Sana mi corazón
Quizás usted está del otro lado. Alguien lo ofendió y usted es quien tiene que perdonar. No retenga su perdón. Negarse a perdonar es poner anclas en el pasado. A veces somos muy exigentes con aquellos que nos han ofendido. Y cuanto más cercanos y queridos son, más queremos “cobrarle” la ofensa. Pretendemos que vengan caminando de rodillas por 10 kilómetros, a la vista de todo el vecindario y se postren a la puerta de la casa implorando perdón. No creo que suceda así, pero ¡tampoco sería necesario! Muchas veces exigimos más a quienes más amamos.
A veces tenemos cerca gente que nos cansa, nos hiere, nos pide perdón y nos vuelve a herir al poco tiempo. Dígame hasta cuántas veces perdonar… una está bien; dos ya agota mi paciencia; pero ¿tres? ¡Ya es el colmo! ¡siempre lo mismo! ¿Me toma por tonto?
Pedro le preguntó a Jesús hasta cuántas veces tenía que perdonar. Y Jesús le dijo: “no te digo siete, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22). Siempre me pareció exagerado perdonar 490 (70 x 7= 490) veces a una persona; pero, aunque ilógico, es algo que es alcanzable.
Predicando en una Iglesia de Oberá, en la Provincia de Misiones una profesora de matemáticas se acercó después del sermón y me dijo:
— Vos estás equivocado.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Jesús no dijo “70 x 7”, sino “70 veces 7” o sea: 7.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777.777
¡Ella tenía razón! ¿Puede leer este número? ¡Imposible! Ni perdonando diez veces por segundo durante toda una vida de setenta años llegaríamos a perdonar tanto. Sin embargo, Dios nos perdona muchísimo más.
El 2020 fue un año duro. La pandemia nos confinó. Durante el aislamiento, un grupo de hermanos de varios países organizamos un coro virtual y comenzamos a cantar. A muchos de ellos todavía no los conozco personalmente, pero nos unimos en el amor del Señor, y anhelo el momento de darles un abrazo.
Cantamos para bendecir a otros y fuimos bendecidos nosotros mismos con varios himnos; uno más hermoso que otro. Sin embargo, hubo uno en particular, cuyo título es “Sana mi corazón”, que llegó a oídos de muchas personas y produjo un cambio en sus vidas. La letra dice así:
Palabras se han dicho,
promesas se han hecho,
a pocos le importa cumplir de verdad.
Parejas deshechas,
familias en guerra,
mi corazón grita:
“¿Dónde está el amor?”
Amigos que solo a mí se acercaron
por lo que yo les podía ofrecer,
y ya sin fuerzas y decepcionado,
noche tras noche llorando clamé:
“¡Dame amor, y alivia mi dolor!
¡Que yo pueda entender
y aprender a vivir
con aquel dolor que hay en mi ser!
Sana mi corazón”.
Y de rodillas le pedí a Jesús:
“hacé lo que quieras, hacelo en mí”,
Y Él me sanó, y alivió mi dolor.
Yo elegí perdonar y aprendí a vivir
con aquel dolor que hay en mi ser,
y Él sanó mi corazón.
Podemos tener el corazón herido por miles de motivos, pero Dios puede sanar las heridas. Solo conozco mi historia, no sé cuál es la tuya: si ofendiste gravemente a alguien o si sufriste una decepción terrible… pero una cosa sé: “Jehová sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. (Salmos 147:3). Y yo lo creo.
“Errar es humano, perdonar es divino”. ¡Compruébelo! ¡Póngalo en práctica! Pero por favor, no lo escriba en la luneta trasera de su auto…
Notas
¹William J. Kirkpatrick (William James), 1838-1921
²chabón: coloquial - Argentina: En el lenguaje juvenil, se usa como vocativo para referirse a una persona a la que no se conoce o de la que se desconoce su nombre.
³La lección de August (título original en inglés Wonder) Libro escrito por Raquel Jaramillo Palacio, publicado en febrero de 2014. En noviembre de 2017 se estrenó una película homónima basada en este libro.
Jorge Puzenik vive en Villa Caraza, Buenos Aires, con su esposa Rosa y sus dos hijos: Aarón y Boris. Es secretario de la Convención de Iglesias Cristianas Evangélicas Eslavas de las Repúblicas del Plata. Por muchos años dirigió un coro y una orquesta llamada Agrupación Hosanna. Acompaña a Luciano Bongarrá en el Ministerio “Parlamento & Fe”. Es director de una Escuela Secundaria de gestión estatal en Lomas de Zamora. Es Licenciado en Ciencias de la Educación. Estudió en Jerusalén becado por el Estado de Israel, donde recibió el apodo de “Rabino Nik”.
Email: puzenick@gmail.com
WhatsApp: +54(911)3803-5464
Youtube: JorgeVictorPuzenikRabinoNIK
¡No quiero!
Pero cuando nos disponemos, Dios coloca el sentir, mueve las fichas, saca los escombros de nuestra vida y nos pone a andar.
Por Pabla Aquino
Beatriz se creía un fracaso en materia de perdones… Y es que lo había intentado muchas veces y a pesar de las buenas intenciones y de que se lo imponía como propósito, sencillamente no lo sentía…
Demasiado equipaje del pasado sin entender, cosas que simple y llanamente eran imposibles de borrar. Demasiados errores, dolores e historias familiares que se repetían sin que ella pudiera entender o superar. Y un Dios al que sentía lejano, muy lejano, y en el que hacía tiempo había dejado de creer.
Así que, cuando a los 42 años descubrió un nódulo en su axila, dijo: “¡basta!” Colapsó y tal vez haya sido lo mejor que pudo pasarle. Su hijo era chico aún y eso le hacía sentir miedo, mucho miedo. Pensaba en si podría ser cáncer o no. Entre el descubrimiento del nódulo y la biopsia pasó exactamente un año. Durante ese tiempo transitó entre análisis, consultas con médicos y su trabajo.
Fue un largo año en el que su mayor temor estaba relacionado con su hijo menor. ¿Qué sucedería con él si a ella le pasaba algo? ¿Cómo se iban a mantener si tenía que dejar de trabajar por un tiempo?
No había ahorros ni familia en qué apoyarse; así que la almohada de esos días fue la receptora de todo su temor. Sin embargo, ella se encontraba lejos de saber que ese problema que parecía traer muerte, en realidad cambiaría su vida para siempre.
En su angustia e ignorancia comenzó a enojarse con Dios: lloraba, rezaba, se enojaba, todo el combo completo. Solía decirle cosas tan “agradables” como: “¿Cuál es tu problema? ¿No tienes a nadie más a quien complicarle la vida que no sea a mí? ¿Estoy “de turno” acaso? ¿Qué te hice?”
Como es obvio, claramente se sentía una víctima, casi una mártir de telenovela de la tarde. No obstante, en su interior sabía que había gente con problemas mucho más grandes o dolorosos; pero se había cansado y había comenzado a escuchar los susurros de un enemigo que le decía que ella no era importante para Dios.
Hoy, no se siente orgullosa de aquella época. Siempre dice que Dios fue muy paciente con ella o de lo contrario ya la hubiera fulminado con un rayo ante tales irreverencias de su parte. También reconoce que, en medio de sus lamentos, Dios le dio luz y entonces comenzó a investigar acerca del cáncer. Encontró un artículo que se refería a este padecimiento como la enfermedad de la tristeza y decía que todos tenemos células cancerosas y que, ante ciertos episodios, se manifestaban, por así decirlo. Y entonces comprendió…
Era de tarde, pero programó una cita con Dios para esa noche. Y cuando llegó el momento dijo casi textualmente: “Perdón, ya entendí… Bah, entiendo lo de ahora, las consecuencias de la tristeza y demás, pero sigo sin entender todo lo que me sucedió cuando era chica. Yo no busqué eso; sé que perdí la fe y ya ni siquiera estoy segura de que existas o que estés ahí escuchándome; pero si es así te pido que me ayudes para que mi vida cambie. Ya no quiero seguir así, quiero vivir. Quiero conocerte. Dame una señal para saber dónde debo ir o qué debo hacer. Necesito estar segura de que me oíste...”
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