33 autores relatan su tránsito
por el Camino de la fe.
Ana María Ruiz, Ariel Pérez, Beatriz Orco, Betty Heinze, Carlos Maure, Christian Mark, Claudia Pujel, Cristian Oviedo, Cristina Luchetti, Estela Filippini, Esther Szczerba, Jorge Puzenik, Laura Díaz, Lázaro Jesús Pérez, Lidia Masalyka, Lito Choda, Luis Aranda, Luis Lecca, Marcelo Laffitte, Marcia González, Marta Szust, Maxi Salomón, Miguel Díaz, Mónica Fischer, Nelly Baz, Noelia Agosta, Pascual Bavasso, Pedro Stepaniuk, Raúl Aranda, Rocío Acheritogaray, Santiago Klimiszyn, Silvina Fernández Bonifetto y Víctor Béliz.
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Coordinadora de Antologías
Esther Szczerba
Todos los derechos reservados conforme a la ley. Prohibida la reproducción de esta obra, salvo en segmentos pequeños, sin la debida autorización del autor.
Esta editorial destaca la noble actitud del señor Eduardo Fagliano, de la ciudad de Hurlingham, Buenos Aires, por su ofrenda económica destinada a cubrir la participación en este libro de un pastor del interior del país.
ISBN 978-987-4435-77-4
Diseño & Diagramación
Estudio Qaio. DG. Pablo Gallo
Estamos de fiesta:
Una nueva criatura ha nacido
¡Bienvenidos a la sexta Antología, o como le llamamos en nuestra editorial “libro colectivo”!
Una edición totalmente cruzada por la pandemia y con muchas interrupciones provocadas por las cuarentenas del gobierno que, de pronto, nos obligaban a detener las máquinas impresoras.
Pero aquí estamos. Cuando este consistente trabajo literario llegue a manos de los lectores, no dudamos que estallará como una enorme bendición para sus vidas. Lo digo desde mi función de director de la editorial y luego de haber leído detenidamente cada uno de los trabajos. Nuestra coordinadora, Esther Szczerba, también opina que los escritos tienen un importante nivel.
Ahora, cuando estos libros lleguen a manos de los autores -la mayoría de ellos publican por primera vez- se repetirá la gratísima situación que nosotros hemos observado en todas las antologías anteriores: ¡sentirán el gozo de haber dado a luz un hijo! Y les aseguro que esto no tiene una pizca de exageración. ¡Felicitaciones a todos ellos!
Y, por último, todos ellos y nosotros, experimentaremos el gozo que produce una rápida distribución de los libros en todo el territorio nacional. ¿Por qué aseguramos esto? Porque esta treintena de autores son de ciudades muy distintas del país, todos recibirán una importante cantidad de libros en forma gratuita que, sin dudas, “se los sacarán de las manos” en sus pueblos y ciudades; y entonces, cientos y cientos de personas se convertirán en lectores de “Camino al Cielo”, sin contar los que se sumen de otros países en las versiones física y digital.
Ha visto la luz el sexto libro colectivo. Ha llegado repleto de testimonios y relatos llenos de bendiciones. Esto, para los autores y para nosotros es un verdadero “Cielo”.
Marcelo Laffitte
¿Qué somos los cristianos?
Somos una comunidad noble llamada a ser sal y luz allí donde el Espíritu Santo nos guíe.
Por Estela Filippini
Para el entorno secular que nos observa, los cristianos evangélicos somos esa comunidad de fieles que más allá de sus curiosidades y limitaciones, ha sido reconocida tradicionalmente, desde sus orígenes, por dos características salientes: su honorabilidad y su sensibilidad hacia los marginados por el sistema. Tal concepto prevalece hasta la actualidad, cuando la cuestión ideológica en torno a temas tan resonantes como el diezmo, el matrimonio igualitario, el feminismo y el aborto han tensado fuertemente hacia ese lado la cuerda de las críticas.
Pero a pesar de eso, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que nuestras iglesias siguen siendo reconocidas por los no cristianos por su permanente presencia solidaria, más allá de su labor central, la difusión de la Palabra: los comedores comunitarios; las clásicas Horas Felices que convocan multitud de niños en las que se ofrecen meriendas, contención afectiva, ayuda escolar y juegos; el acompañamiento a familias disfuncionales, a madres solas y mujeres y niños víctimas de violencia familiar; los Roperos abiertos a la comunidad; las Brigadas Misioneras que recorren el país alfabetizando, llevando agua, medicamentos, mano de obra solidaria y materiales de construcción, ropa, alimentos, asistencia médica y social. Todas ellas son, entre otras, acciones reconocibles en cada ciudad, pueblo, o paraje donde haya una iglesia evangélica, desde hace muchísimo tiempo.
Somos una masa minúscula que, más allá de los límites denominacionales, se mueve poderosa respondiendo al llamado de ser sal y luz allí adonde el Espíritu nos guíe, y que se da al mundo en forma de palabra de consuelo, alivio, acompañamiento, conductas amorosas que impactan los corazones en cada lugar donde se ofrecen: en la oficina, la escuela, los talleres, los campos, las ciudades, el hogar, las calles, la universidad.
Porque cuando la vida arrecia, y hay que aguantar las tormentas, las gentes de este mundo, los que se llaman a sí mismos ateos, saben muy bien adónde, a quiénes recurrir. Siempre habrá cerca algún cristiano, alguna cristiana ferviente que entregará la palabra exacta, el abrazo justo para calmar el dolor de su semejante, ese otro ser humano que, como él, sufriente, transita el mundo en carne viva.
Un estilo de vida particular
Porque el cristianismo genuino, más que un dogma o un credo es, ante todo, un modo de vivir. Y no uno más entre tantos, sino un estilo de vida comprometido y muy particular. Situados entre dos mundos -este que transitamos como todos los mortales y el otro, eterno, invisible, que abrazamos apasionadamente- los creyentes concebimos nuestra vida terrenal como una andadura de fe que, según las célebres palabras de la carta a los Hebreos, es la certeza de “lo que no se ve”.
Así, pues, nuestra creencia nos ha convertido en los salmones que describe la canción. Elegimos “la difícil”: nadar contracorriente. Transitamos una ruta que nos lleva a contramano de este mundo, y por si esto fuera poco, se trata de una senda que no vemos en su totalidad. El apóstol Pablo lo explicó apelando al ejemplo del espejo, que en su época eran muy distintos a los nuestros, pues consistían en una pieza de metal pulido: la imagen no se veía claramente, sino tosca, borrosa, no demasiado definida. Y así -declara el apóstol- es nuestro caminar aquí.
De modo que mientras dure nuestro peregrinar no lo comprenderemos todo acerca de nuestra fe. Esto debe ser dicho con toda claridad. No tenemos todas las repuestas. Es más, en muchos temas andamos a tientas, como cualquier hijo de vecino. Somos nada más (y nada menos) que gente seguidora de un Maestro a quien reconocemos como nuestro Dios, que se entregó a sí mismo a una ignominiosa muerte de cruz hace más de 2000 años. Nuestra fe se basa en esa contradicción y nuestra vida cotidiana asume el riesgo de creer en la resurrección de ese Señor nuestro que desafía la lógica de este mundo. He ahí el escándalo de nuestro evangelio, locura para los que no creen, pero para nosotros, fuente de sabiduría y poder.
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