Christian Mark - Antología 6 - Camino al Cielo

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33 autores relatan su tránsito por el camino de la fe. Un libro colectivo repleto de testimonios y relatos llenos de bendiciones. En este viaje de la fe, leemos los relatos de sanidad de cáncer, reflexiones sobre la pandemia, enseñanzas para hacer más fácil la travesía, y hasta ¡historias de amor! Todo contado por los protagonistas de semejante periplo con rumbo a la eternidad.

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El famoso y querido Hotel de los Inmigrantes (hoy Museo en Puerto Madero) los albergó mientras mi abuelo viajaba en tren escogiendo el lugar dónde comenzar una nueva vida. Fue la Provincia de Córdoba, en Arroyito, donde después de muchas vicisitudes pudieron tener una chacra y un tambo.

Volver a empezar

En la década del 40 hubo grandes sequías y plagas de langostas. Mis padres se vinieron a la ciudad de Córdoba, a comenzar de nuevo en una pequeña pieza alquilada a una familia judía de apellido Borenstein. Todo era pobreza compartida, un sastre y un peón de campo, aprendiendo un oficio de constructor con un manual gordo, y discutiendo profecías con este costurero. Mi madre buscaba el agua en tachos de una canilla pública a 200 metros, ya embarazada de mí.

Mi padre buscó una iglesia de hermanos eslavos que terminó siendo nuestra familia. Sobrevivientes de la guerra la mayoría, no había diferencia con rusos, checos, polacos… comunión y el infaltable té con limón y pan dulce, aunque hiciera 40 grados.

Con sacrificio levantaron paredes en un barrio que era campo, y allí nos trasladamos, aunque las ventanas no tenían vidrios. Años de mucho esfuerzo, mi padre albañil y pastor, ya construía hermosas casas y chalés, al mismo tiempo que daba sus mejores estudios bíblicos preparados en sus descansos debajo de un paraíso, con un pequeño Nuevo Testamento y una libreta, construyendo la Iglesia de Cristo.

Fue escritor en varios idiomas eslavos. Puedo recordar un ruidito rasposo a la luz de una lámpara, cuando con una plumilla y tinta china, con su caligrafía hermosa, nos escribía poesías para Navidad u otras fiestas sagradas, o artículos que enviaba por correo a Canadá o Estados Unidos.

Mi padre nos dedicaba tiempo

Para ahorrar iba caminando al trabajo rudo al sol, quemado en verano y en invierno. Pero al llegar a casa y darse una ducha entraba al dormitorio por una hora, para hablar con su Padre Celestial. No podíamos molestarlo por ningún motivo, luego salía renovado y le cebábamos mate y nos contaba historias. Siempre tenía tiempo para nosotras. Nos revisaba los cuadernos y las tareas, se alegraba con cada nota de la maestra, y nos hacía respetar casi con devoción a cada una de ellas.

Caminábamos 30 cuadras para tomar un tranvía y luego un colectivo para ir a la Iglesia. Iba silbando un himno, eso era un arrullo, y el perfume a Glostora de su cabeza era delicioso. Hoy pienso: ¿se olvidaría de su cansancio cuando nos llevaba en sus brazos si nos dormíamos? Nunca escuché una excusa para faltar al culto. Muchas veces se nos fue el último colectivo, y dormíamos en las escaleras de la empresa de electricidad, en el centro, hasta que amanecía y comenzaba el recorrido. Nos enseñó con esos ejemplos quién era primero en su vida. Hoy, siendo yo una “señora mayor”, pastora por más de 50 años y maestra de la Palabra, reconozco una vez más que todo lo que soy se lo debo a él. Vi en primera persona a un ser puro, con un corazón perdonador, manejar las injusticias dejándolas en manos del Señor. Soportó tanto en la vida, pero siempre tenía una palabra de ánimo y una sonrisa en su rostro.

Un día de la década del 60 recibió la primera carta de su tierra. Estaba en códigos, y se notaba que había sido despegada (pleno comunismo, Ucrania era parte de la URSS). Vimos a nuestros padres llorar y apagar la radio por un mes, había duelo porque se enteraron de que toda su familia fue aniquilada. Stalin tomó esa zona, y destrozó la Iglesia matando a miles de creyentes, entre ellos todos los parientes que se quedaron allí.

Portadores de un legado

Por tal razón siempre oró que, si Dios los salvó trayéndolos a Argentina, era para que una generación de su linaje cumpliera el propósito del Señor en este país, al que amó más que a su tierra natal. Tuvo la bendición de que le publicaran un libro desde Canadá, para toda esa zona de Ucrania. Se regalaron miles de ejemplares a través de una radio cristiana de Alemania.

En sus últimos años, levantó las paredes de nuestro templo, gratuitamente. Cada ladrillo estuvo regado con oración, y el Departamento de los Hermanos Mayores llamado “Atardecer con sol”, lo invitó a pastorear. Ese título le caía muy bien, y nos permitió verlo envejecer con gozo, con una mente prodigiosa.

En su congregación dejó de predicar en ruso para ganar a los del barrio, y me maravillaba escuchar capítulos de la Biblia de memoria. Aceptó trabajar en la radio en un programa para la tercera edad, con ese nombre, “Atardecer con sol”, y lo hacía rodeado de jóvenes que atendían el teléfono. Tenía tan buen humor que la gente quería estar con él. Hizo la Marcha de Jesús con alegría, y luego la Fiesta de Pentecostés. De allí, bajo la lluvia, se fue a su iglesia a predicar. Ese enfriamiento le costó la vida.

Yo estaba en Mar del Plata predicando en ese junio cuando me avisaron que estaba grave. Regresé de inmediato, pero en la parada en Chacabuco me avisaron que había fallecido. Me sentí como Eliseo al partir Elías: “¡Padre mío, Padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!”

Cada vez que tengo algún conflicto pienso cómo lo resolvería él. Cuando alguien me hiere, pienso en sus reacciones y recuerdo ese dormitorio, su cámara secreta donde dejaba sus penas. Y allá voy …

Su nieto Iván, hoy pastor en Alemania, al despedirlo en el cementerio, dijo: “Fue el hombre más puro y lleno de luz que conocí, me honra ser su nieto”. Vástagos de buena madera, ¡gracias, Señor!

Lidia Lewczuk está casada con Juan Masalyka y residen en Córdoba, Argentina. Ambos descendientes de eslavos, el ambiente bicultural los enriqueció para el servicio a Dios, desde muy jóvenes. El llamado más fuerte ha sido el pastorado, la preparación de obreros como base misionera y la plantación de Iglesias. Siguen enseñando en Institutos, retiros, conferencias, y son pastores del Centro Cristiano de Córdoba junto a su hijo Boris y esposa. Lidia es una prolífera escritora y muchas de sus experiencias han sido volcadas en la publicación de nueve libros.

E-mail: llmasalyka@gmail.com

Teléfono: +54 (351) 484-6224

WhatsApp: +54 (9351) 626-3138

Todavía me avergüenza contarlo Soy Profesor de Educación Física Mi historia - фото 7

“Todavía me avergüenza contarlo”

Soy Profesor de Educación Física. Mi historia comienza cuando le fallé moralmente a mi señora, a mis hijas, a mi familia.

Por Christian Mark

El número 38

¿Solo un número? No. Fueron los días más difíciles de mi vida. Treinta y ocho días preso, o privado de la libertad, como quieran llamarlo; treinta y ocho días en donde mi vida se transformó. Parecía una pesadilla de la que no podía escapar. Intentaba salir, pero era imposible; ahí estaba, sin vuelta atrás.

Hasta que un día desperté y volví a la realidad; cruda realidad, pero a la vez maravillosa. ¿Maravillosa? No estoy loco, lo pensé bien al escribir esta palabra... ¡maravillosa! Ustedes se preguntarán cómo es posible que después de semejante experiencia pronuncie esta palabra.

Las cosas fueron así: oscuridad, abismo, desesperación, vergüenza, arrepentimiento y.... ¡JESÚS! Ahí empieza lo maravilloso, lo asombroso, lo sobrenatural. Todo eso despertó en mí el deseo de conocerlo, hablar con Él, pedirle perdón, llorar, contarle mis pecados, confiar en Él, sentir su mano sacándome del fondo de ese abismo oscuro, sentir que me perdonaba, me escuchaba, me contenía y me guiaba hacia lo inimaginable... DIOS.

Lo acepté como Señor y Salvador de mi vida en el piso húmedo de un calabozo, acostado sobre un colchón que, obviamente, no era de resortes ni nada por el estilo, solo cucarachas y soledad como testigos fieles. Nadie me guio en la oración de fe, sólo estábamos Él y yo. Le abrí mi corazón, le pedí perdón a Él y a mi familia, le confesé mis pecados, y empecé a confiar, a creer, a esperar. A entender que Él me daba otra oportunidad.

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