Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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—¿De veras? ¿O decir eso forma parte del proceso? Todo lo que usted comenta busca su efecto, ¿cierto?

En esta ocasión giró lentamente la cabeza y le miró con una sonrisa que escondía un leve destello de cinismo.

—Usted es muy rápido, ¿no? —comentó con un mohín—. ¿Está seguro de que merezco toda esa concentración? Después de todo, ¿qué bien le reportará a usted?

Enarcó las cejas y mantuvo esa expresión, con la sonrisa aumentando despacio entre sus labios.

—No soy yo el que decide lo que ha de interesarme —contestó Hawks—. Primero, algo me intriga. Luego, lo analizo.

—Entonces ha de tener unos instintos curiosos, ¿verdad? —Ella aguardó una respuesta. Hawks no le dio ninguna. Al rato, añadió—: Creo que en más de un sentido. —Hawks siguió mirándola con seriedad, y ella perdió lentamente la vivacidad que había detrás de su expresión. De pronto, rodó hasta ponerse de espaldas, cruzando con rigidez los tobillos, y colocó las manos debajo de los músculos de sus piernas. Mirando al cielo, dijo—: Yo soy la mujer de Al.

—¿De qué Al? —inquirió Hawks.

—¿Qué le está sucediendo? —preguntó ella, moviendo sólo los labios—. ¿Qué le está haciendo?

—En realidad, no lo sé —repuso Hawks—. Espero averiguarlo.

Ella se irguió y se volvió para contemplarle. Sus pechos se movieron bajo el extremo superior de su bañador suelto.

—¿Tiene alguna especie de consciencia? —quiso saber—. ¿Existe alguien que no se encuentre indefenso ante usted?

Él sacudió la cabeza.

—Esa pregunta no es válida. Hago lo que debo hacer. Únicamente eso.

Ella parecía casi hipnotizada por él. Se le acercó más.

—Quiero ver si Al se encuentra bien —dijo Hawks, poniéndose de pie.

Claire arqueó el cuello y alzó la cara para mirarle.

—Hawks —susurró.

—Perdóneme, Claire. —Él pasó por encima de sus piernas alzadas y se encaminó hacia la casa.

—Hawks —repitió ella con voz ronca. La parte superior del bañador estaba cayéndose de sus pechos—. Ha de poseerme usted esta noche.

Él continuó andando.

—Hawks…, ¡se lo advierto!

Hawks abrió de golpe la puerta de la casa y desapareció detrás de los cristales bañados por el sol.

5

—¿Cómo ha ido? —se rió Connington desde las sombras de la barra, en el otro lado de la sala. Avanzó, vestido con un traje de baño, el estómago apretado por la estrecha banda elástica de la cintura. Llevaba al brazo una camisa playera y sostenía una jarra y dos copas—. Desde aquí, se parece mucho a una película muda —continuó, indicando la pared de cristal que daba al césped y a la piscina—. Excelente para la acción, pero mala para los diálogos.

Hawks se volvió y miró. Claire seguía sentada, mirando con fijeza lo que debió haber sido una barricada resplandeciente de reflejos de sí misma.

—Sabe cómo llegar a un hombre, ¿verdad? —Connington se rió entre dientes—. Con ella, estar prevenido no significa estar protegido. Es como una fuerza elemental de la naturaleza… la subida de las mareas, la llegada de las estaciones, un eclipse de sol. —Miró el interior de la jarra, donde el hielo, flotando en el líquido del cóctel, empezó a repiquetear de repente—. Semejantes criaturas no han de ser vistas como buenas o malas —prosiguió a través de unos labios entrecerrados—. Por lo menos, no por hombres mortales. Poseen sus propias leyes, y es imposible contradecirlas. —Su aliento salió expelido hacia el rostro de Hawks—. Nacen entre nosotros: chicas que recogemos en la carretera, que trabajan en casinos, dependientas de Woolworth’s…, pero crecen hasta alcanzar su herencia. Son nuestra ruina, Hawks. Son nuestra ruina, pero nos empeñamos en seguir la estela de sus cometas.

—¿Dónde se encuentra Barker?

Connington hizo un ademán con la jarra.

—Arriba. Tomó una ducha, amenazó con sacarme las entrañas si no me apartaba de su camino en el pasillo y se metió en la cama. Puso el despertador para las ocho en punto. Se bebió una buena dosis de ginebra para facilitar el sueño. «¿Dónde se encuentra Barker?» —repitió burlonamente Connington—. En la tierra de los sueños, Hawks…, sin importar qué tierra de sueños le ha acogido en sus brazos.

Hawks miró su reloj de pulsera.

—Tres horas, Hawks —prosiguió Connington—. Tres horas, y la casa está sin su señor. —Rodeó a Hawks camino de la cristalera—. ¡Hurra! —exclamó malévolamente, alzando la jarra en dirección a Claire. Empujó con torpeza la puerta con el hombro, dejando una mancha húmeda en el cristal—. ¡Al ataque!

Hawks cruzó la estancia en dirección al bar. Buscó detrás y localizó una botella de whisky. Cuando alzó la vista, después de poner hielo y agua en una copa, vio que Connington había llegado hasta donde se hallaba Claire y estaba de pie a su lado. Claire estaba tendida boca abajo, de cara a la piscina, con la barbilla apoyada sobre sus antebrazos cruzados. Connington sostenía la jarra y trataba de llenar las dos copas que tenía en la otra mano.

Hawks caminó despacio hasta el canapé de piel que había delante del ventanal y se sentó. Se llevó el borde de la copa a los labios y apoyó los codos en las piernas. Rodeó la copa con ambas manos, sosteniéndola suavemente, y la inclinó hasta que pudo dar un sorbo. La mitad inferior de su rostro estaba bañado por una luz solar rojiza, moteada con leves fragmentos de color ambarinos y puntos vitreos de luz cambiante. El puente de la nariz y la parte superior de la cara se hallaban bajo un velo de sombra.

Claire se volvió a medias y alzó un brazo para tomar la copa que Connington le ofrecía. Entrechocó con brevedad, en un brindis, la copa de Connington y bebió un trago, arqueando el cuello. Luego volvió a acomodarse en la postura anterior y apoyó el torso sobre los codos, cerrando los dedos alrededor de la copa que había depositado junto al borde de la piscina. Siguió mirando por encima del agua.

Connington se sentó en el borde de la piscina a su lado y metió las piernas en el agua. Claire alargó una mano y se secó el brazo. Connington volvió a alzar de nuevo su copa, la mantuvo en alto para otro brindis, y esperó que Claire bebiera otro sorbo. Con un giro de los hombros ella bebió también, apretando la palma de la mano contra la parte superior del bañador para sujetarla.

Los rayos solares caían de forma oblicua por detrás de Connington y de Claire Pack; sus perfiles aparecían ensombrecidos contra el resplandeciente océano y el cielo.

Connington llenó una vez más las copas.

Claire bebió otro trago. Connington le tocó el hombro e inclinó la cabeza hacia ella. La boca de ella se abrió en una risa. Extendió el brazo y le tocó la cintura. Los dedos cogieron el rollo de carne que recubría el estómago de él. El hombro de ella se alzó y su codo se puso rígido. Connington le aferró la muñeca; luego subió la mano por su brazo, tirando hacia atrás. Giró el cuerpo, depositó rápidamente la copa en la hierba y se lanzó a la piscina. Sus manos salieron disparadas y cogieron los brazos de ella, tirando hacia delante.

La luz cayó sobre la cara de Hawks y le llenó los ojos a medida que el disco solar se deslizaba y aparecía a la vista por debajo de las tejas del techo. Dejó caer los párpados hasta que sus ojos miraron a través de la estrecha máscara que formaban sus pestañas.

Manteniendo las manos en las muñecas de Claire, Connington dobló las rodillas hacia delante, plantó los pies contra el costado de la piscina y se tensó hacia atrás. Claire se deslizó en el agua encima de él, y se hundieron fuera de la vista debajo de la superficie. Un momento más tarde, la cabeza y los hombros de ella aparecieron a unos cuantos centímetros, y braceó con movimientos pausados en dirección a la escalera, subiendo y deteniéndose al borde de la piscina para colocarse el bañador sobre los pechos. Recogió la toalla de la hierba con un gesto circular del brazo, se la pasó alrededor de los hombros y caminó a paso ligero hasta que se perdió de vista a la izquierda, hacia la otra ala de la casa.

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