Mi Papá (así le digo a nuestro Dios) me renovó. Me dio a elegir si quería obtener aquella justicia humana disconforme o aprender a perdonar y dejar mis cargas en aquella cruz. Él nada hace a la fuerza. Fue un proceso con un fin exitoso.
“En medio de la angustia clamé al Señor, y él me respondió y me dio libertad” (Salmos 118:5, RVC).
Camila Pérez, quien reside en Río Grande, Tierra del Fuego, escribe desde los 11 años poesías y cuentos breves, y espera publicarlas oportunamente. Sirve al Señor desde los 12 años. Hoy con 24 congrega en la iglesia Nueva Vida y colabora en el comedor para las familias más necesitadas.
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Email: camiylolo@gmail.com
Est humanum errare, divinum ignoscere
(“Errar es humano, perdonar es divino”)
Por Jorge Puzenik
Era la tarde de un lánguido domingo de otoño. El sol caía en el horizonte. Todo era calma en un viaje que no llevaría más de 30 o 40 minutos. Me habían invitado a predicar a una Iglesia en el Oeste de la ciudad y hacia allí nos encaminábamos con mi familia.
¿Es usted alguien que predica o tiene en su familia alguien que lo haga? Seguramente me entenderá: no hay crítico más examinador que su propia familia. Bueno, también está la hermana que se sienta en el quinto banco y siempre compara sus prédicas con las del pastor de su juventud o ese hermano que siempre está atento a la única palabrita que se le escapó en el mensaje y que está fuera de toda exégesis, hermenéutica u homilética y se lo remarca apenas baja del púlpito.
Ellos pueden ser críticos, pero su familia es su familia y se constituyen en los comentaristas más inflexibles: cuestionan el tiempo que tardó (mi hijo hasta me cronometraba los mensajes), los temas, los ejemplos, la forma de hablar y hasta el color de corbata que usó. Y si no usa corbata, ¡lo cuestionan por eso!
Pero volvamos a ese domingo. Estábamos casi por llegar. Todo había sido un viaje tranquilo, hasta que nos detuvimos en un semáforo y el auto que estaba delante del nuestro nos dejó ver una inscripción en su luneta trasera: “Errar es humano, perdonar es divino”. ¿Puede usted ver en esta frase alguna palabra, alguna letra, algún signo de puntuación que pueda generar una discusión?, ¿puede acaso este pensamiento ser el disparador de un conflicto cósmico?, ¿piensa que no? Se equivoca… Todo era calma hasta que uno de mis hijos empezó a leer: “Perdonar es divino” …y con ello inició lo que yo llamaría una asociación ilícita de ideas.
—Perdonar… perdón… perdón…
—Papi, ¿No irás a predicar otra vez sobre el perdón, noooo?
“El público se renueva” es el eslogan que utiliza una actriz argentina cuando en sus almuerzos transmitidos por la televisión entrevista a personas que ya habían sido invitadas en años anteriores y les hace las mismas viejas preguntas de la ocasión anterior. De hecho, hasta conoce las respuestas que le darán.
La audiencia cambia y esto es verdad. Pero cuando su familia lo acompaña a todas sus prédicas, no forman parte de ese público que se renueva (no se ría… es verdad).
No es que siempre predique sobre lo mismo, pero hay temas que son esenciales a la hora de enseñar, en todo tiempo y en todo lugar. Considero que el perdón es uno de ellos. No es que yo lo haya elegido por ser mi favorito, sino que siempre hay corazones heridos por la falta de perdón en todos lados.
¿Por qué? Porque constantemente estamos pecando y tal cual decía el hijo pródigo estamos haciéndolo contra Dios y contra nuestros hermanos. ¿Hermanos dije? Hermanos, hermanas, padres, hijos, cónyuges, amigos, vecinos, jefes, empleados y hasta desconocidos como el conductor que venía atrás de nosotros. A él lo miré con mala cara cuando me tocó la bocina debido a que yo había doblado a la izquierda en una avenida sin colocar la señal de giro, ya que estaba distraído discutiendo con mis hijos sobre la importancia de predicar sobre “el perdón”.
Est humanum errare, divinum ignoscere… Y no hay otra forma de restablecer una relación que pedir perdón y perdonar. Errar es humano, pero la forma más acertada de parecernos a Dios es aprender a perdonar.
¿Quién? ¿Yo? Si él comenzó primero
Dígame que usted nunca usó esa excusa. Si tiene hermanos, seguramente lo hizo frente a sus padres; y si no los tuvo, seguramente le sucedió con alguna maestra o incluso con el director de la escuela (como varias veces me pasó a mí). Pero ¿quién iba a confesar en primera instancia que había sido el culpable? ¿Yo, señor? ¡¡No!! ¡¡Por supuesto!!
—¡Sí! Yo le pegué, pero fue en defensa propia.
—¿Por qué? ¿Él te pegó primero?
—No, pero me miró mal… primero.
Soy director de una escuela secundaria, y ahora me toca estar del otro lado del mostrador. Me traen “los chicos malos” a dirección para que haga algo cuando ya las instancias se agotaron y han pasado por manos y oídos de profesores, preceptores, orientadores escolares, jefa de preceptores, secretarias y todo personal autorizado y no autorizado para intervenir.
Esto sucede cuando ya no hay forma de hacer entrar en razón a una “adorable criatura” que le rompió la cabeza a otro alumno o cuando se debe reflexionar sobre por qué una pacífica “blanca palomita” decidió romper la puerta del baño simplemente porque esta se cerró y no podía esperar a que alguien llegara con la llave para abrirle.
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