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Chistopher Priest: El mundo invertido

Здесь есть возможность читать онлайн «Chistopher Priest: El mundo invertido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, год выпуска: 1976, ISBN: 84-7386-077-2, издательство: Emecé, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Chistopher Priest El mundo invertido

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente. El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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CAPÍTULO SIETE

Elizabeth tenía planeado abandonar la ciudad la mañana siguiente llevándose un caballo y atravesando el campo hasta llegar al pueblo. Desde ahí podría regresar a las oficinas centrales y pedir licencia. Dentro de unas semanas le correspondía tomar sus vacaciones, y sabía que podía fácilmente conseguir que se las adelantaran. Cuatro semanas eran más que suficientes para volver a Inglaterra y tratar de buscar algún funcionario, alguien que tuviese interés en lo que había descubierto.

Una vez concebido el plan, no quería llamar la atención. Así fue que pasó el día trabajando en las cocinas, como siempre. Por la noche fue al salón de recepciones.

Al entrar, el primer hombre que vio fue a Helward, que estaba parado de espaldas a ella, conversando con una chica.

Elizabeth se paró detrás de él.

—Hola, Helward —dijo, en voz baja. Este se dio vuelta para saludaría y la miró lleno de asombro.

—¡Usted! —exclamó— ¿Qué está haciendo aquí?

—¡Ssh! Acá piensan que no hablo muy bien el inglés. Soy una de las mujeres transferidas.

Elizabeth se encaminó a un rincón vacío. La señora del mostrador le hizo un gesto de aprobación con la cabeza al ver que Helward iba tras ella.

—Mire —dijo Elizabeth, casi en el acto—, tengo que pedirle disculpas por lo que ocurrió la última vez que nos vimos. Ahora entiendo mejor.

—Y a mí me tiene que perdonar que la haya asustado.

—¿Le contó algo a alguno de los otros?

—¿Que usted viene de la Tierra? No.

—Bien. No diga nada.

—¿De veras es del planeta Tierra?

—Si, pero no me gusta oírlo hablar así. Soy de la Tierra, igual que usted. Hay un error de interpretación.

Helward la miró desde arriba. Le llevaba unos treinta centímetros de altura.

—Aquí se la ve distinta... Pero, ¿por qué se vino como transferida?

—Fue el único modo que se me ocurrió de entrar en la ciudad.

—Yo la hubiese traído. —Echó un vistazo por el salón. ¿Ya hizo pareja con alguno de los hombres?

—No.

—No lo haga. —A medida que hablaba miraba por sobre su hombro—. ¿Le asignaron una pieza para usted sola? Podríamos conversar más tranquilos.

—Sí. ¿Vamos?

Elizabeth cerró la puerta después de entrar en su cuarto. Las paredes eran delgadas, pero al menos daban el aspecto de intimidad. Se preguntó por qué él tendría que tomar precauciones cuando hablaba con ella.

Se sentó en la silla, y Helward lo hizo en el borde de la cama.

—Leí el texto de Destaine —dijo—. Me pareció fascinante. Yo tenida alguna idea de su existencia. ¿Quién fue?

—El fundador de la ciudad.

—Sí, de eso me di cuenta. Pero se hizo famoso por alguna otra cosa.

Helward tenía una expresión incierta.

—¿Le parecieron razonables los escritos de Destaine?

—Relativamente. Era un hombre que se sentía extraviado. Pero estaba en un error.

—¿Con respecto a qué?

—A la ciudad y al peligro en que ésta se halla. Escribe como si él— y los demás hubiesen sido transportados a otro mundo.

—Eso es correcto.

Elizabeth negó con la cabeza.

—Ustedes nunca salieron de la Tierra, Helward. Los dos aquí sentados, charlando, estamos en la Tierra. Él agitó desesperado la cabeza.

—Está equivocada, sé que está equivocada. A pesar de todo lo que usted diga, Destaine conocía la verdadera situación. Nosotros estamos en un mundo diferente.

—El otro día me dibujó con el sol a mis espaldas. Y al sol lo dibujó como una hipérbola. ¿Es así como lo ve? A mí mi hizo muy alta. ¿También me ve así?

—No es así como veo el sol sino como es. Y como es el mundo. A usted la dibujé alta porque... la veía de ese modo en ese momento. Estábamos muy al Norte de la ciudad. Ahora... es muy difícil de explicar.

—Inténtelo.

—No.

—De acuerdo. ¿Sabe cómo veo yo el sol? Lo veo normal, redondo, esférico. ¿No se da cuenta de que el asunto es cómo percibe cada uno las cosas? Su percepción le informa incorrectamente... No sé por qué, pero Destaine también tenía mal la percepción.

—Liz, no es sólo la percepción. Yo he visto, he sentido, he vivido en este mundo. Diga lo que diga, para mí es real. Y no soy el único. Casi toda la gente de la ciudad posee el mismo conocimiento. Esto comenzó con Destaine porque él estaba aquí al principio. Y hemos sobrevivido mucho tiempo gracias a dicho conocimiento, que ha sido la raíz de todo y nos ha mantenido vivos ya que, sin él, no seguiríamos remolcando la ciudad.

Elizabeth iba a decir algo, pero él continuó:

—Liz, después de estar con usted, el otro día, necesité tiempo para pensar. Me fui al Norte, me interné muy lejos. Ahí vi algo que pondrá a prueba la capacidad de supervivencia de la ciudad como nunca ocurrió hasta el presente. Conocerla a usted fue... no sé... fue más de lo que yo esperaba. Pero indirectamente me condujo hasta algo muy grande.

—¿Qué?

—No se lo puedo decir.

—¿Por qué no?

—No puedo contárselo a nadie, salvo a los Navegantes. Y ellos ordenaron restringir la información por ahora. Es un mal momento para que se difunda la noticia.

—¿Qué quiere decir?

—¿Oyó hablar de los Terminadores?

—Sí... pero no sé quiénes son.

—Son un grupo político, y han estado tratando de hacer detener la ciudad. Si se llegara a filtrar esta noticia, se nos vendrían muchos problemas encima. Acabamos de superar una crisis de importancia, y los Navegantes no quieren que se produzca otra.

Elizabeth se quedó mirándolo fijo, sin decir nada. De repente pensaba en sí misma desde otro punto de vista.

Se hallaba en medio de dos realidades, la suya y la de él. Por más próximas que pudiesen llegar a estar una de la otra, nunca habría ningún contacto entre ellas. Al igual que el gráfico que Destaine había dibujado para describir la realidad que él percibía: cuanto más se acercaba a Helward en un sentido, más se alejaba de él en otro. Ella misma se había sumergido en este drama, en que una lógica se veta derrotada por otra, y se consideraba incapaz de manejar la situación.

No podía extirpar de su mente la contradicción básica a pesar de que estaba persuadida de la sinceridad de Helward, de que la ciudad existía y de que sus habitantes se regían por unos conceptos muy raros para planificar su supervivencia. La ciudad y sus habitantes se hallaban en la Tierra, en la Tierra que ella conocía y, por más cosas que viese o que Helward le dijese, no había otra explicación posible. Las pruebas en contrario carecían de todo sentido.

Dijo Elizabeth:

—Mañana me voy de la ciudad.

—Véngase conmigo. Yo salgo de nuevo para el Norte.

—Pero es que yo tengo que regresar a la aldea.

—¿Ese pueblo donde conseguimos las mujeres?

—Sí.

—Yo voy en esa dirección. Cabalgaremos juntos. Otra contradicción: el poblado quedaba al Sudoeste de la ciudad.

—¿Por qué vino a la ciudad, Liz? Usted no es una lugareña.

—Quería verlo a usted.

—¿Por qué?

—No sé. Usted me asustaba. Vi a esos otros hombres comerciar con la gente del pueblo. Quise averiguar lo que ocurría. Ahora lamento haberlo hecho porque usted aún me inspira miedo.

—¿Acaso me estoy saliendo de mis casillas? Ella rió... y se dio cuenta de que era la primera vez que lo hacía desde que había venido a la ciudad.

—No, claro que no. Es más... no sabría decirle... Todo lo que yo tomo por descontado es distinto, aquí en la ciudad. No las cosas de todos los días sino las cosas más importantes, tales como la razón de ser. Aquí noto que la gente pone mucho empeño, como si la ciudad fuese el único foco de toda existencia humana. Sé que no es así. Hay millones de otras cosas que uno puede hacer en el mundo. La lucha por la supervivencia es un móvil en la vida, pero no el más importante. Ustedes hacen hincapié en el concepto de supervivencia a cualquier precio. Yo he estado fuera de la ciudad, Helward, muy lejos. Por más que usted lo piense, este sitio no es el centro del universo.

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