»También Barker T creerá hallarse en la Luna, en el interior de la formación. No sabrá que es Barker T. Vivirá como si estuviera en la mente de L, y su estructura orgánica grabará las percepciones sensoriales que el cuerpo de L envíe a su cerebro. Claro que, aunque ningún método podrá prevenir el aumento eventual de los estímulos divergentes (por ejemplo, las condiciones metabólicas de los dos cuerpos se harán poco a poco menos y menos similares), aun así, el contacto quizá dure unos diez o quince minutos. No obstante, nunca hemos podido comprobarlo.
»Usted sabrá que ha alcanzado el límite de nuestros anteriores envíos cuando llegue hasta el cuerpo de Rogan. Desconocemos qué le mató. Poco importa, salvo que usted, fuera lo que fuese, tendrá que evitarlo. Tal vez las condiciones en las que se encuentre el cuerpo le den una pista útil. Si es así, será lo único útil que habremos aprendido de Rogan. Porque cuando Rogan T, aquí abajo, sintió morir a Rogan L, allí arriba, lo único que pudo sentir Rogan T fue la muerte de Rogan L. Lo mismo le ocurrirá a usted.
»La mente de Barker L morirá con su cuerpo, en la forma particular en que el cuerpo sea destruido. Esperemos que eso suceda al final de un poco más de doscientos treinta y dos segundos de tiempo transcurrido, en vez de menos. Tarde o temprano tendrá que suceder. Y la mente de Barker T, segura aquí abajo en el cerebro de T, se sentirá morir de todas formas, debido a que no tiene la libertad de percibir nada de lo que le ocurra a su propio cuerpo. Toda su vida, todos sus recuerdos, culminarán de repente. Sentirá el dolor, el impacto, la angustia indescriptible del final del mundo. No ha habido ningún hombre capaz de soportarlo. Descubrimos a las mentes más brillantes y estables que pudimos hallar entre los voluntarios físicamente adecuados y, sin ninguna excepción, todos los voluntarios T fueron sacados del traje en estado de locura. Fuera la que fuese la información que debían proporcionarnos, se perdió más allá de toda esperanza, y nosotros no ganamos nada por el terrible precio que pagamos.
Barker le miró de modo inexpresivo.
—Eso es una gran pena.
—¿Cómo quiere que lo explique? —inquirió rápidamente Hawks. Le sobresalía una vena en el centro de la frente—. ¿Quiere que hable de la función que cumplimos aquí, o desea que hable de otra cosa? ¿Piensa decir que, ya sea o no un duplicado, un hombre muere en la Luna y eso me convierte lo quiera o no en un asesino? ¿Quiere llevarme ante un juzgado y, desde allí, a una cámara de gas? ¿Quiere investigar en los libros de leyes y ver qué castigo se le aplica al crimen repetido de hacer que unos hombres enloquezcan sistemáticamente? ¿Nos ayudará eso aquí? ¿Hará más suave el camino?
»Vaya a la Luna, Barker. Muera. Y si lo hace, descubra que ama a la Muerte de la misma forma ardiente en que la ha cortejado; ¡y entonces, y sólo quizá entonces, tal vez sea usted el primer hombre en regresar en condición de exigir su venganza sobre mí! —Aferró el borde de la placa pectoral abierta y la cerró de un golpe. Se mantuvo erguido apoyando las palmas de las manos sobre ella y se inclinó hasta que su cara quedó directamente sobre la abertura del visor de Barker—. Pero, antes de que lo haga, me comunicará de qué forma útil puedo llegar a hacer que lo experimente otra vez.
Los hombres de la Marina introdujeron a Barker en el transmisor. Los imanes laterales lo elevaron de la mesa y en el acto sacaron ésta de debajo de él. La puerta se cerró herméticamente y los imanes de arriba y de abajo lo inmovilizaron para el escáner. Hawks le hizo un gesto de asentimiento a Gersten, y éste presionó el botón de standby de su consola.
En el techo había un disco de radar enfocado de forma paralela a la antena del transmisor. En el laboratorio, Will Martin señaló con un dedo al técnico del cuerpo de señales. Un bip del radar viajó hasta la Luna, ida y vuelta. El tiempo transcurrido y la progresión Doppler fueron alimentados como datos al ordenador, que estableció el tiempo exacto de retención en la consola de freno. La antena del transmisor de materia disparó una pulsación de UHF a través de la torre de repetición de la Luna en dirección al receptor que había allí, activando el mecanismo de seguridad para que aceptara la señal de L.
Gersten observó su consola, se volvió hacia Hawks y anunció:
—Pantalla verde.
Hawks dijo:
—Adelante.
La luz roja se iluminó sobre la puerta del transmisor, y la nueva cinta de almacenaje rugió al pasar a la bobina de la consola de freno. Un segundo y cuarto más tarde, el comienzo de la cinta empezó a pasar debajo de la cabeza de reproducción, alimentando la señal de T al receptor del laboratorio. La primera pulsación fuerte de la señal de L llegó simultáneamente a la Luna.
El final de la cinta chasqueó en la bobina de recepción. La luz verde se encendió encima de la puerta del receptor del laboratorio. La excitada respiración de Barker T salió a través del altavoz y después de un momento dijo:
—Estoy aquí, doctor.
Hawks permanecía en medio de la sala con las manos metidas en los bolsillos, la cabeza inclinada hacia un lado, los ojos en blanco.
Al cabo de un rato, Barker T dijo con voz malhumorada y distorsionada por los labios entumecidos:
—¡De acuerdo, de acuerdo, bastardos de la Marina, voy a entrar! —Luego musitó—: Ni siquiera me hablan, aunque son muy eficientes moviendo a un hombre.
—Cállese, Barker —ordenó Hawks con voz intensa y contenida.
—Voy a entrar ahora, doctor —anunció Barker con claridad.
El ciclo de su respiración cambió. Después gruñó una o dos veces, y en una ocasión emitió un ruido inconsciente y agudo desde su tensa garganta.
Gersten tocó el brazo de Hawks y le señaló el cronómetro que sostenía en la mano. Mostraba doscientos cuarenta segundos de tiempo transcurrido desde que Barker penetrara en la formación. Hawks replicó con un gesto casi imperceptible de asentimiento. Gersten vio que no apartaba los ojos, y siguió sosteniendo el reloj.
Barker aulló. El cuerpo de Hawks dio un salto reflejo, y la sacudida de su brazo lanzó por los aires el cronómetro de Gersten.
Holiday, que se hallaba ante la consola médica, golpeó con la palma de la mano un interruptor. La adrenalina bombeó en el corazón de Barker T en el momento en que se cortaba el suministro de anestesia.
—¡Sáquenlo! —gritó Weston—. ¡Sáquenlo de ahí!
—Ya no corre prisa —comentó despacio Hawks, como si el psicólogo estuviera en un lugar donde pudiera oírle—. Fuera lo que fuese lo que iba a sucederle, ya le ha ocurrido.
Gersten observó el reloj hecho pedazos y luego a Hawks.
—Es lo mismo que estaba pensando yo —murmuró.
Hawks frunció el ceño y comenzó a andar hacia la cámara del receptor, al tiempo que el equipo introducía la mesa con el traje por la puerta.
Barker estaba sentado acurrucado en el borde de la mesa, con la armadura abierta y desarticulada a su lado, y se limpiaba el macilento rostro. Holiday lo auscultaba con un estetoscopio y miraba esporádicamente a un lado para captar una nueva lectura de la presión sanguínea mientras apretaba el extremo del manómetro que sostenía en la mano. Barker suspiró.
—Si existe alguna duda, sólo tiene que preguntarme si estoy vivo. Si escucha alguna respuesta, lo sabrá. —Miró con expresión agotada por encima del hombro de Holiday cuando el médico le ignoró, y le preguntó a Hawks—: ¿Y bien?
Hawks dirigió los ojos a Weston, que asintió de forma impertérrita.
—Lo ha conseguido, doctor Hawks —dijo Weston—. Después de todo, muchas constelaciones de personalidades neuróticas han demostrado a menudo ser útiles a un nivel funcional.
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