Se trata de una veintena de personajes, buena parte de ellos escondidos bajo la anonimia que supone denominarlos loco 1.º a loco 6.º, vigilante 1.º a vigilante 3.º, agente 1.º y agente 2.º, o, también, en virtud del sexo —señorita, señora, hija—, o de la profesión —director, administrador, comisario—. Sólo uno de entre ellos tiene nombre, lo que destaca su importancia dentro del conjunto: es don Paco, el nuevo director del establecimiento después de la rebelión y triunfo de los internos. Aparece distinguido por su inteligencia en la resolución de las dificultades presentadas, y en su filosofía práctica arremete contra la cabeza que «nos impide ser buenos, generosos y felices. Por eso nosotros, como las cabezas no podemos suprimirlas, vamos a desquiciarlas». Don Paco es quien convoca (al comienzo del segundo acto) una asamblea de los locos originales para tratar de las nuevas circunstancias porque «quiero que nos pongamos de acuerdo sobre lo que debemos hacer»: la dirige con buena manera, recomendando a los compañeros, ante sus propuestas un tanto disparatadas, «nada de extremismos». Su consideración del ser humano, expuesta al que fuera administrador de la casa (escena quinta del acto segundo) con gran escándalo de este, es la que terminará imponiéndose a lo largo de la obra en el sentido de que personas decentes y no decentes, cuerdos y locos no son más que «matices nuestros sin importancia», ya que, «en el fondo, todos somos iguales: mitad cuerdos, mitad locos; mitad personas decentes y mitad sinvergüenzas», condición mixta que alcanza su más cumplida representación cuando, ya la obra bordeando el desenlace, resulta imposible al comisario separar con eficacia cuerdos de locos para saber así quiénes son los rebeldes denunciados contra los que se debe actuar; la revuelta situación producida por la confusa presencia de unos y otros ocasiona un animado cruce de voces tanto individuales como colectivas (así las del llamado «coro de cuerdos»). El fracaso del comisario, incapaz de imponer su autoridad aunque sea manu militari , ¿sería una de esas arriesgadas reconvenciones del dramaturgo a las normas rígidas y violentas que más de una vez acompañan el ejercicio de la autoridad?
Un diálogo sencillo, de breves intervenciones habitualmente, sirve de vehículo comunicativo entre los personajes, que a veces, tanto los residentes fijos como los visitantes ocasionales, parecen estar inmersos en una comedia de equívocos.
Pim , pam , pum fue la segunda y última obra teatral que estrenó Valentín Andrés, ya en la posguerra: Madrid, 1946, teatro Cómico, por la compañía de Cipriano Rivas Cherif. «Momento francamente inoportuno [para ello pues] era la época de Franco y todo aquello que sonaba un poco a rebeldía era inadmisible y había que condenarlo. Y los críticos lo condenaron», recordaba su autor, entrevistado por Evaristo Arce18. Se presentaba como «fantasía humorística», y acerca de los personajes advertía Valentín Andrés19: «Más que verdaderos personajes serán sus propias caricaturas. El espectáculo, por sus elementos plásticos, tendrá un tono y estilo que recuerde, vagamente, una película de dibujos», pretensiones o intenciones que estimo no se alcanzan cumplidamente a lo largo del prólogo y los tres actos de que consta, con intervención de treinta y dos personajes, de muy diferente jerarquía protagonística. La acción no tiene complicaciones en su desarrollo, pues avanza linealmente, sin desviaciones temporales hacia el pasado ni, tampoco, mezcla de diversos núcleos argumentales y con mínimos cambios del lugar de la acción entre acto y acto o entre los llamados «tiempos» o «cuadros» en que se reparten los actos primero y segundo: «salón lujoso» como asiento del prólogo y «la misma decoración» en el acto primero para cambiar en el segundo al interior del pabellón domicilio de una sociedad deportiva «de gente distinguida»; para cambiar de nuevo, en el cuadro II, a un ventorro cercano: uno y otro lugar, harto distintos entre sí, traen consigo la presencia de nuevos y coyunturales personajes. El último acto es un regreso al inicial y al prólogo, pues los personajes del mismo se mueven en un «salón de estilo moderno» cuyas particularidades podrían darse como ya conocidas por el espectador.
La treintena cumplida de personajes mayores y menores no agobia excesivamente la escena, pues la acumulación registrada se distribuye entre el escenario y las consecuencias que a él llegan procedentes de fuera —ruidos, voces, por ejemplo—, con lo cual son solamente unos pocos los personajes sobre quienes carga el peso de la acción, especialmente dos de ellos: el innominado protagonista, a quien se designa como ÉL, víctima de un amor no correspondido: «Que amo y no soy amado», declara a su mayordomo cuando este, que actúa en todo momento como dominador absoluto, guía y diligente ayudador de su amo, le pregunta (acto I, primer tiempo): «¿qué le ocurre?».
El tema abordado en Pim, pam, pum es la búsqueda de la propia o real personalidad que ÉL realiza, sometiéndose a raras e hilarantes pruebas dirigidas por dicho mayordomo, quedando en virtud de ellas frente a frente ambos personajes, los cuales repiten en líneas generales rasgos distintivos de algunas otras criaturas —novelísticas o teatrales— presentadas ya por el escritor, destacadamente el personaje masculino joven, atractivo, desocupado —«aquí todo el mundo tiene alguna ocupación, algo que hacer, menos yo», proclama comenzado el tercer acto— e indolente, galante con las damas, seductor y necesitado de alguien (hombre o mujer) que se haga cargo de él, sacándole de su abandono y poniéndole en camino de obtener rendimiento de sus posibilidades, lo cual quedaría ejemplificado con plena evidencia en la novela Naufragio en la sombra , cuyas peripecias se reiteran en la comedia Abelardo y Eloísa , sociedad limitada. A su lado, acompañándole, viven otras gentes: criados, algunos amigos suyos o ciertos familiares, de relieve secundario, y entre unos y otros fracasa el intento de fijar la personalidad de ÉL, quien le confiesa al mayordomo, avanzado el acto tercero, que «con esas manipulaciones a que me ha sometido usted, de ser inteligente entre tontos, tonto entre inteligentes, elegante para unos y ordinario para otros resulta que me he hecho un lío y ya no sé lo que soy», un ser menesteroso de un «complemento indispensable de su vida» —como si se tratara de un recordatorio del caso de Los medios seres ramonianos—. Se trata de una comedia que con motivo es calificada de «humorística», pues con alguna frecuencia, ya en la presentación de varios personajes, ya en determinadas situaciones y, asimismo, en ingeniosas ocurrencias y en la nada tópica expresión concedida a las mismas, encontramos cumplida muestra de ese humor de nuevo cuño de raíz ramoniana, lo cual corrobora la vanguardia literaria a que estaba adscrito nuestro autor.
A principios de 1967 fue leída en el Centro Asturiano de Madrid, dentro del ciclo Aula de Teatro (autores asturianos), la comedia en tres actos Abelardo y Eloísa , sociedad limitada , original de Valentín Andrés, no estrenada y que puede leerse en el tomo que le dedica la Caja de Ahorros de Asturias (Oviedo, 1980) como volumen primero de la colección Libro Homenaje. Fue una lectura «expresiva», y quienes participaron en ella, bajo la dirección de Pablo Villamar, «cumplieron admirablemente y con gran entusiasmo su cometido», según el cronista de Abc M. R. G. V., quien resume así el asunto de la pieza «escrita hace poco más de un año»: «Situada en un pueblo de Asturias a principios del siglo XX. Una muchacha, Dorotea, viene de Nueva York a su tierra de origen; es emprendedora, práctica, realista, activa y tiene un gran sentido de los negocios. Luis, el protagonista, regresa a su pueblo después de haberse divertido en París, donde fue a estudiar; él es despreocupado, sentimental, contemplativo y romántico. Ambos se encuentran: representan la Norteamérica material y capitalista que choca con la Europa culta, sensible y frívola. El amor surgirá entre ellos volviéndose a revivir el platónico idilio del abuelo de Luis y la abuela de Dorotea, muertos ya hace tiempo. La belleza del paisaje asturiano triunfaría amoldando caracteres y limando asperezas».
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