Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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—Sólo si estuviera a su lado.

—Los rusos no lo están. Creemos que disponen de una instalación robot de telemetría en algún lugar de la cara visible y, según nuestros cálculos, enviarán hombres allí el año próximo. Aún no la hemos localizado; pero las predicciones estadísticas sitúan su base a unos diez mil kilómetros circulares de nuestra instalación. Yo no creo que debamos preocuparnos de pedirle permiso a alguien para continuar con nuestro programa. Sin importar la situación, nosotros estamos allí, y ése es el emplazamiento al que irá usted hoy… Ahora deje que le explique cómo sucedió todo esto.

Barker se reclinó de nuevo en su silla, cruzó los brazos y enarcó las cejas.

—Me encanta su actitud de maestro —murmuró—. ¿Ha pensado alguna vez en seguir una carrera en la enseñanza, doctor?

Hawks le miró.

—No puedo dejar que muera usted en la ignorancia —repuso finalmente—. Usted…, usted es libre de marcharse de este despacho cuando quiera y dar por finalizado su trabajo aquí. Connington envió su contrato y su cláusula de marcha a la compañía esta mañana. Si ha leído su contrato, recordará la cláusula que le permite cancelarlo en cualquier momento.

—Oh, me quedaré, doctor —replicó Barker con ligereza.

—Gracias.

—De nada.

—Barker, no me lo está poniendo nada fácil, ¿verdad?

—Para mis cánones, no lo está haciendo muy bien, doctor.

La mano derecha de Hawks hurgó en el montón de carpetas al tiempo que las miraba.

—Tiene razón. La misericordia sólo es una invención cultural reciente del hombre —comentó, con un tono extremadamente preciso—. Dediquémonos al trabajo. A principios de este año, las Fuerzas Aéreas consiguieron una fotografía radiada de un cohete que intentaba situarse en órbita lunar. El cohete se acercó demasiado y chocó en algún lugar más allá de la cara visible. Por un accidente afortunado, esa fotografía única nos mostró esto. —Tomó una lustrosa ampliación de veinte por veinticinco de la carpeta y se la pasó a Barker—. Como puede ver, está casi toda ella difuminada y estriada por los errores de transmisión del aparato de radiofoto del cohete. Sin embargo, esta zona, de la cual se puede ver una parte en esta esquina, aquí, no es una formación natural.

Barker la observó con el ceño fruncido.

—¿Es lo mismo que me mostró en aquella fotografía con un plano terrestre?

—Pero aquélla fue tomada mucho después. Lo único que mostraba ésa es que había algo en la Luna cuyo alcance y naturaleza no eran determinados por la fotografía, pero que no se parecía a ninguna característica terrestre o lunar que el ser humano conociera. Desde entonces, hemos medido su extensión de la mejor manera a nuestro alcance, y podemos afirmar que mide unos cien metros de diámetro por veinte de alto, con irregularidades y características amorfas que no estamos capacitados para describir con exactitud. Aún sabemos muy poco acerca de su naturaleza…; sin embargo, eso se encuentra más allá del punto inmediato. Cuando se descubrió, al gobierno le pareció importante estudiarla. Se había tenido la creencia de que la cara oculta de la Luna no mostraría nada sorprendentemente distinto de la cara visible. Teniendo en cuenta el desigual estado de la astronáutica rusa y americana, quedaba claro que si no actuábamos con rapidez los rusos dispondrían de todas las posibilidades de realizar un descubrimiento de primera magnitud cuya naturaleza desconocemos, pero cuya importancia puede ser capital…, quizás, incluso, decisiva, por lo menos en lo que al control de la Luna se refiere.

Hawks se frotó los ojos.

—Por casualidad —prosiguió Hawks con voz suave—, la Marina había firmado un contrato de desarrollo unos años atrás con la Continental Electronics, asegurando mi trabajo con el escáner de materia. Para la época en la que se tomó la fotografía de la Luna desde el cohete, el sistema experimental que usted ha visto en el laboratorio ya había sido construido y, a pesar de lo tosco de su diseño, había llegado al punto en el que transmitiría de forma consistente a un voluntario desde el transmisor al receptor del laboratorio, sin ningún daño aparente. De modo que, en el momento en que pensábamos comenzar la transmisión inalámbrica experimental a un receptor situado en la Sierra, el gobierno estableció un programa acelerado para enviar voluntarios a la Luna.

»Se gastó mucho dinero extra en equipo y personal y, después de una serie de fracasos, el equipo aeronáutico del ejército logró situar una torre de repetición en este lado de la cara de la Luna, cerca del borde. Luego, se lanzó un receptor bastante incompleto, más bien de forma casual, cerca de aquí… —golpeó el mapa con frustración—, de esta formación. Y se emitió a un técnico voluntario a través de la torre de repetición al receptor, que apenas tenía el suficiente espacio para contenerlo. Una vez allí, se le fue suministrando todo lo necesario a través del receptor. Consiguió llegar hasta el cohete que contenía la torre de repetición, la emplazó sobre una base estable, y lo cubrió todo con un camuflaje de plástico y un protector absorbente para los impactos de meteoritos. Empleando partes que se le fueron transmitiendo, construyó luego el receptor y el transmisor de retorno que estamos empleando hoy. También construyó una rudimentaria barraca para él y, después, parece que comenzó a investigar la formación desconocida en contra de las órdenes recibidas, que estipulaban que debía aguardar la llegada de los especialistas de la Marina, que son los que ahora manejan ese puesto.

»No se le encontró hasta hace unas semanas. La suya fue la segunda fotografía que le enseñé. El cuerpo se hallaba en el interior de la cosa, y a los médicos que le hicieron la autopsia les pareció como si hubiera caído desde una altura de varios miles de metros bajo la gravedad terrestre.

La boca de Barker se frunció fugazmente.

—¿Pudo haber ocurrido eso?

—No.

—Ya veo.

—Yo no puedo verlo, Barker, y tampoco nadie. Ni siquiera sabemos cómo llamar a ese lugar. El ojo es incapaz de seguirlo, y las fotografías suministran únicamente impresiones muy frágiles. Tenemos razones para creer que existe en más de tres dimensiones espaciales. Nadie sabe lo que es, por qué está emplazado ahí, cuál puede ser su verdadero objetivo o qué es lo que lo creó. Desconocemos si se trata de algo animal, vegetal o mineral. Sabemos, gracias a la geología de varios cráteres causados por meteoritos que han acumulado residuos a sus lados, que lleva allí, como mínimo, un millón de años. Y sabemos lo que hace: mata a la gente.

—¿Una y otra vez, de formas insospechadas, doctor?

—De modo característico y persistente, de formas insospechadas. Hemos de descubrir cada una de esas formas. Necesitamos determinar, sin ningún margen de error u omisión, exactamente qué puede hacerle esa formación a los hombres. Hemos de obtener una guía completa sobre sus límites y capacidades. Cuando la tengamos, podremos arriesgarnos finalmente a entrar en ella con técnicos cualificados que la estudien y la desmonten. En realidad, serán esos equipos de técnicos los que llegarán a aprender de ella todo lo que el ser humano pueda, y añadirán esa masa de información al colectivo general del conocimiento humano. Pero eso es lo que siempre hacen los técnicos. Primero hemos de conseguir a nuestro cartógrafo. Es mi responsabilidad directa el que la formación, eso espero, le mate una y otra vez.

—Bueno, ésa es una advertencia honesta, aunque no tenga mucho sentido. No podré decir que no me lo comunicó.

—No fue una advertencia —repuso Hawks—. Fue una promesa.

Barker se encogió de hombros.

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