Valentín Andrés Álvarez - Ensayo, narración y teatro

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Valentín Andrés Álvarez, miembro de la generación del 27, destacó en su condición de economista, pero su inclusión en la Colección Obra Fundamental se debe a su dedicación a la literatura como narrador, dramaturgo, ensayista, poeta y colaborador habitual de prensa durante los años veinte y treinta del siglo pasado. Se distinguió por su vasta y variada cultura y por su ingenioso empleo del humor, rasgos que se presentan en la selección que se ofrece en este volumen.El ensayo «La Templanza», formó parte del libro de autoría colectiva
Las 7 virtudes, publicado en 1931, en el que también intervinieron Antonio Espina, Benjamín Jarnés, César Arconada, José Díaz Fernández, Antonio Botín Polanco y Ramón Gómez de la Serna. Se incluyen también tres de sus novelas de carácter autobiográfico como muestra de su producción narrativa:
Telarañas en el cielo,
Sentimental-Dancing y
Naufragio en la sombra. Por último, su faceta de dramaturgo está representada por las comedias
Tararí y
Abelardo y Eloísa, sociedad limitada.

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1942 (mes de julio) es el año de entrada de Valentín Andrés en la corporación universitaria como catedrático de Economía Política en la Universidad de Oviedo. En 1979 ( Asturias , Oviedo, 17 de junio, pág. 16) revelaba respecto a sus estudios preparatorios de la cátedra universitaria: «Yo tenía una ilusión y era la de ser catedrático de la Universidad de Oviedo. A lo que me dedicaba por pura afición era a la economía política y en el año 30 se jubiló [Isaac] Garcerán, que era profesor en Oviedo, y pensé que era el momento. Lo dejé todo para preparar esas oposiciones y me dije que en un par de años o tres saldrían. Pues bueno, no salieron hasta el 41. De manera que estuve once años estudiando economía y nada más que economía para ir a la cátedra de Oviedo». Ahí permanecería el curso completo 1942-1943 y sólo el primer trimestre del siguiente, cuando, en comisión de servicio, pasó a Madrid, docente en la recién creada Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, que poco después se desdoblaría en «Políticas» y «Económicas», asiento suyo esta última pues en noviembre de 1945 obtuvo por oposición la cátedra de Teoría Económica de la misma. Algunos de sus colegas le ayudaron a abrirse paso en medio de un clima de posguerra española que ideológicamente le era más bien desfavorable; por ejemplo, fue Ramón Carande quien le llevó a trabajar en el Instituto de Estudios Políticos, creación del nuevo régimen, y de acá y allá surgirían invitaciones y llamadas, como la propuesta, en febrero de 1948, para ocupar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas la vacante (medalla número 10) de don José Manuel Pedregal y Sánchez Calvo; en 1952 leyó el ritual discurso de ingreso, titulado «Naturaleza, sociedad y economía». Dentro de la nueva facultad, en la que se jubiló siendo su decano, le fue encomendado el discurso de apertura del curso 1961-1962, y cosa por el estilo le sucedería años más tarde (1965), especialmente invitado para hacerlo en la inauguración de la facultad ovetense de Económicas, disertando sobre «El tránsito de la economía tradicional a la moderna».

Doctor honoris causa por la Universidad de Oviedo (1979) e hijo predilecto de Grado y de Asturias entre otros reconocimientos, añadamos el respeto, rayano en veneración, que le profesaban sus alumnos, en nombre de los cuales se pronuncia Juan Velarde Fuertes con las siguientes palabras: «A Valentín Andrés Álvarez le repugnó […] el constituir camarillas de discípulos que después resultan promocionados hacia diversos lugares de la docencia. No cerró jamás las puertas a nadie […]. No tuvo jamás celos de los éxitos de otras cátedras […]. Las clases eran realmente prodigiosas»10.

Con la jubilación cobró Valentín Andrés mayor apego a la vida tranquila y al retiro placentero que le brindaban sus estancias en la casona de Doriga, cada vez más largas y demoradas, donde le visitó en 1975 el periodista Julio Ruymal, a quien declararía: «Llevo una vida tan recogida y me atraen tanto los libros que no echo de menos cosa alguna, ni la cátedra, ni los alumnos, ni la política, ni aquellas tertulias del Madrid de antaño cuando Madrid era todavía como una ciudad provinciana tranquila. Me refugio en la casona. La vida en la aldea es deliciosa. Vine en el mes de julio y no volveré a Madrid hasta noviembre. Ahora casi me paso todo el año aquí»11.

Fue en una de esas prolongadas estancias asturianas cuando, a los noventa y un año, le llegó la muerte, ocurrida en Oviedo el 21 de septiembre de 1982, día en que esta ciudad celebra la fiesta de su patrono san Mateo: problemas cardiovasculares, consecuencia de una rotura de cadera, fueron la causa.

VALENTÍN ANDRÉS, ENSAYISTA

La estrecha relación de maestro a discípulo habida entre Ortega y Valentín Andrés, respecto de la cual quedan consignados algunos pormenores en el capítulo biográfico precedente, se afianza con el cultivo del género del ensayo por uno y otro. Prescindo de los trabajos de asunto económico debidos a nuestro escritor en los cuales, contrariamente a la conocida definición orteguiana, predomina claramente la llamada prueba explícita sobre otros rasgos distintivos, y solamente me ocuparé de aquellos donde destacan los siguientes: una menor extensión, pues lo que pretende el ensayista (como apunta José Luis Gómez-Martínez) «es sólo abrir nuevos caminos e incitar a su continuación»; su «carácter sugeridor e interpretativo» o, con otras palabras (también de Gómez-Martínez), «el poder de las intuiciones que se vislumbren y de las sugerencias capaces de despertar en el lector»; el «carácter confesional», esto es, que lo que llamaríamos la personalidad íntima del autor animara sus palabras; intención dialogal o propósito de entablar una comunicación efectiva con los lectores; carencia de una estructura fijada de antemano, lo cual no quiere decir que no posea un orden lógico y sistemático sino que dicha comunicación progresa merced a intuiciones y asociaciones diversas; variedad temática que responde a la multiforme realidad ofrecida a la consideración del ensayista, y, finalmente, la denominada voluntad de estilo, pues el ensayo es una obra de arte y no un tratado científico y el autor debe ser consciente de que el lector espera de su escritura una apreciable calidad estética. La marcha del género en nuestras letras ha sido revisada en algunos de sus nombres cimeros por Juan Marichal en La voluntad de estilo (Barcelona, Seix Barral, 1957), estudio que se cierra con Américo Castro y Pedro Salinas, inteligente repaso donde queda de manifiesto la importancia de la obra ensayística de Ortega y Gasset, cuyo ejemplo más notorio tal vez sea El Espectador .

La publicación en 1931 a cargo de la editorial Espasa Calpe del libro colectivo Las 7 virtudes constituye una muestra fehaciente de lo que José López Rubio llamó en su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua «la otra generación del 27», que en este caso reúne a Antonio Espina, Benjamín Jarnés, César Arconada, José Díaz Fernández, Valentín Andrés Álvarez, Antonio Botín Polanco y Ramón Gómez de la Serna, nacidos en la última década del siglo XIX y, en algún aspecto de su obra literaria, seguidores no serviles de Ramón Gómez de la Serna, a quien, con sobrado motivo para ello, presentaba Jarnés en la «Antesala» que hace de prólogo del volumen como «el monstruo de cien pupilas por quien las cosas se abren las entrañas hasta la crueldad, hasta la revelación de su intestino más delgado y de su arteria más imperceptible […], cardenal por derecho propio en todo grande o pequeño cónclave literario». Diríamos que quienes figuran en el mismo son en ese momento escritores de vanguardia, si bien su lista no se agota en esos siete nombres. A nuestro autor lo presenta Jarnés, que era uno de sus colegas más dilectos, del modo siguiente: «Amigo de jugar con los muy locos [alusión al asunto de la comedia Tararí ] y de estudiar con los muy cuerdos. Lo mismo escribe Tararí que acabará de escribir —¿cuándo?— Los siglos de España [proyecto del que no poseemos más noticias]. Como ve Telarañas en el cielo [título de un relato que había visto la luz en Revista de Occidente ], puede ver también la más ligera arruga en la honestidad de su predilecta dama [que lo fue La templanza 12]». Parece ser que estamos ante una réplica española a un libro francés, Les 7 pechés capitaux , obra también colectiva, fruto de la colaboración de otros tantos ingenios entre los que destacaban Jean Giraudoux y Paul Morand; el conjunto francés y el español daban como resultado «un libro curioso y divertido».

A diferencia de los compañeros de volumen, claramente inclinados en su colaboración hacia el relato de sucesos imaginarios que tuviesen algo que ver con la virtud que les había correspondido como protagonista —el caso más notorio al respecto tal vez sea La largueza , de Díaz Fernández—, Valentín Andrés se complace en ofrecer una canónica y sistemática divagación sobre la Templanza en cuanto «virtud moderadora de los impulsos animales» del ser humano, y para mejor asentar sus opiniones echa mano de cuanto le dicta un afilado sentido común, ayudado por la experiencia, y una atenta capacidad de observación junto con otros más doctos saberes, como la teología que nombra y define con precisión la naturaleza de los goces sensuales, cuatro en total, que la Templanza, su contraria, ha de corregir. Semejante seriedad, que caracteriza el tono expresivo utilizado en las treinta y cuatro páginas de que consta la colaboración, se rompe por la intercalación de historias como la protagonizada por un fraile y un vendedor ambulante que conversan camino de un innominado pueblo en fiestas; o por dos borrachos, amigos ocasionales; o por la pareja que forman un pescador de río y un cazador, las cuales constituyen, a modo de otro ámbito distinto, una especie de ruptura. Otra ruptura es provocada por las ocurrencias, no poco sorprendentes y presididas por el humor, tan familiares para sus lectores, en que se complace Valentín Andrés y que acá y allá matizan el texto, como sucede con el pesaje en báscula del pecador obeso a causa de la gula: «El acto de pesarse tiene el valor de un examen de conciencia. Se pesa el cuerpo y el alma». Y como al margen del núcleo argumental, la siguiente derivación económica contenida en estas cuatro líneas: «No sólo por interés individual se impone la Templanza. Lo que come uno de más, lo come alguien de menos. Esta virtud nos estrecha entre la economía orgánica y la economía política».

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