Valentín Andrés Álvarez - Ensayo, narración y teatro

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Valentín Andrés Álvarez, miembro de la generación del 27, destacó en su condición de economista, pero su inclusión en la Colección Obra Fundamental se debe a su dedicación a la literatura como narrador, dramaturgo, ensayista, poeta y colaborador habitual de prensa durante los años veinte y treinta del siglo pasado. Se distinguió por su vasta y variada cultura y por su ingenioso empleo del humor, rasgos que se presentan en la selección que se ofrece en este volumen.El ensayo «La Templanza», formó parte del libro de autoría colectiva
Las 7 virtudes, publicado en 1931, en el que también intervinieron Antonio Espina, Benjamín Jarnés, César Arconada, José Díaz Fernández, Antonio Botín Polanco y Ramón Gómez de la Serna. Se incluyen también tres de sus novelas de carácter autobiográfico como muestra de su producción narrativa:
Telarañas en el cielo,
Sentimental-Dancing y
Naufragio en la sombra. Por último, su faceta de dramaturgo está representada por las comedias
Tararí y
Abelardo y Eloísa, sociedad limitada.

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Valentín Andrés pone atención en el recuento efectuado no sólo en lo «memorable y grandioso» sino también en «lo pequeño y vivo», y le sirven de apoyo para su elucubración tanto lo adelantado por doctos varones como Adam Smith, Friedrich Nietzsche o Claudio Sánchez Albornoz como gentes de la tierra cuyos hechos y dichos trae a cuento a manera de citas oportunas; los llamados en Asturias «americanos» o «indianos» (capítulo VI) muy sobresalientemente, aunque extraña la falta siquiera de unas líneas ensalzadoras de su labor respecto a la fundación de escuelas, tan encomiada por el noventayochista Luis Bello en el libro Viaje por las escuelas de España . Al paso de la lectura advierto dos coincidencias —capítulo III, «Economía estética», y capítulo II, «El imperio astur»— con textos literarios suyos anteriores y ahora resumidos, a saber: la idea de la utilización comercial de la belleza del paisaje o «Economía estética», explanada más extensamente en la novela de 1930 Naufragio en la sombra , y el minirrelato (dada su brevedad) de una historia que es núcleo argumental de la comedia Abelardo y Eloísa, sociedad limitada , tal como si se tratara de recurrencias de pensamiento a través de los años.

Lo que sí recurre en la expresión es el gusto de Valentín Andrés por la ocurrencia ingeniosa y por el uso del contraste cualquiera sea el asunto de uno y otro procedimiento: la cueva de la Santina en Covadonga (capítulo II, primer caso) o la continuada serie de diferencias entre Oviedo y Gijón (capítulo VIII, segundo caso).

VALENTÍN ANDRÉS, NARRADOR

Puede afirmarse que la dedicación narrativa de Valentín Andrés Álvarez comienza como autor de relatos breves anteriores en fecha de publicación a sus narraciones más extensas o novelas; conozco dos cuentos, titulados «La Garbosa» ( Región , Oviedo, núm. 79, 23 de octubre de 1923) y «La muerte no usa guadaña» ( Verba , Gijón, 1926), que corresponden a ese comienzo. En el primero, la protagonista es una vaca llamada Garbosa, orgullo de su dueño, distinguida entre sus congéneres por su «hermosa estampa», «aquel finísimo pelo blanco y limpio como la nieve, donde unas caprichosas manchas negras destacaban sus irregulares contornos»; era, además, fuente de trabajo —tiraba, por ejemplo, del carro y del arado— y de riqueza —daba leche para la familia y «para hacer aquellas mantecas tan preciadas» con cuya venta «se obtenía el único dinero contante que entraba en la casa»; y, más todavía, era el blando cariño protector de los huérfanos del aldeano sobre quien había caído tiempo atrás el infortunio de la viudez. Es claro que guarda este cuento algún parecido con el Adiós , Cordera clariniano sin que haya de establecerse entre ambos más comparación que la derivada del tono sentimental que los preside, unos breves toques de ambiente rural asturiano y una narración llevada por sus pasos contados —tres breves apartados o capitulillos lo integran— hacia un desenlace difícil donde prima el recuerdo —la voluntad— de la difunta Rosa.

El segundo relato, menos sentimental y más ingenioso que su compañero, queda más próximo a la literatura cultivada en adelante por su autor, situada la acción en un paisaje rural innominado y a cargo de un médico muy singular a quien sus temerosos pacientes pueblerinos burlan finalmente.

Telarañas en el cielo , que viene cronológicamente tiempo después, representa ya una modalidad narrativa distinta y más al día y alude a una de las varias probaturas de Valentín Andrés en busca de un rumbo seguro en su existencia: el acercamiento, aconsejado por su pariente don Laureano Díez Canseco, talentoso y pintoresco individuo, al Laboratorio de Investigaciones establecido en un edificio del Hipódromo donde, en compañía del personal científico que allí trabajaba, se aposentaba (a la izquierda del mismo) un Tercio de la Guardia Civil. La astronomía surgió entonces como nuevo y atrayente camino del autor, pues el trato con los astros podría colmar sus apetencias tal como le ocurriría al anónimo protagonista del relato, publicado en Revista de Occidente poco más tarde de la aparición de Sentimental-Dancing . El motivo de la estancia del autor en París, aconsejado por el catedrático Blas Cabrera, no fue otro que estudiar astronomía y especializarse en mecánica celeste, pero otras dedicaciones, la poesía, las andanzas nocturnas por el Barrio Latino, las horas de lectura pasadas en la biblioteca de Santa Genoveva, se llevaron buena parte de sus jornadas parisinas, culminadas con el descubrimiento del economista Pareto. Convertida alguna parte de su afición astronómica en asunto apto para la literatura, compuso Telarañas , cuyo contenido, dejada a un lado la afición del anónimo personaje protagonista, es una peripecia amorosa, cursi a ratos y con un desenlace entre feliz y decepcionante. Dentro de la parva acción ofrecida encontrará el lector algunas referencias culturalistas bien distantes de la astronomía, ya de índole literaria —son mencionados H. G. Wells y Julio Verne en cuanto escritores de fantasías de ciencia-ficción—, ya alusiones de otra índole —Napoleón, Jesucristo, san Andrés y Aquiles son sus implicados—, o el citadísimo verso de Dante en el canto III de la Divina Comedia , «Lasciate ogni speranza», que resume significativamente el tono de una concreta situación. El anónimo protagonista masculino «fue siempre un buen chico, trabajador y serio», lo que se muestra y demuestra a lo largo del relato, narración con algún toque descriptivo, escaso diálogo y decidida inclinación al uso de llamativas comparaciones —«la familia pasó ante ellos, tras la proa de su cochecito, como un navío que volvía cargado de frutos naturales de aquel país delicioso donde ellos anhelaban ir»—. Capaz de apasionarse llevado por un propósito, de ilusionarse, mejor, dado que este se refiere a una realidad muy por encima de la cotidiana y prosaica en la cual están inmersos Lolita y su madre, novia y futuras esposa y suegra. Conseguir una plaza para trabajar en el Observatorio Astronómico era un objetivo deseable y necesario para colmar su deseo científico, y lograrlo, tras el esfuerzo de la obligada oposición, determinó, casi al mismo tiempo, su matrimonio. La decepción antes aludida se produjo por su trabajo en el Observatorio, lugar anhelado donde nunca le fue bien ya que «los primeros trabajos que le encomendaron no eran a propósito para entusiasmar a nadie, pues consistían en hacer cálculos interminables y complicados con los datos tomados por los astrónomos en sus observaciones»; «le destinaron después a los trabajos preparatorios del anuario del Observatorio para el año siguiente»; «le encomendaron después la tarea de dibujar un mapa del cielo. Comenzó por trazar sobre el papel una cuadrícula de meridianos y paralelos, las rejas de la cárcel celeste», y así sucesivamente, consecuencia de lo cual «los astros fueron poco a poco perdiendo todo su esplendor, y eran ahora el trabajo impuesto, fastidioso, cotidiano y remunerado. Iba todos los días al cielo como un artesano a su taller». Es, si se quiere, un ejemplo más de lucha, tristemente perdida por quien merecía una suerte bien distinta, entre el deseo sentido y la realidad encontrada.

Cuando Valentín Andrés da sus primeras señales de novelista la situación de este género en España era, abreviadamente dicho, la siguiente: había concluido, desaparecidos ya sus mantenedores, el auge del realismo y el naturalismo practicados con diversa maestría por los integrantes de la generación de Galdós —solamente vivía entonces (tercera década del siglo XX) Armando Palacio Valdés, cuyas obras penúltimas y últimas nada especialmente valioso añadían a su renombre—. La generación del 98 y la del 14, que vienen a continuación, dominan nuestro panorama literario, pero en lo que atañe a la novela más bien respecto a una minoría de lectores, pues quienes de veras venden, frente al menor eco alcanzado por Azorín y Unamuno (entre los noventayochistas) o por Gabriel Miró y Ramón Pérez de Ayala (entre los novecentistas), son otros: la llamada generación de El Cuento Semanal , Ricardo León y Concha Espina, desde luego más conocidos.

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