Sofía Crespo Reyes - Entre la filantropía y la práctica política

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El libro estudia a la organización «Unión de Damas Católicas Mexicanas», la cual entre 1912 y 1932 desarrolló su vida asociativa y promovió un programa de acción social y político usando como base diversas dimensiones del espacio urbano de la Ciudad de México: la manzana, la parroquia, los barrios y las colonias. La intención es discutir cómo sus acciones por la ciudad les permitieron construir su propio entramado social gracias al cual actuaron en distintos campos de manera simultánea, múltiple, y articulada. Así, mientras crearon un sistema catequístico, fundaron sindicatos, establecieron escuelas, al mismo tiempo discutieron pública y políticamente con los gobiernos posrevolucionarios y establecieron de manera paralela una estructura material y espacial que les dio soporte.

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Ante estos cambios, la Iglesia tuvo que replantearse su lugar como rectora de la vida espiritual y de la conciencia, pero también su papel como institución pública. Tuvo que redefinir su naturaleza como institución social y su relación con el Estado. 3Los más de 20 años de enfrentamientos entre el Estado Pontificio y el movimiento del risorgimento , 4que buscaba la unificación del territorio italiano, endurecieron la política del Vaticano en la península itálica, mientras que en resto del mundo la actitud intransigente del Supremo Pontífice frente a la modernidad impulsó el llamado movimiento ultramontano , el cual pretendía defender y reforzar la autoridad del papado y la estructura eclesiástica. Este proceso conocido como romanización consistió en promover desde Roma una serie de medidas con la intención de centralizar la política de la Iglesia en la figura del Papa y del Vaticano. 5

El siglo XIX representó para hombres y mujeres un profundo cambio en relación con su fe y con la Iglesia. Tanto en Europa como en México, los hombres tomaron distancia. Según datos de Margaret Chowning, la mayoría de las cofradías fundadas entre 1810 y 1840 se componían en un 80% de mujeres. 6Esto no significa que los hombres hayan abandonado la religión, sino que ésta “dejó de ser un hecho global, absoluto, de mentalidad, para asumir contornos relativos a la opinión religiosa”. La fe de los hombres se combinó con nuevos intereses políticos. 7Al mismo tiempo, las mujeres poblaron los templos y con ello las prácticas religiosas se acoplaron a las necesidades de su público femenino. Este proceso ha sido denominado por la historiografía de “feminización” de la piedad y las prácticas religiosas, debido a que las mujeres comenzaron a hacerse cargo de actividades devocionales en comparación a los hombres; sin embargo, la presente investigación considera, al igual que Silvia Arrom, que esta relativa “feminización” se debió principalmente a que la manera en la cual los hombres expresaban su caridad, devoción y filantropía era distinta a la femenina. Las mujeres se hicieron cargo de la caridad, la devoción y la filantropía, mientras la piedad masculina se abocó a la atención devocional en numerosas asociaciones de ayuda mutua, mediante la publicación de periódicos y la organización de congresos católicos que buscaban soluciones a los problemas sociales de la nación mexicana. 8

A fin de atender las necesidades espirituales de su principal audiencia, la Iglesia creó todo un modelo religioso dirigido principalmente a la mujer, trasformó el sistema devocional y la práctica religiosa para exaltar una serie de valores que, desde su perspectiva, integraba el ser femenino. En este sentido, se identificaron los valores de la sumisión, el espíritu de abnegación, el amor conyugal, la caridad, el sentimentalismo y la maternidad, como los espacios de desenvolvimiento social de la mujer. Al mismo tiempo, se le constriñó en el espacio doméstico, se le convirtió en el “ángel del hogar”, en la protectora de los valores familiares y, por ende, de la religión católica. 9Así, se crearon nuevas prácticas devocionales como el Sagrado Corazón de Jesús, el cual asociaba los sufrimientos de Cristo por la salvación del mundo con las ideas de la restauración católica frente a la crisis eclesial provocada por la modernidad; 10el culto de María centraba su atención en convertir la pureza de la Virgen en un modelo de identificación para las jóvenes católicas, el cual sería el centro de la educación femenina; 11o bien la vigilia o el cuidado de los tabernáculos que tenían el sentido de replantear la relación de las mujeres con la parroquia, pues estas actividades iban acompañadas de la responsabilidad de mantener limpias y arregladas las iglesias, al tiempo que se aseguraban de estar abiertas y ocupadas todo el día. 12

Al interior de la Iglesia, los más convencidos de la romanización pertenecían al grupo de los “católicos intransigentes”. Ellos sostenían una corriente de pensamiento tradicionalista que observaba al mundo en dos tonalidades, “por un lado estaban los enemigos de Dios y de la Iglesia; por el otro lado estaban los buenos católicos, que debían unirse al Papa en una actitud clara y decididamente antiliberal”. 13Los intransigentes condenaron de manera indistinta todas las corrientes de pensamiento que atacaban o ignoraban a la Iglesia como el liberalismo, el racionalismo, el positivismo y, posteriormente, el socialismo y el comunismo, al tiempo que propusieron un movimiento con la intención de “crear una opción social y política sustentada por la Iglesia y donde fuera la fuente de legitimidad y aspiración”. 14

El otro grupo lo constituían los “conciliadores o católicos liberales”, quienes se caracterizaban por buscar la adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos. Para ellos, era indispensable aceptar las ideas sociales, políticas y económicas del liberalismo, aceptar el “progreso humano como parte del plan de Dios sobre la humanidad”. 15La fuerza del grupo intransigente al interior de la jerarquía eclesiástica se vio reflejada en las resoluciones del Concilio Vaticano I, donde se definió jurídicamente la superioridad del primado pontificio sobre los obispados y las diócesis de la Iglesia en occidente. 16En palabras de Aspe, hacia 1870 “la Iglesia regresaba por sus fueros haciendo la guerra al mundo moderno desde nuevas y desconocidas trincheras”. 17

Bajo el auspicio de la orden de los jesuitas, la intransigencia actuó en al menos tres ejes. Primero, la divulgación de la revista Civitá Cattolica , donde se publicaban las cuatro líneas centrales de su programa de resguardo del catolicismo: “crítica a los principios liberales, la defensa del poder temporal de los papas, la exposición de los principios de la doctrina social de la iglesia y la propaganda del tomismo”. 18Segundo, la fundación de instituciones educativas encaminadas a formar cuadros al interior de la estructura eclesiástica que propagaran y defendieran el pensamiento intransigente en el mundo. 19Y por último, la formación de cuadros de católicos seglares, personas comprometidas con la causa del catolicismo pero sin formar parte de la estructura eclesiástica; la intención última era convertir a estos militantes católicos en promotores y defensores de un “programa de reconquista del mundo” impulsado desde el Vaticano para “restablecer la influencia de la iglesia en la sociedad y la política”, 20sobre todo a partir del año 1878, fecha en que León XIII (1878-1903) asumió la cabeza del pontificado.

Estos tres ejes sentaron las bases de un modelo estratégico de acción posteriormente retomado por el asociacionismo católico. Las organizaciones de hombres y mujeres, fundadas en México durante la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras del XX, trabajaron en torno a estos tres elementos; sin embargo, es importante destacar que el asociacionismo católico en México no apareció de manera espontánea a partir de 1870, sino, por el contrario, existía una tradición asociativa previa con orígenes en la transformación de las cofradías en organizaciones encaminadas a sostener una obra pía, como fue el caso de la Asociación Damas de la Vela Perpetua que fue sumamente importante entre 1810 y 1840, pues tuvo el propósito de mantener una devoción particular a un santo o a la imagen de Cristo o de la virgen de Guadalupe en varias iglesias, ciudades o pueblos. Esto implicaba mantener una capilla o un altar dedicado a la devoción durante todo un año, y una vez al año organizar una “función”, una misa especial, una procesión y una fiesta. 21

Asociaciones como la Vela constituyeron un espacio de participación pública para las mujeres, les otorgaron una posición de liderazgo y modificaron su relación con los sacerdotes locales. Sin embargo, el asociacionismo católico adquirió una nueva dimensión durante el último tercio del siglo XIX, cuando comenzó a promoverse el catolicismo social. Hombres y mujeres entraron en un proceso de “concientización laica” 22que permitió vincular sus actividades pías al interior de las iglesias con un programa social y político que buscaba la expansión del papel de la iglesia en todos los ámbitos posibles. De esta forma, las organizaciones creadas en el último tercio del siglo XIX se apoyaron en el “catolicismo social” como un marco político de defensa de su fe, lo que les permitió darle un nuevo sentido a sus viejos vínculos parroquiales y comunitarios para así sostener sus sistemas de sociabilidad que comenzaban a desmantelarse.

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