Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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—No sé qué le van a parecer. Ella los tomó.

—¡Por Dios! ¿Soy tan flaca? —dijo, sin pensar. Él intentó arrebatarle los bocetos.

—Devuélvamelos.

Elizabeth le dio la espalda y se puso a mirar los otros. Se notaba que era ella la que posaba, pero las proporciones eran... insólitas. Tanto ella como el caballo aparecían demasiado altos y delgados. El efecto no era desagradable sino algo extraño.

—Por favor... quiero que me los devuelva. Se los entregó y él los colocó abajo de toda la pila. Bruscamente se dio vuelta y se fue a buscar su caballo.

—¿Lo he ofendido?

—No. Pero es que no debí habérselos mostrado.

—Yo creo que son excelentes. Sólo que me impresioné un tanto al verme a través de los ojos de otra persona. Ya le dije que nunca me habían dibujado.

—Es muy difícil dibujarla a usted.

—¿Puedo ver los demás?

—No le interesan.

—Mire, no estoy tratando de adularlo.

—Está bien.

Le alcanzó la pila entera y siguió caminando hacia el caballo. Ella se sentó a mirar los dibujos y advertía que, mientras él fingía ajustar la montura del animal, de hecho trataba de espiar su reacción.

Había varios bosquejos del caballo: pastando, parado, echando atrás la cabeza. Todos ellos muy naturales; con unos pocos trazos había captado la esencia del animal, orgulloso y dócil a la vez, domado y sin embargo dueño de sí mismo. Curiosamente, las proporciones eran correctas. Había también varios dibujos de una figura masculina... ¿Autorretratos o imágenes del hombre que ella había visto antes con él? Aparecía con la capa, sin la capa, parado junto a un caballo, usando la cámara. Y también las proporciones eran casi exactas.

Había varios bocetos del paisaje: árboles, un río, una curiosa estructura arrastrada por cuerdas, unas colmas. No era muy diestro con los paisajes. A veces las proporciones estaban bien; otras veces había una inquietante distorsión que ella no podía identificar. ¿Fallaba la perspectiva? No podía afirmarlo ya que carecía del necesario vocabulario artístico.

Abajo de la pila halló los dibujos de ella. Los primeros no eran muy buenos. Los que él le había enseñado eran, por lejos, los mejores, pero aún le intrigaba ese alargamiento de su figura y del caballo.

—¿Y? —preguntó Helward.

—Yo... —No encontraba las palabras apropiadas—. Yo pienso que son buenos. Muy extraños. Se nota que tiene un ojo excelente.

—Es muy difícil pintarla a usted.

—Me gusta éste en particular. —Buscó el dibujo del caballo con la melena desordenada—, ¡Es tan lleno de vida!

Helward sonrió.

—Es el que a mí más me gusta, también.

Elizabeth volvió a revisar los bocetos. Había en ellos algo que no entendía... ahí, en uno de los dibujos del hombre. Al fondo, una forma rara, de cuatro puntas. La misma forma aparecía en los croquis de ella.

—¿Qué es esto? —dijo, señalándola.

—El sol.

Ella frunció levemente el ceño pero resolvió no seguir preguntando. Tenía la impresión de haberle herido ya bastante su ego artístico.

Hizo el mejor dibujo.

—¿Puedo quedarme con éste?

—Pensé que no le agradaba.

—Al contrario. Me parece maravilloso. Helward la miró detenidamente, como tratando de adivinar si decía la verdad. Luego le retiró la pila de dibujos.

—¿Quiere éste también? Le entregó el del caballo.

—Ese no. No podría aceptárselo.

—Yo deseo regalárselo. Usted es la primera persona que lo ha visto.

—Muchas gracias.

Helward guardó cuidadosamente los demás en la alforja, y la cerró.

—¿Me dijo que su nombre era Elizabeth?

—Prefiero que me digan Liz. Él asintió, serio.

—Adiós, Liz.

—¿Se va? —El no respondió. Desató el caballo y de un salto lo montó. Cabalgó por la costa, se internó en las aguas poco profundas del río y salió en la orilla de enfrente. Al cabo de unos segundos se había perdido entre los árboles.

CAPÍTULO TRES

De vuelta en el pueblo, Elizabeth se sintió sin ganas de trabajar. Todavía estaba esperando un envío de productos médicos, y hacía más de un mes que habían prometido mandar un médico. Ella había hecho todo lo posible por suministrar una dieta balanceada a los lugareños, pero las provisiones de alimentos eran muy limitadas, y sólo había podido atender las dolencias menores, tales como lastimaduras y sarpullidos. La semana anterior había ayudado en un parto, y sólo en ese momento sintió que su trabajo tenía algún mérito.

Ahora, mientras seguía fresco en su mente el insólito episodio junto al río, decidió regresar temprano a la oficina central.

Antes de salir se encontró con Luiz.

—Si vuelven esos hombres —le dijo—, averigua qué es lo que quieren. Yo vendré por la mañana. Si ellos llegan antes que yo, trata de mantenerlos aquí. Averigua también de dónde son.

La oficina central quedaba a unos diez kilómetros. Ya era de noche cuando ella arribó. El lugar estaba casi desierto. Estaba, sin embargo, Tony Chappell, quien la interceptó cuando se dirigía a su cuarto.

—¿Tienes algo que hacer esta noche, Liz? Pensé que podríamos...

—Estoy muy cansada y tengo ganas de acostarme temprano.

Cuando ella recién había llegado, comenzó a sentir una cierta atracción por Chappell, y cometió el error de demostrarlo. Había muy pocas mujeres en el destacamento, y él había respondido con gran vehemencia. Desde entonces no la dejaba sola un instante, y si bien ahora le parecía aburrido y egocéntrico, no había descubierto aún el modo amable de enfriar su indeseado ardor.

Chappell trató de convencerla, pero a los pocos minutos ella logró escapar a su habitación.

Tiró la cartera sobre la cama, se desvistió y se dio una ducha larga.

Más tarde, salió a comer algo e, inevitablemente, Tony se le reunió.

Durante la comida ella recordó algo que quería preguntarle.

—¿Conoces alguna ciudad de la zona que se llame Tierra?

—¿Tierra? ¿Cómo el planeta?

—Sonaba así. Pero puedo haber oído mal.

—No conozco ninguna. ¿Por dónde queda?

—En algún lugar cerca de aquí. No muy lejos Chappel meneó la cabeza.

—¿Tierra o Polvo? —Se rió estentóreamente y soltó el tenedor—. ¿Estás segura?

—No... en realidad, no. Creo que debo haber entendido mal.

Tony siguió haciendo malos juegos de palabras hasta que, una vez más, ella buscó una excusa para irse.

En una de las oficinas había un mapa grande de la región, pero no encontró ninguna ciudad por las inmediaciones. Helward había dicho que era grande y que quedaba al Sur. Sin embargo, no existía ninguna población importante en un radio de cien kilómetros.

Elizabeth estaba verdaderamente exhausta, y regresó a su habitación.

Se desvistió, tomó los dos croquis que le había regalado Helward y los pegó en la pared, junto a la cama. El dibujo de ella era tan extraño...

Lo miró con más atención. El papel era, evidentemente, viejo porque los bordes estaban amarillentos. Mirando los bordes notó que el de arriba y el de abajo eran algo imperfectos en los lugares donde habían sido arrancados, pero la línea era bastante recta.

Pasó la yema de un dedo por el borde y experimentó una sensación de vibración: el papel había sido perforado...

Tratando de no rasgar el papel, lo despegó de la pared. En la parte de atrás descubrió una columna de números impresos a un costado. Varios de ellos, tildados.

También impresa en letras azules figuraba la leyenda IBM Multifold TM.

Volvió a colocar el croquis en la pared... y se quedó mirándolo largo rato sin comprender.

CAPÍTULO CUATRO

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