Valentín Andrés Álvarez - Ensayo, narración y teatro

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Valentín Andrés Álvarez, miembro de la generación del 27, destacó en su condición de economista, pero su inclusión en la Colección Obra Fundamental se debe a su dedicación a la literatura como narrador, dramaturgo, ensayista, poeta y colaborador habitual de prensa durante los años veinte y treinta del siglo pasado. Se distinguió por su vasta y variada cultura y por su ingenioso empleo del humor, rasgos que se presentan en la selección que se ofrece en este volumen.El ensayo «La Templanza», formó parte del libro de autoría colectiva
Las 7 virtudes, publicado en 1931, en el que también intervinieron Antonio Espina, Benjamín Jarnés, César Arconada, José Díaz Fernández, Antonio Botín Polanco y Ramón Gómez de la Serna. Se incluyen también tres de sus novelas de carácter autobiográfico como muestra de su producción narrativa:
Telarañas en el cielo,
Sentimental-Dancing y
Naufragio en la sombra. Por último, su faceta de dramaturgo está representada por las comedias
Tararí y
Abelardo y Eloísa, sociedad limitada.

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SALVIDE, Fernando de, entrevista con Valentín Andrés Álvarez al día siguiente del estreno de Tararí, en España, Madrid, septiembre de 1929.

SÁNCHEZ HORMIGO, Alfonso, «Los felices veinte de Valentín Andrés», prólogo a En serio y en broma, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1991, págs. 9-17.

——, «Valentín y Ramón, a este lado del paraíso», El Bosque, núm. 4, enero-abril de 1993, págs. 91-109.

SUÁREZ, Constantino, Escritores y artistas asturianos. Índice biobibliográfico, tomo I, Madrid, 1936, págs. 218-221.

SUÁREZ, María, «Diccionario de autores en castellano», en Enciclopedia temática de Asturias, tomo 6: Lengua y Literatura, Gijón, Silverio Cañada, 1981, pág. 286.

VELARDE FUERTES, Juan, Las aportaciones económicas de Valentín Andrés Álvarez, Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, 1980.

VV. AA., «Valentín Andrés Álvarez. Cien años de un asturiano excepcional», La Nueva España, Oviedo, 20 de julio de 1991, págs. 54-57. Colaboraciones de José Luis García Delgado, Juan Velarde Fuertes y Teodoro López-Cuesta Egocheaga.

J. M. M. C.

ENSAYO

LA TEMPLANZA

LA TEMPLANZA ES la virtud moderadora de los instintos; es decir, de lo que tiene el hombre de animal. Como el hombre es algo más que ese ser natural e instintivo, se hace preciso analizar sus componentes, para separar el elemento objeto de la templanza y estudiarlo, aislarlo así, en este ensayo, en este tubo de ensayo.

Filósofos, teólogos y moralistas han descubierto en nosotros tres naturalezas diferentes: divina en el alma, humana en la razón y animal en los instintos. De seres racionales, de hombres verdaderos, tenemos sólo una tercera parte. No hay hombres cabales; todos somos tercios de hombre.

El ser humano es un término medio. Es la media cósmica entre el animal y Dios.

En su idea del hombre apenas difiere de la teología cristiana la teogonía gentil. Prometeo nos dotó de varias actitudes animales; pero nos hizo de barro, al que animó con el robado fuego divino. De aquí nuestra tragedia: ser una mezcla insoluble de tierra y de cielo. Sin embargo, debemos estar muy satisfechos por habernos fabricado un dios prudente; porque ¡qué seríamos si en vez de hacernos Prometheus —de pro y metheus , «el que piensa antes»— nos hubiese hecho su hermano Epimetheus, «el que piensa después»!…

Como rige un sistema especial de virtudes cada una de nuestras naturalezas, determinaremos las partes del organismo donde encarnan estas, para localizar en él la jurisdicción de la templanza. Nuestro cuerpo, anatomía y fisiología, es todo él animal. La actividad humana, cultural, consiste en la asimilación de sensaciones brutas transformadas en ideas a lo largo de vueltas y revueltas, de circunvoluciones cerebrales, el intestino de la razón. De divinos, según Descartes, tenemos sólo un rinconcito: la glándula pineal, que es para los anatómicos el vestigio de un ojo: el ojo de Dios que hemos perdido.

Objectus temperantiae est delectationes corporeas . Pero no todos los placeres corpóreos entran bajo su jurisdicción. El hombre es, en el torrente de la vida, un pescador de goces. Se sirve para ello de los sentidos: unas veces poniéndose en contacto con los objetos mismos que le proporcionan placer, por medio del gusto y del tacto; otras dirigiendo a ellos su oído o lanzándoles su mirada. Pesca goces a mano y con arpón.

Como la templanza impone sus preceptos, voluptates gustus et tactus , a los placeres del gusto y del tacto, resulta que esta virtud es el reglamento de la pesca a mano.

La sensualidad es uno de los grandes estímulos de nuestra vida. Es ella quien nos lleva al restaurante, al cabaret, al matrimonio… Únicamente no nos impulsa este motor en aquella parte de nuestra existencia que es pura actividad divina o intelectual; cuando vamos a la Iglesia o al Ateneo.

Describiré rápidamente el mecanismo del motor sensual para ver cómo debe actuar en él la templanza. Los placeres que la sensualidad puede proporcionarnos giran alrededor de cuatro centros: dos de ellos fijos en el eje gustativo: placeres del comer y del beber; los otros dos en el erótico: placeres del amar y del retozar. A cada uno de estos impulsos sensuales se aplica, para oponerse a peligrosos vértigos, una virtud moderativa, una zapata frenadora. Al par gustativo, la sobriedad y la abstinencia; al par erótico, la castidad y la pudicia. Estas cuatro virtudes deben actuar juntas para formar la unidad superior, la virtud general que las comprende todas: la templanza, cuya función en el mecanismo sensual queda así bien determinada. La templanza es el freno de cuatro ruedas.

Como se ve, la sensualidad pura, libre de extraños elementos intelectuales o artísticos, es pobre en matices; no vibra más que en cuatro goces. Y aún hoy vibran pocas veces bien armonizados, y ninguna sin sordina. Sólo la Antigüedad gozó de su completa y libre orquestación: la bacanal. Frente a la tentación de una bacanal ante el paso de un cortejo dionisíaco, y sólo frente a él, ejercería plenamente la templanza su función. Frente a los placeres menores de hoy bastan las virtudes menores que la integran. Es el vicio quien mide la virtud. Como sólo nos tientan hoy vicios menores, no podemos practicar grandes virtudes.

Para comprender la naturaleza de los cuatro goces sensuales nos valdremos de la teología, que define precisamente las virtudes por el placer que deben moderar. Quator sunt species emperantiae: abstinentia , que contiene el deseo y uso de comida; sobrietas , que refrena el deseo y uso de bebidas alcohólicas; castitas , que reprime o modera el appetitum et usum venereorum ; puditia , que cohibet vel moderatur tactus, oscula, amplexus , palpaciones, besos y abrazos. Esto dice la teología.

Los placeres del comer y del appetitum et usum venereorum proceden de dos instintos fundamentales del organismo animal: el de la conservación del individuo y de la especie. Por eso únicamente la satisfacción de estos deseos, en que un instinto básico cumple su misión, puede proporcionar un pleno goce físico; en ellos solos existe verdadera ejecución sensual, saboreo de algo material, sólido, tangible: carne de mujer o de ternera. Estos dos instintos tienen bien delimitados sus campos; son independientes por órgano, por función y por esencia. Pero he aquí que plantea un grave problema filosófico-sensual el beso. En efecto: promueve un raro conflicto de jurisdicciones esa apetencia bucal por la carne femenina. Mientras no exista una teoría del ósculo no nos explicaremos ese acto promiscuo en que se disfruta un goce sensual por vía alimenticia.

Los placeres moderados por la sobriedad y la pudicia no proceden de la satisfacción directa de instintos. A veces, tienen vaga relación con ellos; pero ni entonces las bebidas alcohólicas ni los tactus , oscula y amplexus satisfacen verdaderos apetitos. No son más que aperitivos.

Terminaremos estas notas generales sobre la templanza con una regla práctica. ¿Cómo fortalecernos contra la sensualidad? ¿Cómo acostumbrar nuestro ánimo a que no sufra flaqueza? Por la gimnasia se adquiere la fuerza. Busquemos la tentación para vencerla. Cuanto más pronto apaguemos el ardor de un gran deseo, más recios y fortalecidos saldremos de la prueba para la templanza. Se da temple al ánimo como al acero: echándole un jarro de agua fría estando al rojo.

Sólo trataremos ya en lo sucesivo de la sobriedad y de la abstinencia, o mejor frugalidad, templanza stricto sensu .

Por defecto uno y por exceso el otro pecan igualmente contra la templanza el abstemio y el borracho. El abstemio es un ser absurdo que cree ejercitar una virtud cuando practica un vicio. El abstemio es un hombre que ha quitado un goce a la sensualidad, un estímulo a la vida, un atractivo al mundo. No es nunca virtuoso el abstemio: tiene algo del avaro, del hombre que disfruta privándose, que goza con no gozar.

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