En este sentido, las organizaciones contaron con herramientas modernas como fue un aparato publicitario basado en folletos, revistas o periódicos donde defendían la postura de la Iglesia y los valores morales de la religión a capa y espada. Por ejemplo, las Asociación de Señoras de la Caridad de SVP escribían sus Memorias donde se exaltaba la labor filantrópica de las socias más importantes. 23También la Iglesia y los laicos concientizados fundaron instituciones educativas capaces de formar tanto sacerdotes como militantes católicos. Para el caso del asociacionismo femenino, las socias de las organizaciones católicas destinaron parte de sus recursos a sostener, mediante un programa de becas, a un grupo selecto de sacerdotes que estudiaban en Roma, al mismo tiempo, inauguraron escuelas católicas para niños y niñas donde ese les inculcaba una fuerte convicción por el catolicismo social y el trabajo filantrópico. Estos mismos ejes formaron parte de las actividades cotidianas que desarrollaría la Asociación de Damas Católicas Mexicanas a partir de 1912.
Entre 1880 y 1890, León XIII publicó las encíclicas Diuturnum Illud (1881), Inmortale Dei (1885) y Libertas (1888), las cuales consolidaban las resoluciones del Concilio Vaticano I. La primera recalcaba la autoridad de Dios por encima de los hombres y, por ende, de la autoridad política en los Estados modernos. 24La segunda dio pie a una campaña de defensa de los derechos de la Iglesia a nivel internacional que utilizaba a los católicos seglares como la punta de lanza de su nueva política. Comparaba a la militancia católica con los primeros cristianos y de esta forma se les otorgaba un lugar especial en la defensa de la religión:
[…] en el orden privado el deber principal de cada uno es ajustar perfectamente su vida y su conducta a los preceptos evangélicos, sin retroceder ante los sacrificios y dificultades que impone la virtud cristiana. Deben, además, todos amar a la Iglesia como la Madre común; obedecer sus leyes, procurar su honor, defender sus derechos y esforzarse para que sea respetada y amada por aquellos sobre los que cada cual tiene alguna autoridad. Es también de interés público […] que se atienda a la instrucción pública de la juventud en lo referente a la religión y a las buenas costumbres, como conviene a personas cristianas: de esta enseñanza depende en gran manera el bien público de cada ciudad. Asimismo, por regla general, es bueno y útil que la acción de los católicos se extienda desde este estrecho círculo a un campo más amplio, e incluso que abarque el poder supremo del Estado. 25
Mediante la encíclica Libertas , León XIII reconoció públicamente la separación entre la Iglesia y el Estado “situación que históricamente tenía perdida la Iglesia desde hacía mucho tiempo”. 26Siguiendo el pensamiento intransigente, se opuso a todos “los defensores del liberalismo” quienes afirmaban que “la libertad debe ser dirigida y gobernada por la recta razón”, pues esta idea negaba lo que desde la Iglesia se profesaba, que “el hombre libre deba someterse a las leyes de Dios” 27sancionando con ello al liberalismo y a las libertades políticas. 28
Siguiendo la misma tónica se publicó en 1891 la encíclica Rerum Novarum donde se pronunciaba contra la miseria y la explotación de la clase trabajadora; defendía en cambio los principios de caridad, el derecho natural a la propiedad privada, el individualismo, el matrimonio y la familia como base de la sociedad. Bajo la mirada del Sumo Pontífice, la humanidad se alejaba cada vez más de los valores cristianos, de este modo la pobreza, las enfermedades, la criminalidad y las transformaciones sociales que trajo la modernidad fueron percibidas como “la cuestión social” y concebidas como consecuencia directa de las ideologías liberales y socialistas.
La Rerum Novarum se destacó por ser la primera encíclica social del pontificado. En ella se argumentó la necesidad de la Iglesia por atender y desarrollar un nuevo proyecto social –que Pío XII nombraría años más tarde como “Doctrina Social de la Iglesia” (DSI). Este programa permitió la fundación y organización de asociaciones, congresos y conferencias de hombres y mujeres católicos encaminados a la difusión de una serie de actividades que buscaban adaptar el programa intransigente a las distintas experiencias locales y moldear la vida asociativa, femenina y masculina, mediante la implementación de acciones cotidianas encaminadas hacia una misma dirección: el alivio de “la cuestión social” producto de la modernidad.
Las encíclicas Diuturnum Illud , Inmortale Dei , Libertas y Rerum Novarum funcionaron como instrumentos capaces de encaminar y unificar alrededor del mundo la acción de las crecientes asociaciones católicas de hombres y mujeres que desde la sociedad civil encauzarían sus acciones para defender la fe y enseñar la doctrina social de la Iglesia, 29bajo el lema de “luchar como los primeros cristianos” contra los principios centrales del liberalismo y los males producto de la “cuestión social”.
Para el caso particular del asociacionismo femenino, en el mundo se fomentó la labor filantrópica. El modelo católico femenino que surgió en el siglo XIX exaltaba el papel de la mujer en la vida doméstica. En este sentido, impulsar la acción social femenina era motivo de inquietud, pues significaba abrir la puerta a un espacio de acción social fuera de la tutela familiar y masculina. La práctica filantrópica, las acciones de caridad y la beneficencia fueron los ámbitos idóneos para la participación femenina, ya que le permitieron actuar en la vida pública sin perder el papel que el modelo católico le había otorgado, al cuidado del hogar, del esposo y los hijos se le agregó la atención del enfermo, el menesteroso y de ciertos sectores sociales.
Asimismo, la formación de asociaciones católicas femeninas dio un nuevo sentido a la identidad de las mujeres, “la militante tomó el lugar de la dama de beneficencia”, 30y el sentido de la caridad como eje de la vida moral femenina se convirtió en el estandarte que les permitió actuar públicamente. Las mujeres fundaron hospitales, atendieron a los enfermos y delincuentes, dieron conferencias religiosas, de higiene, moral y enseñaron el catecismo, crearon un sistema que les permitía traspasar su papel de protectoras de la vida doméstica como madres, amas de casa y esposas para convertirse en guardianas de una serie de valores religiosos que les abrió las puertas de la vida pública.
En consonancia con las directrices papales, la construcción de un modelo de acción de las organizaciones católicas femeninas que estará presente durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX se fue construyendo en torno a los tres ejes básicos. Primero, la sociabilidad que generaba identificarse como “las primeras católicas” y compartir un mismo el aparato devocional, como el Sagrado Corazón, las devociones marianas y el rezo del Rosario. Segundo, desde el impulso de una militancia que defendía ciegamente su derecho a expresar públicamente su fe católica mediante la organización de fiestas parroquiales, kermeses y peregrinaciones. Tercero, la promoción de un aparato publicitario que fomentó la homogeneización del discurso intransigente en torno al papel de la mujer católica en el mundo moderno.
1.2 Y la romanización llegó a México
El fortalecimiento del ultramontanismo en México se desarrolló, por un lado, a partir de una reforma educativa de los seminarios, dirigida tanto al clero secular parroquial como a la jerarquía eclesiástica y, por el otro, con la celebración del Concilio Plenario Latinoamericano en 1899.
Era central para el proceso de romanización formar cuadros intelectuales que desde el interior de la Iglesia defendieran la religión frente las diversas aristas de la modernidad. Así, se educó al clero secular bajo la litúrgica de la renovación tomista y se les preparó como promotores de las devociones del Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen de Guadalupe. 31En cambio, la educación de una jerarquía eclesial romanizada quedó a cargo de tres instituciones: la Universidad Pontificia de México, el Colegio Pio Latinoamericano y la Universidad Gregoriana, estos dos últimos ubicados en Roma. El Colegio Pio Latinoamericano estuvo dirigido por jesuitas y tenía la intención de “formar según los designios papales a la élite del clero que habría de constituir una parte importante del episcopado latinoamericano”. 32A él asistieron como estudiantes un grupo de jóvenes mexicanos quienes, como se verá en el capítulo siguiente, se convirtieron en los principales dirigentes del catolicismo social mexicano y al mismo tiempo ocuparon cargos sumamente importantes al interior de la jerarquía eclesiástica mexicana. 33
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