John Norman - Los nómadas de Gor

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Los nómadas de Gor: краткое содержание, описание и аннотация

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El terráqueo Tarl Cabot, ahora guerrero de la Contratierra, se aleja de los Montes Sardos llevando la misión de recuperar un misterioso objeto, fundamental para los destinos de los reyes sacerdotes. Los nómadas de Gor, los salvajes y peligrosos pueblos de las Carretas, conservan ese objeto.
Tarl Cabot, solo, intentará rescatarlo.

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—Háblame de ella —le pedí.

—¿Y qué quieres que te cuente?

—¿Qué significa ser del Primer Carro?

Kamchak se echó a reír.

—Realmente —dijo—, no se puede decir que sepas mucho sobre los Pueblos del Carro.

—Sí, eso es cierto.

—Ser del Primer Carro significa pertenecer a la corte de Kutaituchik.

Repetí ese nombre lentamente, procurando imitar su pronunciación, que se dividía en cuatro sílabas: Ku-tai-tu-chik.

—Y éste debe ser el Ubar de los tuchuks, ¿no es así?

Kamchak sonrió:

—Su carro es el Primer carro, y él es quien se sienta sobre el manto gris.

—¿El manto gris? —pregunté.

—El manto que constituye el trono para nuestro Ubar, el Ubar de los tuchuks.

Así fue como oí por primera vez el nombre del que según mis deducciones era el Ubar de este pueblo tan orgulloso.

—Algún día te encontrarás en presencia de Kutaituchik —dijo Kamchak—. Yo visito a menudo el carro del Ubar.

Por su comentario deduje que Kamchak no era un hombre cualquiera entre los tuchuks.

—La corte personal de Kutaituchik está compuesta por muchos carros —continuó diciendo Kamchak—, más de un centenar. Pertenecer a cualquiera de esos carros significa ser del Primer Carro.

—Ya entiendo —dije—. Y esa chica ¿no será acaso la hermana de Kutaituchik?

—No, no tiene ningún parentesco con él, como tampoco lo tienen la mayoría de los pertenecientes al Primer Carro.

—Parecía muy diferente a las demás mujeres tuchuk.

Las carcajadas de Kamchak hicieron que se le movieran las marcas coloreadas de su cara.

—¡Pues claro que es diferente! La han educado para que sea un premio en los juegos de la Guerra del Amor.

—No sé a qué te refieres.

—¿No has visto nunca las Llanuras de las Mil Estacas? —me preguntó Kamchak.

—No, nunca las he visto.

Me disponía a insistir en esta cuestión, cuando oímos un grito repentino y el bramido de una kaiila que provenían de alguna parte entre aquella multitud de carros. Después se oyeron gritos de hombres, mujeres y niños. Kamchak levantó la cabeza, escuchando atentamente. Oímos el redoble de un pequeño tambor, seguido de dos toques de cuerno de bosko.

Kamchak me tradujo el mensaje que habían transmitido esos instrumentos:

—Acaban de traer a una prisionera al campamento.

6. Hacia el carro de Kutaituchik

Kamchak avanzaba a grandes zancadas delante de mí, dirigiéndose al punto de donde había provenido el sonido, y yo le seguía muy de cerca. Evidentemente, no éramos los únicos que corrían para ver qué ocurría, y nos vimos empujados por guerreros armados y ataviados con orgullosas cicatrices, y por muchachos de rostro intacto con el punzón para guiar a los boskos en la mano, y por mujeres vestidas de cuero que habían abandonado los cazos humeantes..., incluso pudimos ver a alguna de esas bellezas de Turia que eran las Kajiras cubiertas. Ni siquiera faltó a la cita aquella chica cuyo único atuendo eran las campanillas y el collar: vimos cómo corría bajo la pesada carga de unas gruesas tiras de carne seca de bosko intentando averiguar cuál era el significado del tambor, del cuerno y de los gritos de los tuchuks.

De pronto nos encontramos en el centro de lo que parecía ser una calle amplia y cubierta de hierba, formada por los carros que se alineaban a ambos lados. Era un espacio extenso y llano, el equivalente a una avenida en esta ciudad de Harigga, o de los Carros del Bosko.

En ese espacio se amontonaban una multitud de tuchuks y de esclavos. Entre ellos también pude distinguir a unos cuantos arúspices y adivinos, así como a cantantes, músicos y, dispersos entre la gente, algunos pequeños buhoneros y mercaderes de varias ciudades a quienes los tuchuks, que codician sus artículos, permiten acercarse a los carros. Cada uno de ellos, según averigüé más tarde, lleva en el antebrazo un pequeño tatuaje con la silueta de los anchos cuernos del bosko. Con esta marca se les permite el paso por las llanuras de los Pueblos del Carro en ciertas épocas del año. Naturalmente, lo que más difícil resulta es obtener el tatuaje. Si no gusta la canción del cantante, si no convencen las mercancías del mercader, se les ejecuta sin dilación alguna. Este tatuaje de aceptación resulta algo ignominioso, pues parece sugerir que quienes se acercan a los carros lo hacen en la condición de esclavos.

Ahora veía que dos jinetes se aproximaban desde el fondo de esa avenida cubierta de hierba montados en sus kaiilas. Una lanza, cuyos dos extremos se hallaban sujetos a un estribo de cada animal, se abría camino con ellos entre las hierbas más altas. Atada por detrás del cuello a esa lanza, entre las dos kaiilas, corría, se tambaleaba y se arrastraba, exhausta, una chica con las manos atadas a la espalda.

Había algo que me sorprendió sobremanera: su indumentaria no era la que correspondía a una goreana; ninguna nativa de las ciudades de la Contratierra iba vestida así, ni tampoco una labradora de los campos de Sa-Tarna o de los viñedos donde crecen los frutos del Ta, ni por supuesto una chica de los violentos Pueblos del Carro.

Kamchak avanzó por el centro de esa efímera avenida con la mano levantada, y los dos jinetes, portadores de tan extraña presa, tiraron de las riendas para detener a sus monturas.

Yo me había quedado sin habla.

La chica jadeaba, le faltaba el aire, y su cuerpo se convulsionaba y temblaba. Sus rodillas estaban ligeramente dobladas: a buen seguro se habría desplomado si la lanza que le tiraba del cuello no la hubiese mantenido de pie. Débilmente intentaba liberar sus muñecas de las correas que las ataban. Sus ojos parecían helados, y apenas le quedaban fuerzas para poder mirar en torno suyo. El polvo había cubierto sus ropas, y el cabello colgaba completamente enmarañado. El abundante sudor hacía que su cuerpo brillara. Le habían sacado los zapatos y se los habían colgado alrededor del cuello. Los pies le sangraban. Los jirones de sus medias de nilón amarillas rodeaban sus tobillos. Su breve vestido había acabado destrozado tras esa carrera a través de los matorrales.

Kamchak también parecía estar muy sorprendido por la muchacha, pues nunca debía haber visto a una ataviada de manera semejante. Como es natural, al ver que su falda era tan corta supuso que se trataba de una esclava, pero le confundía ver que no llevaba ningún collar metálico alrededor del cuello. De todos modos, sí que llevaba un collar que le apresaba literalmente la parte superior del cuello, un collar grueso, de cuero.

Kamchak fue hacia ella y le tomó la cabeza con las manos. Ella levantó la mirada, y al ver aquel rostro cubierto de terribles cicatrices que la observaba con curiosidad se puso a gritar histéricamente, tirando de sus ataduras para intentar huir. Pero la lanza se lo impidió, y todo acabó en unos débiles gemidos y sacudidas de cabeza: no, no podía creer lo que veían sus ojos, no entendía nada, no comprendía qué mundo era ése que la rodeaba, creía haberse vuelto loca.

Advertí que su pelo y sus ojos eran oscuros, castaños.

Pensé que esto podría hacer bajar su precio.

Llevaba una sencilla blusa amarilla a rayas naranjas hechas con lo que alguna vez habría sido tejido Oxford encrespado. Era de manga larga, con puños y cuello abrochado, semejante a la camisa de un hombre.

Pero ahora estaba desgarrada y sucia.

A pesar de su aspecto no podía dejar de opinar que era muy bonita, delgada, de fuertes tobillos, de complexión ágil y ligera. En Gor se cotizaría a un precio bastante aceptable.

Se quejó un poco cuando Kamchak le quitó los zapatos colgados alrededor del cuello de un tirón.

El guerrero me los lanzó.

Eran de color naranja, de cuero muy bien trabajado, con una hebilla. Llevaban un tacón de unos tres centímetros. También pude ver algunas letras en esos zapatos, pero tanto esos signos como las palabras que formaban habrían resultado incomprensibles para los goreanos. Era inglés.

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