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Chistopher Priest: El mundo invertido

Здесь есть возможность читать онлайн «Chistopher Priest: El mundo invertido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, год выпуска: 1976, ISBN: 84-7386-077-2, издательство: Emecé, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Chistopher Priest El mundo invertido

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente. El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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Elizabeth lo interpretó como una pequeña fragilidad de la barrera de lógica que los separaba. Envolviéndose más en la manta, cruzó las dunas hacia donde se hallaba Helward.

—¿Sabe dónde estamos?

—No —respondió él—. Nunca lo sabremos.

—En Portugal. Este país se llama Portugal, y queda en Europa.

Se acercó un poco más para verle la cara. Por un momento, los ojos de Helward se posaron en ella, pero tenía una expresión indefinida. Helward meneó la cabeza y se encaminó a buscar su caballo. La barrera era absoluta.

Elizabeth se encaminó a su propio caballo, y lo montó. Se alejó por la costa y pronto se internó, siguiendo la dirección general de la aldea. A los pocos minutos el turbulento azul del Atlántico había quedado atrás.

QUINTA PARTE

CAPÍTULO UNO

Hubo una gran tormenta toda la noche y ninguno de nosotros pudo dormir mucho. Hablamos instalado el campamento cerca del puente. Cuando rompían las olas, escuchábamos un rugido apagado, casi obliterado por el vendaval. En nuestra imaginación, al menos, cada vez que amainaba el viento oíamos el ruido de madera que se hacía astillas.

Hacia el amanecer se calmó el viento y pudimos conciliar el sueño. No por mucho tiempo ya que, poco después del alba, se instaló la cocina y nos dieron de comer. Nadie hablaba. Había un solo tema posible de conversación, y nadie quería mencionarlo.

Partimos hacia el puente. Habíamos avanzado no más de cincuenta metros cuando alguien señaló un pedazo de madera rota caído en la ribera del río. Era un mal presagio y, como se comprobó luego, verídico. No quedaba nada del puente, salvo los cuatro pilotes principales, enclavados en tierra firme, muy próximos a la costa.

Eché una rápida mirada a Lerouex quién, en este turno, estaba a cargo de todas las operaciones.

—Necesitamos más madera —dijo—. Tráfico Norris, vaya con treinta hombres y empiece a talar árboles.

Esperé ver la reacción de Norris. De todos los gremialistas presentes, él había sido el más reacio a trabajar, y había protestado mucho durante las primeras etapas de la construcción. En este momento no se sublevó. Ya todos hablamos superado ese periodo. Se limitó a asentir con la cabeza, eligió un grupo de hombres y juntos se encaminaron al campamento a recoger las sierras.

—Así que empezamos de nuevo —le dije a Lerouex.

—Por supuesto.

—¿Este puente resistirá?

—Si lo construimos bien.

Me dio la espalda y comenzó a organizar la limpieza del terreno. Al fondo las olas —enormes todavía como consecuencia de la tormenta— se deshacían sobre la orilla del río.

Trabajamos todo el día. Al atardecer, el sitio estaba limpio y la gente de Norris había acarreado catorce troncos. A la mañana siguiente podíamos retomar el trabajo.

Busqué a Lerouex y lo hallé sentado solo en su carpa. Daba la impresión de estar revisando los planos de su puente, pero advertí que tenía la mirada perdida.

No se mostró muy contento de verme, aunque ambos éramos los dos hombres mayores del lugar y él sabía que yo no iría a verlo sin un motivo. Teníamos ahora aproximadamente la misma edad; por las características de mi trabajo en el Norte, yo había envejecido muchos años subjetivos. Resultaba algo molesto el hecho de que él fuese el padre de mi ex mujer, y sin embargo ahora éramos contemporáneos. Ninguno de los dos jamás lo había mencionado abiertamente. Victoria era pocas millas mayor que cuando estábamos casados, y la brecha que nos separaba era ahora tan profunda que todo lo que sabíamos el uno del otro era completamente irreparable.

—Sé lo que ha venido a decirme. Usted piensa que no podremos construir nunca un puente.

—Va a ser difícil —dije.

—No... usted piensa que imposible.

—¿Y qué piensa usted?

—Yo soy un Constructor de Puentes, Helward. Por lo tanto, no debo pensar.

—Eso es una tontería.

—De acuerdo... pero se necesita un puente y yo lo construyo. Sin hacer preguntas.

—Usted siempre tuvo una orilla enfrente.

—Eso no tiene importancia. Podemos hacer un pontón.

—Y cuando estemos en el medio del río, ¿de dónde vamos a sacar la madera? ¿Dónde vamos a instalar los cables? —Me senté frente a él—. De paso le diré que estaba equivocado. Yo no vine a hablarle de esto.

—¿Entonces?

—¿Dónde está la margen opuesta?

—Ahí enfrente, en algún lugar.

—¿Dónde?

—No lo sé.

—¿Y cómo sabe que existe?

—Tiene que existir.

—Si es así, ¿por qué no podemos verla? Nos estamos alejando de esta orilla a varios grados de la posición perpendicular, pero aún así deberíamos poder divisar la costa. La curvatura...

—Es cóncava. Lo sé. ¿Acaso se cree que no he pensado en ello? Teóricamente tenemos una visibilidad infinita. ¿Y qué pasa con la niebla atmosférica? No podemos ver más de unos treinta o cuarenta kilómetros, aun en un día despejado.

—¿Va a construir un puente de treinta o cuarenta kilómetros?

—No creo que sea necesario —respondió—. Creo que todo saldrá bien. ¿Por qué, si no, piensa que persevero? Agité la cabeza.

—No tengo idea.

—¿Sabía que me propusieron para Navegante? —Agité nuevamente la cabeza—. La última vez que fui a la ciudad tuvimos una larga charla. El consenso general es que el río tal vez no sea tan ancho como parece. No se olvide que, al Norte del óptimo, las dimensiones se distorsionan en forma lineal. Es decir, al Norte y al Sur; evidentemente éste es un río importante, pero lo razonable es que exista una margen contraria. Acepto que, aun así, sea demasiado ancho como para permitir cruzarlo con seguridad, pero lo único que tenemos que hacer es seguir esperando. Cuanto más al Sur nos lleve el movimiento de la tierra, más angosto se volverá el río. Entonces será factible construir un puente.

—Eso es un tremendo riesgo. La fuerza centrifuga...

—Ya lo sé.

—¿Y qué pasa si después tampoco aparece la otra orilla?

—Helward, tiene que aparecer.

—Usted sabe que queda otra posibilidad.

—Sí. Me he enterado de lo que andan comentando los hombres. Abandonar la ciudad y construir un barco. Yo nunca voy a aprobar ese proyecto.

—¿Por orgullo de gremio?

—¡No! —Se puso colorado, no obstante haber negado—. Por cuestiones prácticas. No podríamos fabricar un buque suficientemente grande y seguro.

—Se nos está presentando la misma dificultad con el puente.

—Lo sé... pero sabemos cómo hacer puentes. ¿Quién podría, en la ciudad, diseñar un barco? De todos modos, aprendemos por medio de nuestros errores. Tenemos que seguir construyendo el puente hasta lograr que sea lo suficientemente fuerte.

—Y nos queda poco tiempo.

—¿A qué distancia al Norte del óptimo estamos?

—Menos de doce millas.

—Según el tiempo de la ciudad, equivale a ciento veinte días. ¿Cuánto tiempo nos queda aquí?

—Subjetivamente, el doble.

—Tiempo de sobra.

Me paré y me encaminé a la puerta de la carpa. No había logrado convencerme.

—A propósito —dije—, lo felicito por el cargo de Navegante.

—Gracias. También propusieron su nombre.

CAPÍTULO DOS

Unos días más tarde nos reemplazaron los hombres de otro turno. Lerouex y yo partimos a la ciudad. Progresaba la reparación del puente y había un mayor optimismo entre la gente del obrador. Ya tentamos diez metros de plataforma listos para instalar las vías.

Las cuadrillas que talaban árboles utilizaban los caballos, de modo que tuvimos que ir a pie. Alejándonos de la orilla del río, el viento amainaba y subía la temperatura. Había sido tan fácil olvidarse lo caliente que era la tierra.

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