Cuando Andrés salió del orfanato, no sabía lo que le esperaba. Él había conocido a Paty en aquella institución y sabía que ella era una buena mujer: afectiva, sincera, y alegre. Eso es lo que más le gustaba a Andrés, la alegría de Paty. Pero no estaba tan seguro de lo que le esperaba. Así es que, cuando llegó a su casa nueva, estaba por descubrir muchas cosas.
Lo primero que descubrió, fue que aquella casa realmente bonita (más que muchas otras que había conocido en su vagar por la ciudad con aquella pareja de vividores), sería su nuevo hogar. Ya no estaría sufriendo el frío o la humedad de la calle.
En el camino, Paty le había prometido que todos los días tendría comida caliente “para que crezcas sano”. Eso también era interesante, por fin dejaría de buscar comida a escondidas, en los botes de basura o sobras de las personas que le daban algo con descarado desprecio. También le habían dicho que podría ir a la escuela a aprender muchas cosas que le serían necesarias cuando fuese adulto. “¡Vaya! Iván y Paty tienen muchas promesas” - pensó Andrés - “pero habrá que ver cuántas pueden realmente cumplir”.
Todos tenemos algo de Andrés
Andrés, sin duda, es un caso típico de muchos niños de la calle. Pero también de muchas personas, jóvenes y adultos, en nuestro mundo.
¿Cuántos nos hemos encontrado a nosotros mismos huérfanos de un Padre espiritual? ¿Cuántos hemos sido explotados por un ser perverso y maligno, que en algún momento llegó a nuestra vida para robar nuestros sueños, para matar nuestras ilusiones, y terminar destruyendo nuestro futuro?
¿Acaso no hemos sufrido escasez de amor? ¿Desprecio? ¿No hemos sido arrastrados por las decisiones de otras personas, decisiones que terminaron lastimando nuestro ser? Todos, absolutamente todos, en alguna medida, hemos sido huérfanos y hemos sufrido diferentes formas de abuso, desde el físico, hasta el espiritual, pasando por lo mental, sentimental y moral.
Así como Iván y Paty lograron adoptar a Andrés, Dios nos ha adoptado. ¡Sí, Dios! El creador del cielo y de la tierra, ha hecho todo para adoptarnos a ti y a mí. Ya cumplió con el proceso legal de forma justa, para que podamos ser adoptados, a fin de que abandonemos el mundo de abuso y de desamor, en que hemos vivido por años. A cambio, nos ofrece su compañía todos los días (“y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, Mateo 28:20).
Pero no seremos acompañados como por el celoso ojo de un vigilante, sino que Él nos acompañará por su amor hacia nosotros (“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”, Juan 15:9); nos ofrece una paz extraordinaria (“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4:7); nos brinda provisión divina (“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:25-34).
También tendremos educación (“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”, Juan 14:26); disfrutaremos de la salud del reino de los cielos (“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”, 1 Pedro 2:24); y tendremos un propósito (“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”, 2 Corintios 5:20).
Así como Andrés iba de asombro en asombro mientras recorría su casa nueva, nosotros también tendremos muchas cosas que nos asombrarán recorriendo esa nueva casa. Iremos descubriendo, con gran expectativa, las maravillas que Dios ha preparado para aquellos que le aman.
Propósito
Cuando nos dejamos conquistar por el amor de Dios, no nos esperan días aburridos, llenos de solemnidad religiosa y de seriedad absoluta. Con Dios hay festejo, alegría, regocijo (“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”, Filipenses 4:4). Con Dios nos esperan desafíos enormes (“Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos”, Lucas 10:3); retos interesantes (“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”, Juan 14:12), complicaciones resueltas (“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, Romanos 8:28).
Pero principalmente nos espera un propósito: tener vida abundante, vida que fluye desde el mismo corazón de Dios y a través de ti, para llevarla a otros huérfanos, a fin de que puedan ser adoptados y sean hechos hijos de Dios.
Cuando estoy en casa, disfruto de ese agradable olor de hogar, ese olor que sale de la alegría y del amor de Dios por tenernos en casa. En casa hay otros huérfanos que han sido rescatados y adoptados por Dios, pero no salen de sus habitaciones. No saben que pueden disfrutar de todas las bendiciones que Dios nos ofrece.
Te quiero pedir un favor: cuando encuentres a un huérfano, y lo traigas a casa, dile que puede usar sin problemas todas las bendiciones que Dios ha preparado para esta nueva vida. En la casa de Dios no hay escasez. Dios estará más contento arreglando lo que rompimos experimentando, que teniendo una casa intacta con personas temerosas de romper o descomponer algo. Dios detesta el temor, en cualquiera de sus manifestaciones. Él siempre nos alienta a salir para buscar a otros huérfanos. Quiere que le platiquemos a Él de ellos, a fin de que pueda adoptarlos.
Cuando voy por la calle, me identifico con Andrés. Recuerdo de dónde salí, las cosas que pasé, el abuso, los miedos, el desprecio, el frío; pero de regreso a casa, sé que el olor a hogar me espera, y puedo agradecer a Dios por todo lo que me ha dado desde que me adoptó.
Y a ti, ¿te pasa igual?
Mauricio Alarcón, orgulloso padre de Deborah (25) y Asahel (21), radica en la ciudad de Querétaro, en el centro de la República Mexicana. Inició sirviendo al Señor como líder de jóvenes hace más de 33 años y desde entonces ha servido en diversas áreas apoyando al equipo pastoral, principalmente desarrollando e impartiendo cursos bíblicos y predicaciones, además de ser responsable de la organización de eventos especiales y masivos. Actualmente es líder del equipo de evangelismo de la iglesia Taller del Alfarero en Querétaro, Qro. Mex. En un futuro cercano, confía en dar a luz su primer libro con el tema que sirvió de base al artículo escrito en la presente Antología.
WhatsApp: +52(442)576-5522
Email: ab.mauricio@gmail.com
Después de perdonar
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción; pero confiad,
yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Por Camila Pérez
Es complicado interpretar este versículo cuando solo eres una criatura. El mundo te ofrece una bandeja servida para tomar solo malas decisiones y de allí salen los conceptos erróneos que se tienen por haber vivido malas experiencias.
Podría haber decidido unirme a un grupo militante y querer exigir algo que jamás va a suceder: justicia. Pero lamentablemente no siempre la justicia humana es justa. Tampoco te deja satisfecha. No obstante, no quise aceptar esa idea que me ofrecía el mundo.
He escuchado testimonios de transformaciones impactantes. Cómo Dios ha quitado del alcoholismo a hombres completamente perdidos; restauraciones de matrimonios corrompidos por la infidelidad; familias deshechas que fueron renovadas… ¡Hay tantas! Pero no me ha tocado escuchar una historia de cómo Dios actúa con el sufrimiento de niños pequeños.
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