John Norman - Los nómadas de Gor

Здесь есть возможность читать онлайн «John Norman - Los nómadas de Gor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los nómadas de Gor: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los nómadas de Gor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El terráqueo Tarl Cabot, ahora guerrero de la Contratierra, se aleja de los Montes Sardos llevando la misión de recuperar un misterioso objeto, fundamental para los destinos de los reyes sacerdotes. Los nómadas de Gor, los salvajes y peligrosos pueblos de las Carretas, conservan ese objeto.
Tarl Cabot, solo, intentará rescatarlo.

Los nómadas de Gor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los nómadas de Gor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Sospechaba que si había alguien capaz de controlar la locura de su espíritu, ése sería él, o alguien tan valiente, o estúpido, como él.

Con gran sensación de alivio alcancé por fin el torno, y pasé el brazo por encima del travesaño para sacar mi cuerpo de aquellas paredes embaldosadas. Harold ya había tomado posición, y miraba a su alrededor, muy cerca del borde del pozo. Hay que decir que los pozos turianos carecen de paredes en sus bordes, y que únicamente los rodean una elevación de unos cinco centímetros. Fui hacia donde Harold se encontraba. Nos hallábamos en un patio de pozos cerrado, rodeado por murallas de unos cinco metros de altura provistas de una pasarela de defensa en su interior. Esas murallas son un medio de defender el agua y también, naturalmente, dado el número de pozos que existe en esa ciudad, proporcionan algunos enclaves en los cuales replegarse en caso que parte de la ciudad cayera en manos enemigas. Por otra parte, algunos de estos pozos alimentan a los manantiales de la población. Había una arcada que conducía a la salida del patio del pozo, y los dos batientes de madera de la puerta estaban abiertos y sujetos para que se mantuvieran así. Solamente necesitábamos pasar por debajo de aquella arcada para encontrarnos en una de las calles de Turia. No había pensado que la entrada a la ciudad pudiera realizarse tan fácilmente, por decirlo así.

—La última vez que estuve aquí —dijo Harold— fue hace ya cinco años.

—¿Queda muy lejos la Casa de Saphrar?

—Sí, bastante lejos. Pero las calles están oscuras.

—Bien, pues entonces, pongámonos en camino.

Era una noche primaveral muy fría, y mis ropas estaban caladas. A Harold no parecía importarle este detalle. Me irritaba cada vez más comprobar que los tuchuks no le prestaban importancia a ninguno de estos detalles. De todos modos, era una suerte que las calles estuvieran a oscuras, y que el camino que ahora teníamos que recorrer fuera largo.

—En la oscuridad —comenté— no se notará tanto que nuestras ropas están mojadas, y cuando lleguemos a nuestro destino supongo que ya estaremos más o menos secos.

—¡Claro! ¡Eso era parte de mi plan!

—Ah, vaya.

—Aunque si quieres que te diga la verdad, me gustaría detenerme en los baños.

—Pero están cerrados a esa hora, ¿no?

—No, no cierran hasta la vigésima hora.

En goreano, eso equivalía a medianoche.

—¿Y por qué quieres detenerte en los baños?

—Nunca fui cliente de esos establecimientos, y a menudo me preguntaba si las chicas que los atienden son tan maravillosas como dicen. Además, por lo que me has dicho, tú también te haces esa pregunta, ¿no es así?

—Mira, todo esto está muy bien —dije yo—, pero creo que sería mejor que fuésemos directamente a Casa de Saphrar.

—Si eso es lo que deseas... De cualquier manera, da lo mismo porque también podremos visitar los baños después de que hayamos tomado la ciudad.

—¿Después de que hayamos tomado la ciudad? —pregunté, muy intrigado.

—Naturalmente.

—Mira, Harold: no sé si sabes que los boskos ya se están desplazando, y que los carros empezarán a retirarse por la mañana. El asedio ha acabado. Kamchak abandona.

—¡Oh, claro! —dijo Harold sonriendo—. ¡Claro que sí!

—Pero si tanto lo deseas, pagaré tu entrada a los baños.

—Podemos apostar, si quieres.

—No —respondí con firmeza—. Déjame pagar.

—Si así lo quieres...

Acabé pensando que incluso sería mejor ir más tarde a la Casa de Saphrar, pues hacerlo antes de la vigésima hora sería una imprudencia mayor. Así que era conveniente hacer tiempo, y para esto los baños de Turia parecían un lugar tan indicado como cualquier otro.

Sin hablar más nos dirigimos a la arcada que daba salida al patio del pozo.

Apenas habíamos salido del portal, y estábamos ya con un pie en la calle, cuando oímos un susurro que nos hizo levantar la cabeza. Demasiado tarde: sobre nosotros caía ya una red metálica.

Inmediatamente percibimos el ruido de varios hombres saltando del muro a la calle y que empezaron a atar la red que nos envolvía. Parecía una de las empleadas en las trampas de eslines, y pronto estuvo tensa alrededor de nuestros cuerpos, tan tensa que ni Harold ni yo podíamos hacer movimiento alguno; allí estábamos, inmovilizados como un par de estúpidos, de pie hasta que un guarda nos dio una patada en los pies y caímos, atrapados en esa red.

—¡Dos peces del pozo! —dijo una voz.

—Eso quiere decir que no son los únicos en conocer este camino —replicó otra voz.

—Sí, tendremos que doblar la vigilancia —habló una tercera voz.

—¿Qué vamos a hacer con éstos?

Era otro hombre el que lo había preguntado.

—Llevémoslos a la Casa de Saphrar —dijo la primera voz.

—¿También era esto parte de tu plan? —le pregunté a Harold girándome tanto como pude.

—No —contestó haciendo una mueca a la vez que forcejeaba para comprobar la resistencia de la red.

Yo también lo hice, pero la conclusión era obvia: era una red gruesa y muy bien tejida.

Harold y yo estábamos atados a una barra de esclavo turiana, es decir, a una barra metálica provista de un collar en cada extremo y, tras dichos collares, de dos esposas en las que se introducen las muñecas de los prisioneros de manera que quedan fijas tras sus cuellos.

Estábamos arrodillados ante una pequeña tarima cubierta de alfombras y cojines en la que se hallaba recostado Saphrar de Turia. El mercader vestía sus Ropas de Placer blancas y doradas. Sus sandalias eran también de cuero blanco con correas doradas. Tanto las uñas de los pies como las de las manos eran de color escarlata. Se frotaba las manos, pequeñas y gordas, mientras nos miraba con cara de satisfacción. Los colgantes de oro que pendían sobre sus ojos se movían arriba y abajo. Sonreía y podíamos ver los extremos de sus dientes dorados, de esos dientes que ya me habían llamado la atención la noche del banquete.

A cada lado, sentados con las piernas cruzadas, tenía a un guerrero. El de la derecha llevaba un manto que parecía el indicado para vestir a la salida de los baños. Se cubría la cabeza con una capucha como las que utilizan los miembros del Clan de los Torturadores. Jugueteaba con una quiva paravaci. Le reconocí por el talle y por su manera de sostener el cuerpo: sí, era quien se habría convertido en mi asesino si una sombra providencial no hubiese surgido sobre el costado de un carro. El guerrero de la izquierda iba ataviado con el cuero de los tarnsmanes, aunque como aditamentos llevaba un cinturón de joyas y, colgado del cuello, adornado con diamantes, un discotarn de la ciudad de Ar. A un lado, sobre la alfombra, había dejado la lanza, el casco y el escudo.

—Me alegra mucho que hayas decidido visitamos, Tarl Cabot de Ko-ro-ba —dijo Saphrar—. Suponíamos que pronto ibas a intentarlo, pero no podíamos imaginar que conocías el Pasadizo del Pozo.

Sentí la reacción de Harold a través de la barra de metal. Por lo visto, en su huida de años atrás, había dado con un camino de entrada y salida que no era desconocido para algunos turianos. Recordé que los habitantes de esa ciudad, al disponer de tantos baños, sabían nadar casi en su totalidad.

Parecía significativo que el hombre de la quiva paravaci vistiese ahora el manto.

—El amigo que tengo a mi derecha —dijo Saphrar—, éste que se cubre la cabeza con la capucha, os ha precedido está noche en el Pasadizo del Pozo. Desde que empezamos a estar en contacto con él y le informamos de la existencia de ese paso, creímos oportuno montar guardia en las proximidades de la salida. Los hechos demuestran que ha sido una medida acertada.

—¿Quién es el que ha traicionado a los Pueblos del Carro? —preguntó Harold.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los nómadas de Gor»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los nómadas de Gor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los nómadas de Gor»

Обсуждение, отзывы о книге «Los nómadas de Gor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x