Lisa Smith - Despertar

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Stefan Salvatore, el nuevo alumno de Fell’s Church, arrastra con él un misterioso pasado y también a alguien que sólo desea venganza, su hermano Damon: su odio excede las barreras del tiempo… Ahora tratan de reproducir un mortífero triángulo amoroso que tiene en su centro a Elena, la chica más popular del instituto.

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Su diario no había vuelto a aparecer, aunque habían registrado la casa de Bonnie de arriba abajo. Seguía sin poder creer que hubiese desaparecido realmente, y la idea de que un desconocido leyera sus pensamientos más íntimos la desesperaba interiormente. Porque, desde luego, lo habían robado; ¿qué otra explicación podía existir? Más de una puerta se había abierto aquella noche en la casa de los McCuUough; alguien sencillamente podría haber entrado. Deseaba matar a quienquiera que lo hubiera hecho.

Una visión de ojos oscuros apareció ante ella. Aquel muchacho, el muchacho al que había estado a punto de entregarse en casa de Bonnie, el muchacho que le había hecho olvidar a Stefan. ¿Era él quien lo había hecho?

Salió de sus meditaciones cuando pararon ante el instituto, y se vio obligada a sonreír mientras avanzaban por los pasillos. El gimnasio era un caos apenas organizado. Había transcurrido sólo una hora desde que Elena había marchado a casa para ponerse el vestido, pero todo había cambiado. Entonces, todo había estado lleno de alumnos de último curso: miembros del consejo de estudiantes, jugadores de rugby, el club Clave, todos ellos dando los últimos toques a utilería y decorado. En estos momentos estaba lleno de desconocidos, la mayoría de ellos ni siquiera humanos.

Varios zombis volvieron la cabeza al entrar Elena, las sonrientes calaveras visibles por entre la carne putrefacta de los rostros. Un jorobado grotescamente deforme cojeó hacia ella, junto con un cadáver de tez lívida y ojos hundidos.

Elena comprendió con un violento sobresalto que no era capaz de reconocer a la mitad de aquellas personas con sus disfraces. En seguida, todos la rodearon, admirando el vestido azul claro, anunciando problemas que ya habían aparecido. Elena les hizo callar con un ademán y giró hacia la bruja, cuyos largos cabellos oscuros caían sobre la espalda de un ceñido vestido negro.

– ¿Qué sucede, Meredith? -preguntó.

– El entrenador Lyman está enfermo -respondió ésta con expresión sombría-, así que alguien consiguió que Tanner lo sustituyera.

– ¿El señor Tanner? -Elena se sintió horrorizada.

– Sí, y ya está dando problemas. La pobre Bonnie ya no puede más. Será mejor que te acerques ahí.

Elena suspiró y asintió, marchando a continuación por la sinuosa ruta del recorrido por la Casa Encantada. Mientras pasaba junto a la truculenta Cámara de Tortura y la espeluznante Habitación del Acuchillador Loco, pensó que casi lo habían construido demasiado bien. El lugar resultaba inquietante incluso iluminado.

La Habitación del Druida estaba cerca de la salida. Allí habían alzado un monumento neolítico, pero la linda y menuda sacerdotisa druida de pie entre los muy realistas monolitos con su túnica blanca y una guirnalda de hojas de roble parecía a punto de echarse a llorar.

– Pero tiene que llevar la sangre -decía en tono suplicante-. Es parte de la escena, usted es un sacrificio.

– Llevar esta túnica ridicula ya es bastante malo -respondió Tanner, tajante-. Nadie me informó de que iba a tener que echarme salsa de tomate encima.

– En realidad no le tocará directamente -explicó Bonnie-. Sólo irá sobre la túnica y el altar. Usted es un sacrificio -repitió, como si de algún modo eso fuera a convencerle.

– En cuanto a eso -replicó el señor Tanner con repugnancia-, la exactitud de todo este montaje es sumamente sospechosa. En contra de la creencia popular, los druidas no construyeron este tipo de monumentos; los construyeron una cultura de la Edad del Bronce que…

– Señor Tanner -interrumpió Elena, adelantándose-, ésa no es realmente la cuestión.

– No, no lo será para ti -repuso él-. Motivo por el que tú y tu neurótica amiga vais a suspender historia las dos.

– Eso está totalmente fuera de lugar -dijo una voz, y Elena vio rápidamente por encima del hombro a Stefan.

– Señor Salvatore -dijo Tanner, pronunciando las palabras como si significaran: «Ya sólo me faltaba esto»-, supongo que tiene algunas sabias palabras que ofrecer. ¿O acaso me pondrá un ojo morado?

Su mirada viajó hacia Stefan, que permanecía allí parado, inconscientemente elegante en su esmoquin perfectamente confeccionado, y Elena sintió un repentino ramalazo de comprensión.

«En realidad, Tanner no es mucho mayor que nosotros -pensó-. Parece mayor debido a que tiene entradas, pero apuesto a que aún no ha cumplido los treinta.» Entonces, por algún motivo, recordó el aspecto que había tenido el profesor en la fiesta de inicio de curso, con su traje barato y gastado que no le sentaba bien.

«Apostaría a que ni siquiera disfrutó de su propio baile de inicio de curso», pensó. Y, por vez primera, sintió algo parecido a lástima por él.

Tal vez Stefan también lo sintió, pues aunque se adelantó hasta estar frente al hombrecillo, colocándose cara a cara con él, su voz sonó pausada.

– No, no voy a hacerlo. Creo que todo esto se está sacando de quicio. Por qué no…

Elena no pudo oír el resto, pero el muchacho hablaba en un tono bajo y tranquilizador, y lo cierto era que el señor Tanner parecía escuchar. La muchacha echó una ojeada al grupo que se había reunido detrás de ella: cuatro o cinco necrófagos, el hombre lobo, un gorila y un jorobado.

– Ya está, todo está bajo control -les dijo, y se dispersaron.

Stefan se estaba ocupando de todo, aunque no estaba segura de cómo lo hacía, ya que sólo le veía la nuca.

La nuca… Por un instante, una imagen de su primer día de clase pasó veloz ante ella. Del modo en que Stefan había estado de pie en la secretaría hablando con la señora Clarke, la secretaria, y la manera tan curiosa en la que había actuado ésta. Efectivamente, al mirar Elena al señor Tanner en ese momento, éste mostraba la misma expresión ligeramente aturdida. La muchacha sintió una lenta oleada de inquietud.

– Vamos -le dijo a Bonnie-. Vayamos a la parte delantera.

Atajaron directamente por la Habitación del Aterrizaje Alienígena y la Habitación de los Muertos Vivientes, deslizándose entre las mamparas, para ir a salir a la primera habitación en la que entrarían los visitantes y donde serían recibidos por el hombre lobo. El hombre lobo se había quitado la cabeza y conversaba con una pareja de momias y una princesa egipcia.

Elena tuvo que admitir que Caroline estaban magnífica como Cleopatra, con las líneas de aquel cuerpo bronceado francamente visibles a través de la transparente tela de hilo del vestido de tubo que llevaba. A Matt, el hombre lobo, no se le podía culpar si sus ojos no dejaban de desviarse del rostro de Caroline para descender por su cuerpo.

– ¿Cómo va todo por aquí? -preguntó Elena con forzada frivolidad.

Matt se sobresaltó ligeramente, luego se volvió hacia ella y Bonnie. Elena apenas le había visto desde la noche del baile, y sabía que él y Stefan también se habían distanciado. Debido a ella. Y aunque no podía culpar a Matt por eso, sabía lo mucho que le dolía a Stefan.

– Todo va estupendamente -respondió Matt, algo incómodo.

– Cuando Stefan acabe con Tanner, me parece que le enviaré aquí -dijo Elena-. Puede ayudar a hacer entrar a la gente.

Matt alzó un hombro con indiferencia, y luego preguntó:

– ¿Acabe qué con Tanner?

Elena le miró sorprendida. Habría podido jurar que él había estado en la Habitación del Druida hacía un minuto. Lo explicó.

Fuera, volvió a retumbar el trueno, y a través de la puerta abierta Elena vio cómo un relámpago iluminaba el cielo nocturno. Se escuchó un nuevo y sonoro trueno al cabo de unos segundos.

– Espero que no llueva -dijo Bonnie.

– Sí -repuso Caroline, que había permanecido en silencio mientras Elena hablaba con Matt-. Sería una auténtica pena que no viniera nadie.

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