Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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—Maldito seas, Connington… —comenzó Barker, con un tono agudo y desgarrado en su voz.

La mirada de Connington le frenó momentáneamente.

—Así que tenía razón —sonrió adrede—. ¿Vas a volver de regreso a Claire ahora? —Expelió humo—. ¿Los dos juntos?

—Algo parecido —repuso Hawks.

Connington se alisó una solapa de la chaqueta.

—Creo que yo también iré a ver qué ocurre. —Le sonrió con ternura a Barker, con la cabeza ladeada—. ¿Por qué no, Al? Bien puedes disponer de la compañía de toda la gente que trata de matarte.

Hawks observó a Barker. La mano de Barker manoteó como si estuviera tratando de coger algo invisible en el aire, justo delante de su estómago. Miraba fijamente a Connington, con los ojos perdidos, y el jefe de personal entrecerró momentáneamente los suyos.

Entonces, con voz apagada, Barker dijo:

—No hay lugar en el coche.

Connington se rió cálida y melosamente.

—Yo conduciré, y tú puedes sentarte en el regazo de Hawks. Igual que Charlie McCarthy.

Hawks apartó la vista de la cara de Barker y repuso con firmeza:

—Yo conduciré.

Connington se rió de nuevo entre dientes.

—Sam Latourette no consiguió el trabajo con la Hughes Aircraft. El hecho de que Waxted lo quisiera con él no significó ninguna diferencia. Apareció completamente borracho esta mañana a la entrevista. Yo conduciré. —Se volvió hacia las puertas de doble cristal y salió fuera. Miró por encima del hombro y dijo—: Vamos, amigos.

4

Claire Pack estaba de pie contemplándoles desde el descansillo de los escalones que conducían al césped. Vestía un bañador de una pieza de corte muy alto en los muslos, y tenía las manos apoyadas levemente en las caderas. Cuando Connington apagó el motor y los tres salieron del coche, enarcó las cejas. Las estrechas tiras que servían como sujetadores de la parte alta del bañador colgaban en círculos alrededor de sus brazos.

—¡Vaya, doctor! —exclamó con voz ronca y un mohín de los labios—. Me he estado preguntando cuándo volvería de nuevo por aquí.

Connington, que salió por el otro lado del coche, le sonrió con gesto atento y dijo:

—Tenía que traer a Al a casa. Parece que hubo una pequeña dificultad con los procedimientos hoy.

Giró la vista a Barker, que estaba alzando la puerta del garaje con movimientos bruscos y cortantes de sus brazos y cuerpo, con toda su atención fija en el acto que realizaba. Se pasó la lengua por el borde de los dientes.

—¿De qué tipo?

—Mi conocimiento no llega a tanto. ¿Por qué no se lo preguntas a Hawks? —Connington extrajo un nuevo cigarro de la pitillera—. Me gusta ese bañador, Claire —afirmó, y subió al trote los escalones, rozándola—. Hoy es un día caluroso. Creo que voy a buscar un traje de baño y darme una zambullida. Mientras tanto, tú y los muchachos podéis mantener una agradable conversación.

Recorrió rápidamente el sendero que subía hasta la casa, se detuvo, encendió el cigarro, miró de reojo por encima de sus manos ahuecadas y entró en la casa, perdiéndose de vista.

Barker se sentó en el coche, lo puso en marcha y lo introdujo de morro en el garaje. El trueno cautivo en el tubo de escape rugió con fuerza y murió, quedando en silencio.

—Creo que se pondrá bien —comentó Hawks.

Claire bajó la vista hasta él. Adoptó una expresión de abierta inocencia.

—¿Oh? ¿Quiere decir que volverá a la normalidad?

Barker bajó las puertas del garaje y pasó al lado de Hawks con la cabeza inclinada, pisando con firmeza mientras se guardaba las llaves en el bolsillo. Mientras ascendía los escalones alzó con brusquedad la cara hacia Claire.

—Voy arriba. Puede que me duerma. No me despiertes. —Se volvió a medias y observó a Hawks—. Creo que se encuentra inmovilizado aquí, a menos que desee dar otra caminata. ¿Pensó en eso, doctor?

—¿Y usted? Me quedaré hasta que se levante. Quiero hablar con usted.

—Le deseo que pase un buen rato, doctor —dijo Barker.

Se alejó mientras Claire le observaba. Entonces ésta volvió a mirar a Hawks. Durante todo el encuentro no había movido ni un ápice los pies o las manos.

—Algo ocurrió —explicó Hawks—. No sé el alcance de su significado.

—Preocúpese usted de ello, Ed —respondió ella, con el labio inferior brillante—. Mientras tanto, usted es el único que queda aquí abajo.

Hawks suspiró.

—Subiré.

Claire Pack sonrió.

—Venga y siéntese al lado de la piscina conmigo —pidió cuando él hubo recorrido todos los escalones. Dio media vuelta antes de que pudiera responderle y caminó despacio delante de él, con el brazo derecho colgando a su lado. Alargó la mano hacia atrás y buscó el contacto de la de él. Redujo el paso de modo que caminaran uno al lado del otro y le miró—. No le importa, ¿verdad? —preguntó.

Hawks bajó durante un momento la vista a sus manos y, mientras lo hacía, ella colocó sus dedos en el interior de la palma de él. Despacio, contestó:

—No…, no, no creo que me importe —y cerró la mano en torno a los dedos de ella.

Ella sonrió y dijo:

—Así —con voz suave y casi infantil.

Caminaron hasta el borde de la piscina y se quedaron contemplando el agua.

—¿Le llevó mucho tiempo a Connington librarse de la borrachera del otro día? —preguntó Hawks.

Ella rió con ganas.

—Vamos…, ¿lo que quiere saber es si le dejé quedarse después de sus feroces amenazas? La respuesta es: ¿por qué no? En realidad, ¿qué puede hacer? —Su mirada de reojo surgió de un gracioso giro de la cabeza y los hombros, de forma que el cabello resplandeció bajo el sol y los ojos quedaron cubiertos a medias por el destello de sus pestañas—. ¿O piensa que me encuentro bajo su hechizo de Svengali? —preguntó con un fingido terror que la dejó con los ojos muy abiertos y los labios formando un gesto incrédulo y de color escarlata.

Hawks no apartó los ojos de ella.

—No, no lo pienso.

Las cejas de ella oscilaron con placer y abrió la boca para emitir una risa baja, apenas susurrada. Inclinó el torso hacia él y le pasó el otro brazo por el suyo.

—¿He de tomar eso como un cumplido? Todo indica que usted es un hombre difícil para la charla intrascendente.

Hawks colocó la mano derecha sobre su propia muñeca izquierda y mantuvo esa postura, con el brazo cruzado de forma incómoda delante de su cuerpo.

—¿Qué más le ha comentado Al sobre su trabajo? —le preguntó.

Ella bajó la vista hasta el brazo de él. Con voz confiada y grave, repuso:

—¿Sabe?, si me acerco demasiado a usted, siempre le queda la salida de lanzarse a la piscina. —Entonces volvió a sonreír para sí misma sin apartar la cara para que él la viera y, ayudándose con las manos, se inclinó para apoyarse con una cadera sobre la hierba, la cabeza ladeada de modo que pudiera contemplar la superficie del agua—. Lo siento —dijo, sin alzar la vista—. Hice ese comentario sólo para ver cómo reaccionaría. ¿Sabe?, Connie tiene razón acerca de mí.

Hawks se puso en cuclillas a su lado y observó de lado su rostro vuelto.

—¿Con respecto a qué?

Ella introdujo una mano en el agua azul y la agitó, creando burbujas plateadas entre sus dedos extendidos.

—No puedo conocer a un hombre durante más de unos minutos sin tratar de meterme debajo de su piel —contestó pensativamente—. He de hacerlo. Supongo que podría llamarlo un calibrado. —Giró de pronto el rostro hacia él—. Si quiere, también puede llamar a eso un juego de palabras freudiano. —Entonces, apartó de nuevo el rostro. Un sendero de gotas caídas fuera de la superficie satinada de la piscina comenzó a encogerse debajo del sol. Su voz sonó, una vez más, reflexiva y pausada—. Soy así.

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