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Chistopher Priest: El mundo invertido

Здесь есть возможность читать онлайн «Chistopher Priest: El mundo invertido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, год выпуска: 1976, ISBN: 84-7386-077-2, издательство: Emecé, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Chistopher Priest El mundo invertido

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente. El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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Caminamos un trecho. Luego pregunté a Lerouex:

—¿Cómo está Victoria?

—Está bien.

—Ahora no la veo muy a menudo.

—Yo tampoco.

Decidí no hablar más. Era obvio que se avergonzaba de su hija. Las noticias del río inevitablemente habían llegado a oídos de la gente, y los Terminadores —de quienes Victoria era una de las figuras más destacadas— habían comenzado a vociferar sus críticas. Aducían tener de su lado al ochenta por ciento de los no-gremialistas, y que la ciudad debía detenerse. Yo no había podido asistir últimamente a las reuniones de Navegantes, pero supuse que este problema los tendría preocupados. Quebrantando una vez más sus antiguas tradiciones, habían empezado una segunda campaña para instruir a la gente acerca de las características del mundo, pero sus explicaciones, fundamentalmente oscuras y abstractas, no tengan el atractivo emocional de los Terminadores.

Psicológicamente, este grupo ya se había apuntado una victoria. Al haber concentrado toda la mano de obra en la construcción del puente, el trabajo de las vías lo hacía sólo una cuadrilla y, si bien la ciudad avanzaba en forma continua, había tenido que disminuir su velocidad. Estaba, ahora, a media milla del óptimo. La milicia había frustrado un intento de los Terminadores de cortar los cables, pero no se le dio mucha importancia al asunto. Que verdadero peligro, totalmente apreciado por los Navegantes, era el desgaste de su tradicional poder político.

Victoria, al igual que sus otros compañeros, aún cumplían tareas nominales para la ciudad, pero quizás era un signo de su influencia el hecho de que las rutinas diarias estaban rezagadas. Oficialmente, los Navegantes lo atribulan al empleo de tantos hombres en el puente, pero pocos eran los que desconocían las verdaderas causas.

Dentro del círculo de los gremios, la decisión era casi total. Se manifestaban muchas protestas y divergencias con las decisiones, pero en general todos admitían que había que construir el puente. Resultaba inconcebible la idea de parar el avance de la ciudad.

—¿Va a aceptar el cargo de Navegante? —pregunté a Lerouex.

—Creo que sí. No quiero retirarme, pero...

—¿Retirarse? Eso ni se discute.

—Significaría retirarse de la vida gremial activa. Esa es la nueva política de los Navegantes. Ellos opinan que, trayendo al Consejo hombres que han desempeñado un papel activo, van a conseguir que la gente los escuche más. Dicho sea de paso, es por eso que quieren incluirlo a usted también.

—Mi trabajo es en el Norte —dije.

—H mío también. Pero uno llega a una edad...

—No debería pensar en retirarse. Usted es el mejor constructor de puentes de la ciudad.

—Así dicen. Aunque nadie cometió la indiscreción de señalar que mis últimos tres puentes no resultaron.

—¿Los tres destruidos por este río?

—Sí. Y el próximo se desplomará en cuanto venga otra tormenta.

—Usted mismo dijo...

—Helward, yo no soy el hombre para construirlo. Este puente necesita sangre joven, un nuevo enfoque. Tal vez un barco fuese la solución.

Tanto él como yo entendíamos lo que para él significaba esa confesión. El gremio de Constructores era el más presumido de la ciudad. Jamás les había fallado un puente.

Seguimos caminando.

Casi enseguida de haber llegado a la ciudad me sentí impaciente por regresar al Norte. No me gustaba el ambiente actual. Era como si la gente hubiera reemplazado el viejo sistema de represión de los gremios por una ceguera frente a la realidad. Por todos lados se veían los slogans de los Terminadores, y los pasillos estaban cubiertos por panfletos crudamente redactados. La gente hablaba del puente, y lo hacían con temor. Los hombres que volvían luego de completar su turno de trabajo comentaban los fracasos, decían que se estaba levantando un puente hacia una orilla que no se alcanzaba a divisar. Se corrían rumores —probablemente lanzados por los Terminadores— sobre muchos hombres muertos, sobre más ataques de los tuks.

En la sala de los Futuros, se me acerco Clausewitz, quien era ahora Navegante. Me entregó una carta formal del Consejo en la que me informaban que Clausewitz, secundado por McMahon, había propuesto mi nombre para integrar el organismo.

—Lo siento mucho —dije—. No puedo aceptar.

—Lo necesitamos, Helward. Usted es uno de nuestros hombres con más experiencia.

—Quizás. Pero a mí me necesitan en el puente.

—Aquí podría hacer un trabajo mejor.

—No lo creo.

Clausewitz me llevó a un lado y me habló en tono confidencial.

—El Consejo está creando un equipo de trabajo para luchar contra los Terminadores y queremos que usted sea uno de sus componentes.

—¿Y cómo lo haríamos? ¿Sofocando sus voces?

—No... Vamos a tener que llegar a un acuerdo. Ellos quieren irse de la ciudad para siempre. Nosotros aceptaremos abandonar el puente.

Lo miré, incrédulo.

—Yo no puedo avalar eso..

—En cambio, construiremos un buque. No uno muy grande ni tan complejo como la ciudad. Del tamaño suficiente para transportamos hasta la otra orilla. Allí volveremos a edificar la ciudad.

Le devolví la carta y di media vuelta.

—No —dije—. Es mi última palabra.

CAPÍTULO TRES

Me preparé para salir en el acto de la ciudad, resuelto a volver al Norte y practicar otro estudio del río. Nuestros informes habían confirmado que se trataba realmente de un río, que las costas no eran circulares, que no era un lago. A los lagos se los puede rodear; a un río hay que cruzarlo. Recordé lo único optimista que había dicho Lerouex, que la ribera opuesta podría divisarse cuando el río se acercara al óptimo. Era una expectativa desesperada, pero si yo lograba ubicar esa ribera de enfrente, no se cuestionaría más el puente.

Atravesé la ciudad pensando que mis actos confirmaban siempre mis palabras. Me había comprometido con el puente, si bien me había desvinculado del instrumento de su ejecución: el Consejo. En cierto sentido yo actuaba por mi propia cuenta, en espíritu y en los hechos. Sí se llegaba a un acuerdo con los Terminadores, eventualmente yo lo suscribiría, pero por el momento la única realidad tangible era el puente, por más improbable que pareciese.

Pensé en algo que en una oportunidad dijera Blayne. Él opinaba que la ciudad era una sociedad fanática, y yo se lo cuestioné. Afirmaba que un fanático era un hombre que seguía luchando contra los obstáculos cuando ya se había perdido toda esperanza. Y eso es lo que había hecho la ciudad desde la época de Destaine. Había siete mil millas de historia escrita, y nunca las cosas habían sido fáciles. La humanidad no podía sobrevivir en este ambiente, decía Blayne, y sin embargo continuaba haciéndolo.

Tal vez yo hubiese heredado ese fanatismo porque sentía que sólo yo conservaba actualmente ese instinto de supervivencia. Para mí era imprescindible construir el puente, aunque pareciera una tarea sin sentido.

Me encontré con Gelman Jase en un pasillo. Él era ahora varias millas subjetivas menor que yo porque muy rara vez había viajado al Norte.

—¿Adónde vas? —me preguntó.

—Al Norte. No tengo nada que hacer en la ciudad.

—¿No vas a asistir a la reunión?

—¿A qué reunión?

—La de los Terminadores.

—¿Y tú vas? —pregunté.

Mi voz, evidentemente, había dejado traslucir el desagrado que sentía, ya que él me respondió a la defensiva.

—Sí. ¿Por qué no? Es la primera vez que hacen una reunión abierta.

—¿Estás con ellos?

—No... pero quiero escuchar lo que dicen.

—¿Y si te convencen?

—No lo creo probable —dijo Jase.

—Entonces, ¿para qué ir?

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