En esta región había más ríos que los que a los Navegantes les hubiera gustado; por tanto, los Constructores de Puentes estaban muy ocupados. Pero, dado que la ciudad estaba en el óptimo, y con su gran capacidad de velocidad en relación con el movimiento de la tierra, había más tiempo disponible para tomar decisiones, y más tiempo para levantar un puente seguro.
Con ciertas vacilaciones al principio, se reintrodujo el sistema de tráfico.
La ciudad había aprendido por la experiencia, y ahora las negociaciones con los nativos se hacían más escrupulosamente que antes. Se retribuía con más generosidad la mano de obra, y durante un largo tiempo se trató de evitar la transferencia de mujeres.
A través de extensas sesiones de los Navegantes, seguí el debate sobre este tema. Teníamos aún en la ciudad a las diecisiete mujeres que estaban con nosotros desde antes del primer ataque, y ellas no habían manifestado deseos de regresar. Pero seguían naciendo más varones que niñas, y mucha gente hablaba ya de volver al sistema de transferencia. Nadie sabía el motivo de esa falta de equilibrio en la distribución de los sexos, pero indudablemente era así. Más aún, tres de las mujeres transferidas habían dado a luz durante las últimas millas, y los tres bebés resultaron ser varones. Se sugirió que, cuanto más tiempo permanecieran en la ciudad esas mujeres de afuera, mas posibilidades habría de que tuviesen hijos varones, si bien nadie entendía la razón de este fenómeno.
El último recuento había arrojado un total de setenta y cinco niños y catorce niñas menores de ciento quince millas.
Como el porcentaje continuaba incrementándose, muy pronto se autorizó al gremio de Tráfico a comenzar las negociaciones.
Fue esta decisión la que realmente profundizó los cambios que se estaban operando en los habitantes de la ciudad.
Había subsistido el sistema de «ciudad abierta», y se permitía a no-gremialistas asistir como espectadores a las reuniones de los Navegantes. Al cabo de unas pocas horas de haberse anunciado la reinstauración del tráfico de mujeres ya todo el mundo lo sabía, y se elevaron numerosas voces de protesta. No obstante, se implemento la medida.
Si bien se había vuelto a contratar mano de obra, se lo hizo en menor grado que antes, y siempre había gran cantidad de gente de la ciudad trabajando en las vías y los cables. No había muchas cosas secretas acerca del manejo de la ciudad.
Pero la instrucción que impartían respecto de la verdadera naturaleza del mundo en que vivíamos seguía siendo pobre.
En el curso de un debate escuché por primera vez la palabra «terminador». Me explicaron que los Terminadores eran un grupo de personas que se oponían activamente al movimiento constante de la ciudad, y se empeñaban en hacerla detener. Se pensaba que los Terminadores no eran militantes y no iban a emprender una acción directa, pero estaban consiguiendo un considerable apoyo dentro de la ciudad.
Se decidió comenzar un programa de reeducación para dramatizar la necesidad de hacer avanzar la ciudad hacia el Norte.
En la reunión siguiente se produjo un violento incidente. Un grupo de personas irrumpió en la sala durante la sesión, y trató de ocupar el estrado.
No me sorprendió ver a Victoria entre ellas.
Luego de una acalorada discusión, los Navegantes solicitaron la ayuda de la milicia y se clausuró el mitin.
Desgraciadamente, la irrupción provocó el efecto deseado por el movimiento Terminador. Una vez más los Navegantes comenzaron a reunirse a puertas cerradas. Se hizo más pronunciada, entonces, la dicotomía en las opiniones de la gente común de la ciudad. Los Terminadores contaban con mucho apoyo, pero no tenían autoridad real.
Hubo varios incidentes más. En circunstancias muy misteriosas, se encontró un cable cortado, y un Terminador intentó un día arengar a los obreros para convencerlos de que regresaran a sus aldeas... pero en conjunto, el movimiento Terminador no era más que una espina clavada en el costado de los Navegantes.
La reeducación se cumplía exitosamente. Se dictaron una serie de conferencias tratando de explicar los peculiares peligros de este mundo, y hubo gran asistencia de público. Se adoptó el diseño de la hipérbola como insignia de la ciudad, y los gremialistas comenzaron a usaría en sus túnicas, cosida sobre el pecho.
Yo no sé cuánto entendía de todo esto el hombre común. Oí por casualidad que se discutía el tema, pero los Terminadores contribuían a disminuir la credibilidad. Durante demasiado tiempo, por omisión, se dejó a la gente suponer que la ciudad se hallaba en un mundo similar al planeta Tierra, si no en el mismo planeta Tierra. Quizás la situación real era sobradamente terrible como para darle crédito. Ellos escuchaban lo que se les decía y tal vez lo comprendieran, pero creo que los Terminadores lograban una mayor atracción emotiva.
A pesar de todo la ciudad continuaba su lenta marcha hacia el Norte. A veces yo interrumpía mis tareas y trataba de imaginármela mentalmente como una diminuta partícula de materia en un mundo extraño. La veía como un objeto de un universo queriendo sobrevivir en otro; como una ciudad llena de habitantes, sosteniéndose en una pendiente de cuarenta y cinco grados, luchando contra una marea de tierra, arrastrándose sobre unos delgados cablecitos.
Al haber alcanzado un terreno más parejo, se hizo más rutinaria la tarea de investigación del Futuro.
Para nuestros objetivos, se dividió la tierra al Norte de la ciudad en varios segmentos que partían desde el óptimo, a intervalos de cinco grados. En circunstancias normales, no se buscaría una ruta que se alejase más de quince grados del Norte exacto, pero la capacidad adicional de desviación de la ciudad permitía una considerable flexibilidad en tramos cortos.
Nuestro procedimiento era simple. Los investigadores partían hacia el Norte de la ciudad —solos o de a dos—, y realizaban un estudio profundo del segmento que les hubiese correspondido. Teníamos mucho tiempo para nosotros.
A veces me seducía la sensación de, libertad en el Norte. Blayne me había anticipado que eso era muy común entre los Futuros. ¿Qué apuro, había por volver a la ciudad si un día junto a un río significaba unos pocos minutos de tiempo en la ciudad?
Había que pagar un precio por ese tiempo que pasaba en el Norte, y yo no me di cuenta de ello hasta que comprobé personalmente los efectos. Un día en el Norte era un día en mi vida. En cincuenta días envejecía el equivalente a cinco millas en la ciudad, pero la gente de la ciudad había envejecido sólo cuatro días. Al principio no me importó; regresábamos a la ciudad con relativa frecuencia, y no notaba ningún cambio. Pero después de mucho andar, la gente que conocía —Victoria, Jase, Malchuskin— daban la impresión de no haber envejecido nada, y al verme reflejado un día en un espejo, noté la gran diferencia.
No quería irme a vivir en forma permanente con otra chica. Comencé a darle la razón a Victoria cuando decía que el ritmo de la ciudad se interponía en cualquier relación.
Llegaron las primeras mujeres transferidas. Como soltero que era, me informaron que estaba en condiciones de elegir una pareja temporalmente. Confieso que me resistí porque la idea me repelía. Pensaba que, aun una aventura puramente física, debía complementarse compartiendo ciertos sentimientos emocionales. Sin embargo, la manera en que se arreglaba la elección de la pareja era lo más sutil que permitían las circunstancias. Cada vez que venía a la ciudad, se nos estimulaba a los solteros a alternar socialmente con las chicas en una sala de recreación dispuesta con este objeto. Me resultaba humillante y vergonzoso, pero luego llegué a acostumbrarme, y desaparecieron mis inhibiciones.
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