Recibí entonces otra de palabra de parte de mi padre espiritual, el apóstol Víctor:
“En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás. Entonces él volvió su rostro a la pared, y oró a Jehová y dijo: Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro.
Y antes que Isaías saliese hasta la mitad del patio, vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo: Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová. Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria; y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo. Y dijo Isaías: Tomad masa de higos. Y tomándola, la pusieron sobre la llaga, y sanó. (2 Reyes 20:1-17)
El rey buscó a Dios con ropas ásperas como muestra de su angustia y humildad, y en su enfermedad Ezequías me enseñó que la oración era uno de los mejores preparativos para morir. Con ella me fortalecía en Dios, sin saber que Él me estaba preparando para realizar lo que había determinado para mi vida. Las palabras de Dios para Ezequías “He oído tu oración y he visto tus lágrimas” (38:5) fueron un maravilloso recordatorio de que Dios oía y contestaría mis súplicas.
El permanente apoyo de mi esposo
El día que mi esposo Milton y yo reconocimos nuestra necesidad de un Dios verdadero y poderoso para transformar y hacer todo de nuevo, nuestro amor se encaminó hacia sus propósitos eternos.
Durante mi lucha contra la enfermedad, sentí siempre el amor fuerte y puro de mi esposo, dispuesto a permanecer unido a mí por más difíciles que fueran las circunstancias. Cuando el amor es verdadero, es sufrido, permanece constante a pesar de los obstáculos, la incertidumbre, los interrogantes y hasta la pregunta “¿Por qué ella y no yo?” Yo sentía que esas eran algunas de las cosas que pasaban por la cabeza de Milton, aunque él solo dijera: “Nuestro Dios te va a sanar”.
Un día escuché -sin que él lo supiera- sus sollozos desde mi habitación. Mi espíritu se estremeció pues en esos momentos difíciles urgía mi necesidad de sentirme amada. Pero en ese instante reaccioné, y comprendí que no era la única afectada por el cáncer; también existía un esposo y padre de seis pequeños niños que luchaba por ser fuerte y enfrentar una batalla que incluía la real posibilidad de la separación definitiva.
Esa era la dura realidad: un cáncer avanzado, niños pequeños, mis 34 años, tantos sueños incompletos… Pero no es por vista que se llega al cumplimiento de la palabra, sino a través de la fe en el Dios de lo imposible. “Y dijo: Jehová es; haga lo que bien le pareciere”
El Apóstol Víctor, mi padre espiritual, comenzó a elevar una oración al trono de Dios y de repente escuché que decía: “Silvina, yo veo en tus manos una bandera blanca que significa victoria, tómala”. En aquel momento, sin dudarlo, miré hacia arriba y dije: “Señor Jesucristo, toda tu Gloria, unción y poder que está en este lugar, la quiero yo” y con una voz que salió de lo más profundo de mi ser expresé con una fe llena de convicción, humildad, de despojo de un sistema mental de esclavitud: “sáname”. Así aceptaba un milagro sobrenatural. Pronuncié esa oración con todas mis fuerzas.
Al instante sentí una extraña sensación. Parecía que me estiraba como una cinta elástica bajo una poderosa unción del Dios viviente. Mi cuerpo comenzó a saltar, no lo podía dominar y en medio de esa tremenda experiencia escuché decir al apóstol Víctor: “Pastora Lidia, Dora, sigan sosteniéndola porque se puede caer, ella está débil”.
Pero mi cuerpo estaba fuera de control. Comencé entonces a sentir entre mis piernas un líquido que me estaba empapando. Lo primero que procesó mi mente fue: “Es una hemorragia y me estoy manchando frente a esta multitud”. Pero no me importó nada. Lo que yo estaba viviendo era glorioso. Sentía que estaba bajo el poder del Rey de reyes, Señor de señores, a través de una fe rendida por completo a su sanidad. Mi cuerpo seguía saltando, de tal manera que a una de esas mujeres que trataban de sostenerme, a causa de la fuerza que tenía que hacer, se le rompió el cierre de la falda. (Suelo decirle: “No fue culpa mía, fue el exceso de peso”).
Luego caí de rodillas al piso, mi rostro estaba mojado en lágrimas de gozo y no paraba de repetir: “Te amo, Jesús, te amo, te amo, te amo, te amo y si me quieres añadir un día, una semana, un mes, un año, lo que sea de vida, será para que yo te sirva con todas mis fuerzas, con mis recursos, con todo lo que me des para administrar. El día que no te sirviera, levántame, llámame a tu presencia porque quiero que mi testimonio sea un altar a Ti, Señor”. Ese fue el contrato que hice con el Rey de reyes ese día, mientras me encontraba de rodillas.
Cuando levanté mi mirada vi al pastor Claudio con una sonrisa y el dedo pulgar hacia arriba, como diciéndome, “Todo está bien”. Tan pronto me puse de pie noté que ya no sentía dolor alguno. De hecho, tenía fuerzas, energías para caminar, correr, sentía que estaba sana. ¡Era un milagro! Lo sentía en mi cuerpo, en mi alma, en mis emociones; no me interesaba saber cómo había ocurrido la intervención divina. ¡Lo único que sabía era que estaba totalmente sana!
(Breve síntesis del libro “¡Cáncer, hasta aquí llegaste. Ahora,retrocede!”, de la pastora Silvina Fernández, de Paraje Itín (Chaco). Una lectura muy recomendada para quienes quieran conocer los detalles de su extraordinaria experiencia de sanidad.)
Silvina Fernández reside en Itín, Campo Hermoso, provincia de Chaco, en la República Argentina. Está casada con Milton Bonifetto y tienen seis hijos: Maximiliano, Luciano, Santiago, Emanuel, Cristal y Patricio, quienes ya los han bendecido con nietos. Bajo la cobertura de los apóstoles Mariel y Víctor Béliz del Ministerio Aliento de Vida pastorean la iglesia en Itín. La pastora Silvina es presidente de la Fundación “Jóvenes desafiando el cambio”, equipando y formando una generación con pensamientos renovados para manifestar el gobierno del Padre hasta lo último de la tierra.
E-mail: silvinaanalia.fernandez@yahoo.com
WhatsApp: +54 (93731) 51-8185
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