—¡Tilir tilir! ¡Aquellos que vengan después, salud! Hemos aguardado hasta el fin. Ahora, dos han muerto ya. Nosotros jamás volveremos a ver a Tilir. Sed buenos para con los Sswis, que tan bien nos han tratado…
Se calló.
— Ya no sé leer más — añadió.
Conseguí hacerle confesar que aquellas líneas, aprendidas de memoria, se transmitían de sacerdote en sacerdote, y que «Tilir» debía servir de contraseña por si otros compatriotas de los extranjeros desembarcaban de nuevo en Telus. Reconoció también, que el libro era doble, una parte escrita en lenguaje Sswis y, a partir de la mitad, en el de los extranjeros. Sea lo que fuere, ello significaba una preciosa clave para su desciframiento y, cuidadosamente, tomé una copia.
Muchos veces he pensado en estas hojas ennegrecidas de curiosos caracteres. Muchas veces he retrasado mi trabajo habitual para comenzar a traducir con la ayuda de Vzlik. En definitiva no tuve jamás tiempo suficiente. Extrayendo el significado, con dificultad, de frases dispersas, he aumentado mi curiosidad sin satisfacerla. Se trata de Tilir, de monstruos, de catástrofes, de hielo y de terror… Hoy el libro está en Unión, donde mi nieto Enrique y Hol, el nieto de Vzlik, un Sswis «humanizado», intentan traducirlo. Parece ser que los seres que lo escribieron venían del primer planeta exterior que es el más próximo a nosotros, y al que llamamos Ares, homologándolo al antiguo Marte de nuestro antiguo sistema solar. Quizá viviré aún lo suficiente para conocer el enigma. Pero será menester que se den prisa.
Nosotros os hemos trazado el camino, pero sois vosotros quienes debéis seguirlo. No hemos resuelto todos los problemas, pero es igual. Los dos de ellos más importantes ni tan sólo han sido esbozados. El primero es el de la cohabitación en un mismo planeta de dos especies inteligentes. Para él no hay más que tres soluciones: nuestra exterminación, que evidentemente para nosotros es la peor, la exterminación de los Sswis — que no queremos a precio alguno— o su aceptación como iguales nuestros, lo cual implica su integración en los Estados Unidos de Telus, de lo que los americanos no quieren saber nada por el momento. Para mí, el problema ni tan sólo se plantea. Son iguales a nosotros, y quizá superiores si tomo, por ejemplo, la obra matemática de Hoi, que pocos entre nosotros comprenden.
El segundo problema es la coexistencia de otra especie inteligente, si vuelven de Ares los desconocidos de la Isla Misterio. ¡Si regresan a Telus antes de que hayamos conseguido dominar el espacio, estaremos más que satisfechos de tener a los Sswis por aliados!
Esto es todo. He terminado. Acabo de quemar mis cuadernos. Fuera, luce Helios. Sol se ha escondido ya. Desde mi casa, situada en las afueras de Cobalt-City, puedo ver los campos en los que ondula el trigo aún verde. Mi biznieto Juan ha llegado de la escuela. Un avión planea, todo está tranquilo. Unos Sswis pasean por la calle y hablan, en francés, con nuestros conciudadanos. Cobalt-City cuenta con 25.000 habitantes. Por la ventana veo sobre la cima del Monte París el observatorio donde mi tío tuvo la alegría de terminar sus estudios sobre Ares con el gran telescopio, que fuimos a buscar hace más de cuarenta años. Veo pasar a la nieta de Miguel, Martina, que en rubio se parece tanto como es posible a mi Martina. Ella y mi nieto Claudio… Pero esto ya es el futuro. Vuestro futuro, ciudadanos de los Estados Unidos de Telus…
FIN