Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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»Sin embargo, yo tuve que elegir. Tuve que decidir si me unía a la clase en mirar por la ventana y reírme a hurtadillas de la señorita Cramer, o concentrarme cada día en la clase, ignorando todo lo demás (se trataba de hacer caso omiso de todo o ponerme a llorar yo mismo), y dedicarme a recorrer la biblioteca en busca de textos de ciencia para enseñarme a mí mismo. Ello significaba apartarme del sendero que los otros individuos de la clase estaban tomando, al tiempo que veía cómo se perdían. Tuve la elección de permanecer con mis semejantes, o de apartarme de ellos, sabiendo que yo estaba nadando mientras ellos se ahogaban.

»Elegí salvarme. Después de un tiempo, comencé a razonar que si había algún físico latente entre ellos, reemprenderían el camino en la universidad. Traté de ayudar a algunos con los deberes, hasta que me di cuenta de que habían perdido el interés en comprender el por qué las respuestas eran las que eran. Si de verdad querían vivir, me dije a mí mismo, encontrarían la energía para nadar. Si ninguno nadaba, significaba que nadie de ellos tenía madera de científico. —Sonrió, con los ojos apagados—. La vida y la ciencia, de niño, parece que han sido de igual importancia para mí. Casi lo mismo.

—¿Y ahora? —inquirió Elizabeth.

—Ya no soy un niño. Ya no estamos en mil novecientos treinta y dos.

—¿Ésa es tu respuesta?

—Puedo decir lo mismo con más palabras. Tengo un trabajo que ha de ser realizado por mí, ya que fui yo el que lo hizo. Ahora no puedo dar marcha atrás y cambiar al niño del que crecí. Puedo verlo; veo sus errores al igual que sus decisiones acertadas. Sin embargo, yo soy el hombre que creció de esos errores al tiempo que de las decisiones que un adulto aprobaría. He de seguir con lo que soy. No hay nada más que pueda hacer…, no puedo juzgarme eternamente. Un trozo de carbón no puede modificar su estructura. Es un diamante o un pedazo de carbón…, y ni siquiera sabe lo que es el carbón o los diamantes. Otros deben juzgarlo.

Permanecieron sentados un rato largo, en silencio: Hawks con la copa de brandy vacía depositada en la mesita de café, al lado de sus piernas extendidas, y Elizabeth observándole desde la ventana, con el rostro apoyado sobre las rodillas levantadas.

—¿En qué pensabas ahora? —le preguntó ella cuando él volvió a moverse y miró su reloj de pulsera—. ¿En tu trabajo?

—¿Ahora? —Sonrió desde mucha distancia—. No…, pensaba en otra cosa. Pensaba en cómo se toman las placas de rayos X.

—¿Y qué ocurre?

Él sacudió la cabeza.

—Es complicado. Cuando un médico le saca unas radiografías a un hombre enfermo, consigue una impresión que le muestra las manchas en sus pulmones, o el calcio en sus arterias, o el tumor en su cerebro. Pero, para curar a un hombre, no puede sacar unas tijeras y cortar las manchas de la radiografía. Lo que debe hacer es abrir con el bisturí al hombre y, antes de poder realizar la operación, ha de decidir si el bisturí puede llegar hasta la enfermedad sin dañar alguna parte de éste. Tiene que decidir si el bisturí posee el suficiente filo como para arrancar el tumor maligno del tejido sano, o si el hombre reproducirá su enfermedad de los restos que queden detrás… si tendrá que ser operado una y otra vez. Cortar la radiografía no hace nada. Lo único que logra es dejar un agujero en el celuloide. Y, aunque hubiera un modo de arreglar los rayos X para que no fotografiaran el tumor maligno, y aunque existiera alguna forma de hacer que la radiografía cobrara vida, ésta aún tendría un agujero en el lugar donde había estado el mal, como si un cirujano la hubiera atacado con su bisturí. Moriría por la herida.

»De modo que lo que haría falta sería una película de rayos X cuyos ingredientes químicos no sólo no reprodujeran el tumor maligno, sino que reprodujeran el tejido sano, que nunca han visto, en su lugar. Se necesitaría una cámara que pudiera modificar de forma inteligente los granos de plata de la película. ¿Quién podría construir semejante cámara? ¿Cómo voy a hacerlo, Elizabeth? ¿Cómo voy a construir ese tipo de máquina?

Ella le acarició la mano en la puerta. Los dedos de él se estremecieron profundamente.

—Por favor, llámame tan pronto como puedas —dijo ella.

—No sé cuándo será eso —respondió él—. Este…, este proyecto en el que estoy metido, si funciona, va a ocuparme mucho tiempo.

—Llámame cuando puedas. Si no estoy aquí, me encontrarás en casa.

—Llamaré —susurró él—. Buenas noches, Elizabeth.

Apretó la mano contra el costado de su pierna. El brazo comenzó a temblarle. Dio media vuelta antes de que ella pudiera acariciarle de nuevo, y bajó con rapidez las escaleras del estudio hasta su coche: los ecos de sus pisadas resonaron torpemente.

CINCO

1

A la mañana siguiente, Hawks estaba sentado en su despacho cuando Barker llamó a la puerta y entró.

—El guardia de la entrada me dijo que viniera a verle aquí —comentó. Sus ojos midieron el rostro de Hawks—. ¿Ha decidido despedirme o algo así?

Hawks negó con la cabeza. Cerró la tapa de la carpeta que estaba estudiando y, con un gesto de la mano, le indicó la silla que tenía delante.

—Siéntese, por favor. Tiene mucho en lo que pensar antes de ir al laboratorio.

—Por supuesto. —La expresión de Barker se relajó. Atravesó la parte del suelo no alfombrada con un sonoro ruido de los tacones de sus botas—. De paso, doctor, buenos días —añadió, dejándose caer en la silla y cruzando las piernas. La placa que le habían colocado en la pierna ortopédica sobresalía bastante debajo de la tensa tela del pantalón en su rodilla.

—Buenos días —contestó Hawks de forma escueta. Abrió la carpeta y extrajo un cuadrado grande de papel doblado. Lo empujó sobre el escritorio en dirección a Barker.

Sin mirarlo, Barker dijo:

—Claire quiere saber qué está ocurriendo.

—¿Se lo ha dicho?

—¿Es que el FBI me calificó de tonto?

—No en los aspectos que les importan a ellos.

—Espero que ésa sea su respuesta. Lo único que pretendía era informarle de un hecho que supongo que puede interesarle. —Sonrió sin ninguna alegría—. Me costó el sueño de esta noche.

—¿Podrá dedicar cinco minutos de máximo esfuerzo físico esta tarde?

—Se lo comunicaría si no pudiera.

—De acuerdo entonces. De lo único de que dispondrá es de cinco minutos. Ahora…, éste es el lugar al que irá. —Señaló en el mapa—. Ésta es la región explorada de la cara oculta de la Luna.

Barker frunció el ceño y se inclinó hacia delante, observando las líneas bien trazadas y el rectángulo de territorio rodeado por unas zonas marcadas ligeramente con las palabras: «No se dispone de información exacta».

—Una zona bastante irregular —dijo. Alzó la vista—: ¿Ha sido explorada?

—Un estudio topográfico. La Marina dispone de un puesto localizado… —apoyó el dedo en un cuadrado ínfimo— ahí. Justo por encima del disco visible en máxima oscilación. Aquí… —señaló un círculo levemente impreciso a una distancia de medio centímetro— es a donde irá usted.

Barker enarcó una ceja.

—¿Qué dicen los rusos al respecto?

—Todo este mapa —explicó Hawks con paciencia— abarca setenta kilómetros cuadrados. La instalación naval, y el lugar al que irá usted, se encuentran englobados en una zona de setecientos metros cuadrados. Prácticamente, son las únicas formaciones visibles desde el aire. Las otras son el receptor de materia situado al lado de la estación naval y la torre de repetición cerca de la cara visible. Están camufladas…, todas menos el lugar al que irá usted, que no se puede ocultar. Sin embargo, las radiofotos del cohete circunlunar ruso del mes pasado abarcan una zona de, por lo menos, diez millones de kilómetros cuadrados de superficie lunar. ¿Podría usted ver a una mosca en la fachada de la torre de televisión del edificio del Empire State? ¿A través de unos binoculares sucios?

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