Lisa Smith - Despertar
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Elena le dirigió una aguda mirada y vio sincero odio en los ojos entrecerrados y felinos de Caroline.
– Caroline -dijo impulsivamente-, oye. ¿No podemos dejarlo de una vez? ¿No podemos olvidar lo sucedido y empezar de nuevo?
Bajo la cobra de su frente, los ojos de Caroline se abrieron y luego volvieron a entrecerrarse. Torció la boca y se acercó más a Elena.
– Jamás olvidaré -declaró, y a continuación se dio la vuelta y se marchó.
Se produjo un silencio, con Bonnie y Matt mirando al suelo. Elena fue hacia la entrada para sentir el aire fresco en las mejillas. En el exterior distinguió el campo de juego y las ramas de los robles que se agitaban más allá, y una vez más se sintió invadida por un mal presentimiento. «Esta noche es la noche -pensó, desconsolada-. Esta noche es la noche en la que todo va a suceder.» Pero no tenía ni idea de qué era «todo».
Una voz sonó a través del transformado gimnasio.
– Vamos ya, están a punto de dejar entrar a la fila que hay en el aparcamiento. ¡Cierra las luces, Ed!
Repentinamente, la oscuridad descendió sobre todos ellos y el aire se llenó de gemidos y risas maníacas, igual que una orquesta afinando. Elena suspiró y se dio la vuelta.
– Será mejor que te prepares para empezar a conducir a la gente por aquí -le dijo a Bonnie en voz baja.
Su amiga asintió y desapareció en la oscuridad. Matt se había colocado la cabeza de hombre lobo y ponía en marcha una grabadora que añadía música fantasmagórica a la algarabía.
Stefan dobló la esquina, con los cabellos y las ropas fusionándose con la oscuridad. Únicamente la blanca pechera destacaba con claridad.
– Todo solucionado con Tanner -anunció-. ¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer?
– Bueno, podrías trabajar aquí, con Matt, haciendo pasar a la gente…
La voz de Elena se apagó. Matt estaba inclinado sobre la grabadora, ajustando minuciosamente el volumen, sin alzar la mirada. Elena miró a Stefan y vio que su rostro estaba tenso y sin expresión.
– O podrías ir al vestuario de los chicos y encargarte del café y las cosas para los trabajadores -finalizó en tono cansino.
– Iré al vestuario -respondió él.
Mientras se alejaba, Elena advirtió un leve titubeo en su paso.
– ¿Stefan? ¿Te encuentras bien?
– Estupendamente -dijo él, recuperando el equilibrio-. Un poco cansado, eso es todo.
Contempló cómo se alejaba con una creciente opresión en el pecho.
Se volvió hacia Matt con la intención de decir algo, pero en ese momento la fila de visitantes llegó a la puerta.
– Empieza el espectáculo -anunció él, y se agazapó en las sombras.
Elena pasó de habitación en habitación corrigiendo fallos. En años anteriores había disfrutado sobre todo con aquella parte de la noche, contemplando las truculentas escenas que se escenificaban y el exquisito terror de los visitantes, pero esa noche existía una sensación de temor y tensión implícitos en todos sus pensamientos. «Esta noche es la noche», volvió a pensar, y el hielo de su pecho pareció espesarse.
Una Muerte -o al menos eso era lo que supuso que representaba la figura encapuchada de la túnica negra- pasó junto a ella, y se encontró intentando recordar distraídamente si la había visto en alguna de las otras fiestas de Halloween. Había algo familiar en el modo en que se movía la figura.
Bonnie intercambió una agobiada sonrisa con la alta y delgada bruja que dirigía el tráfico hacia el interior de la Habitación de la Araña. Varios muchachos de primer año de secundaria se dedicaban a dar palmadas a las arañas de goma allí colgadas y a chillar y dar la lata en general. Bonnie los metió a empujones en la Habitación del Druida.
Allí las luces estroboscópicas daban a la escena un carácter irreal. Bonnie sintió una torva sensación de triunfo al ver al señor Tanner tendido sobre el altar de piedra, con la túnica blanca profusamente manchada de sangre y los ojos abiertos y fijos en el techo.
– ¡Fantástico! -chilló uno de los muchachos mientras corría hacia el altar.
Bonnie se mantuvo atrás y sonrió de oreja a oreja, aguardando a que el sangriento sacrificio se alzara y diera un susto de muerte al chico.
Pero el señor Tanner no se movió, ni siquiera cuando el muchacho hundió una mano en el charco de sangre que había junto a la cabeza de la víctima.
Eso no era normal, se dijo Bonnie, acercándose a toda prisa para impedir que el chico agarrara el cuchillo del sacrificio.
– No hagas eso -le espetó, y el chico retiró la mano, que apareció roja bajo cada uno de los potentes destellos luminosos.
Bonnie sintió un repentino e irracional miedo de que el señor Tanner fuera a esperar hasta que ella se inclinara sobre él y asustarla entonces. Pero el hombre siguió mirando fijamente al techo.
– Señor Tanner, ¿está usted bien? ¿Señor Tanner? ¡Señor Tanner!
Ni un movimiento, ni un sonido. Ni un pestañeo de aquellos ojos blancos abiertos de par en par. No le toques, dijo algo en la mente de Bonnie de un modo repentino y apremiante. No le toques, no le toques, no le toques…
Bajo las luces estroboscópicas vio cómo su propia mano se adelantaba, la vio sujetar el hombro del señor Tanner y zarandearlo, vio cómo su cabeza caía sin fuerzas hacia ella. Entonces vio su garganta.
Acto seguido empezó a chillar.
Elena oyó los gritos. Eran agudos y sostenidos y no se parecían a ningún otro sonido en la Casa Encantada, y supo al instante que no eran una broma.
Todo después de eso se convirtió en una pesadilla.
Al llegar a la carrera a la Habitación del Druida, contempló un cuadro viviente, pero no era el destinado a los visitantes. Bonnie chillaba mientras Meredith la sujetaba por los hombros. Tres chicos jóvenes intentaban atravesar la cortina que cerraba la salida, y dos muchachos encargados de controlar a los visitantes miraban al interior, impidiéndoles el paso. El señor Tanner yacía sobre el altar de piedra, despatarrado, y su rostro…
– Está muerto -sollozaba Bonnie, los gritos convirtiéndose en palabras-. Dios mío, la sangre es real y está muerto. Le toqué, Elena, y está muerto, está realmente muerto -Entraba más gente en la habitación. Otra persona empezó a chillar, y los gritos se propagaron, y en seguida todo el mundo intentó salir de allí, empujándose unos a otros llenos de pánico, chocando con las mamparas.
– ¡Encended las luces! -gritó Elena, y oyó su grito repetido por otras voces-. Meredith, rápido, ve al teléfono del gimnasio y llama a una ambulancia, llama a la policía… ¡Encended esas luces de una vez!
Cuando las luces se encendieron bruscamente, Elena miró a su alrededor, pero no vio a ningún adulto, nadie que pudiera hacerse cargo de la situación. Una parte de ella estaba fría como el hielo, con la mente moviéndose vertiginosamente mientras intentaba pensar qué hacer a continuación. Otra parte de ella estaba simplemente paralizada por el terror. El señor Tanner… Jamás le había caído bien, pero en cierto modo eso no hacía más que empeorarlo.
– Saquemos a todos los chicos de aquí. Todo el mundo, excepto el personal, fuera -dijo.
– ¡No! ¡Cerrad las puertas! No dejéis salir a nadie hasta que llegue la policía -gritó un hombre lobo que tenía al lado y se sacaba la máscara.
Elena se dio la vuelta sorprendida al escuchar la voz y vio que no era Matt, era Tyler Smallwood.
Le habían permitido regresar al instituto justo aquella semana, y su rostro aún mostraba los moratones de la paliza recibida a manos de Stefan. Pero su voz tenía el tono de la autoridad, y Elena vio cómo los encargados de la seguridad cerraban las puertas de salida. Oyó cerrarse otra puerta al otro extremo del gimnasio.
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