Christian Mark - Antología 7 - ¡Perdonado!

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Un libro lleno de perdón y compasión. Si el Evangelio que vivimos y predicamos no se llamara «El Evangelio de Jesucristo», sin duda se llamaría «El Evangelio del perdón», porque todo en la Biblia gira en torno a esa palabra, perdón: el perdón que Dios me otorga y que acaba con la enorme deuda de todos mis pecados; el perdón que yo le ofrezco al que me ofendió; y el perdón que mi prójimo me brinda cuando, humildemente, le pido que me perdone. Todo brota del amor de Dios y del perdón inmenso que él nos da. En este libro colectivo, más de una treintena de escritores hablan sobre el perdón y las cadenas que rompió en tantas vidas liberadas. Deseamos que aquellos lectores que aún tienen encarceladas a personas tras los barrotes de su memoria tomen la trascendental determinación de soltarlas por medio de un perdón lleno de misericordia. Si lo hacen, Cristo las premiará haciéndoles vivir una libertad como nunca han experimentado en sus vidas.

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"¡Perdonado! Ahora mi vida tiene sentido" habla del perdón que recibimos de Dios, y eso da sentido a nuestras vidas. Pero ¿cómo vamos a aceptar el perdón que viene de arriba sin aplicarlo horizontalmente con aquellos con quienes vivimos? ¿Podemos recibir perdón de Dios y quedar anclados en el resentimiento sin perdonar? La respuesta es no.

¿Ofendí o me ofendieron?

Dios no le pregunta si usted tiene el 100%, el 50 % o el 11,32 % de culpa en una discusión. Muchas veces, buscamos excusas en ello: “Sí. Yo lo ofendí; pero peor es lo que me hizo él”.

Jesús no andaba con vueltas. No se puso a filosofar sobre quién tiene más culpa. No dijo que aquel que tuviera más del 50% de responsabilidad debería ir a pedir perdón. En Mateo 5:23-24 Jesús dijo: “…si traes tu ofrenda al altar, y ahí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.

A ver si entendí, ¿dice: “si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti? ¡¡¡Claro que tiene algo contra mí!!! ¡¡¡Y por eso debería venir a pedirme perdón de rodillas!!! Parece que Jesús la tiene clara. No podemos acercarnos al altar, a la presencia de Dios si hay falta de perdón. Aun cuando creamos tener la razón, Jesús no nos consulta, sino que solo nos dice: “deja tu ofrenda y ve a reconciliarte”.

Muchas veces discutimos por cosas que no tienen importancia. Incluso en nuestra propia casa o iglesia. No me diga que alguna vez usted no comenzó a discutir con su cónyuge porque quedó abierta la pasta dental o la ropa sucia fuera del canasto, lo que generó una contienda en la que uno comenzaba a buscar todos los puntos flacos del otro, llegando a un nivel de discusión mayor en el que se acordaban hasta de los padres y el resto de la familia… hermanos, cuñados, primos, tíos y hasta la maestra de primer grado de cada una de las partes involucradas justificando cada uno de los argumentos, para pasar luego a los abuelos que vinieron de Europa, y llegar hasta los mismísimos Adán y Eva para volver casi a la tercera guerra mundial, sin saber si Adán hubiera cerrado la pasta dental o hubiera puesto la ropa para lavar dentro del tacho correspondiente…

¿Y después? Horas de no hablar… o tal vez días. Todo por no tapar la pasta dental. ¿Le suena conocido? ¿no le pasó? ¡Ah! Estamos de acuerdo que no soy el único.

Ir, reconciliarnos y luego volver

Hace poco vi una hermosa película llamada La lección de August basada en un libro del mismo nombre³. En un momento apareció una frase que me impactó muchísimo: “Cuando puedas elegir entre tener razón o ser amable, elige ser amable”.

¿Cuántas veces hemos discutido para tener la razón? ¿Y qué hemos ganado? Quizás ganamos la discusión, pero hemos perdido un amigo o el aprecio de alguien. Proverbios 16:2 dice que: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los espíritus”. ¿Vale la pena discutir por tener la razón en algo insignificante?

“…deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano…”. La definición de reconciliar es: restablecer la concordia o la amistad entre varias partes que estaban enemistadas. En otras palabras, es tratar de que el hermano enojado renuncie a su enemistad. Y si somos los ofensores no hay dudas, debemos ir a pedir perdón. Simple y llanamente, perdón.

No excusarse ni disculparse

Muchas veces escuché estos términos como similares a pedir perdón, pero no lo son en lo más mínimo. Aunque excusar a alguien de algo signifique liberarlo de una obligación o compromiso, también significa buscar excusas para no reconocer que se ha hecho algo malo. Quien busca excusarse, busca liberarse de algo que ha hecho; pero no necesariamente implica arrepentimiento.

Pedir disculpas tampoco es pedir perdón, sino que no se le asigne una culpa. El diccionario lo define como: razón o argumento que se da para justificar un error o una falta o para demostrar que alguien no es culpable o responsable de algo. Queremos que nos quiten la culpa, justificando lo que hicimos.

Pedir perdón es algo diferente. Es avergonzarnos, es reconocer que en realidad hemos hecho algo malo que lastimó al otro. Es arrepentirnos. Pedir perdón supone vergüenza. Pedir perdón es reconocer que nos equivocamos, que somos humanos, pero que queremos reconstruir lo que hemos destruido con una acción equivocada. El perdón repara la herida. No busca excusas ni busca razones para justificarse.

Muchas veces, no nos animamos a pedir perdón, porque presuponemos que la otra persona no nos va a perdonar. Y dejamos que pasen las horas, los días, los años y la vida sin pedir perdón por no animarnos a dejar nuestra ofrenda e ir a pedir perdón.

¿Recuerda la película Mi pobre angelito? ¿Recuerda cuando el “angelito” (que no tenía nada de ángel) entró a una iglesia y se encontró con el anciano de barba que le causaba tanto miedo? Ese hombre estaba ahí para ver cantar a su nieta. Hacía años se había enemistado con su hijo, y la única forma de verla era venir al ensayo del coro de niños de la iglesia.

Cuando Kevin McCallister, el protagonista, comenzó a conversar con el anciano y se enteró de que no se hablaban desde hacía muchos años, le preguntó:

—Si le apena, ¿por qué no llama a su hijo?

— Temo que si lo hago él no quiera hablar —respondió triste el anciano.

—¿Cómo lo sabe? —insistió Kevin

—No lo sé. Solo temo que no quiera —se excusó apenado el anciano.

—No se ofenda —replicó el niño—, pero… ¿no está algo viejo para tener miedo?

Y mi pregunta es: ¿no estamos grandes para tener miedo? Ni usted ni yo somos “ángeles”. Tampoco tenemos aureolas de “santos”. Somos de carne y hueso. Pecadores con olor a pecado. Solo nos da paz haber sido perdonados por Dios. Entonces, ¿por qué tenemos tanta vergüenza de ir a pedir perdón?

Fui testigo de muchísimas personas que se reencontraron después de muchos años, y llorando se acercaron a agradecer que hubiera predicado sobre el perdón. Lo he palpado de cerca. El perdón produce un shock.

Allá por los años 70, algo había sucedido entre hermanos de una iglesia. Algo que significó enfrentamientos, broncas, disputas, dolores de cabeza y heridas al corazón. De un lado y del otro, ofensor y ofendida habían pasado durante más de treinta años, muchas noches sin dormir, saboreando dolor y respirando ira en vez de bendición.

Dios me permitió ser el nexo y llevar el pedido de perdón a la otra persona. Cuando comenté el motivo de mi visita, la mujer ya anciana y con lágrimas en los ojos, me dijo: “pero ¿por qué esperó treinta años para pedir perdón?” Treinta años que hubieran significado no masticar raíces de amargura ni soportar el peso de la culpa. Pero, aun así, después de tanto tiempo, el perdón llegó. Y valió la pena.

Ocultar una ofensa solo trae dolor, para el ofendido y para el ofensor. No importa si pasaron horas, días, semanas, meses o años. El momento para ir a pedirle perdón a esa persona que se ha herido es hoy. No mañana. No la semana que viene. Hoy.

Ocultar la ofensa trae dolor

En los primeros versículos del Salmo 32 se profundiza el efecto del perdón en nuestras vidas: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano”.

“Mientras callé envejecieron mis huesos”. Hasta nuestro propio cuerpo sufre por la falta de perdón. Sé que está pensando en alguien. Solo usted y Dios lo saben. Y eso basta. Ya sabe lo que tiene que hacer. No vaya al altar. Dios ya lo perdonó. Deje su ofrenda en el altar y vaya a buscar a su hermano. Pídale perdón. No pida disculpas; sino, perdón.

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