Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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—Nunca viste a David, ¿no?

—¿David? ¿Ese nombre le pusiste?

—Él era... —Me miró nuevamente, con los ojos bañados en lágrimas—. Tuve que ponerlo en el internado. ¡Había tanto trabajo! Lo veía todos los días. Luego vino el primer ataque. Yo tenía que estar junto a la boca de incendio, y no podía... Más tarde bajamos al...

Cerré los ojos y me di vuelta. Ella se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar. Me apoyé contra la pared, inclinando la cabeza sobre el antebrazo. Segundos más tarde yo también lloraba.

Entró una mujer en la habitación. Al ver lo que pasaba, salió rápidamente. Esta vez apoyé todo mi peso sobre la puerta para impedir otra interrupción.

Más adelante, dijo Victoria:

—Pensé que no ibas a volver nunca. Había mucha confusión en la ciudad, pero logré encontrar a una persona de tu gremio. Él me contó que muchos aprendices habían muerto en su viaje al Sur. Le dije cuánto tiempo hacía que te habías ido. El no quería comprometerse. Lo único que yo sabía era el tiempo que habías estado ausente, y cuándo habías dicho que regresarías. Fueron casi dos años, Helward.

—A mí me lo advirtieron —dije—. Pero no quise creerlo.

—¿Por qué no?

—Tenía que caminar una distancia de ochenta millas, ida y vuelta. Pensé que podía hacerlo en unos días. Nadie en el gremio me dijo por qué no podría ser.

—¿Pero ellos lo sabían?

—Indudablemente.

—Podrían haber esperado al menos hasta que naciera el bebé.

—Yo tenía que irme cuando me lo ordenaban. Era parte del entrenamiento del gremio.

Victoria estaba ahora más serena. La reacción emotiva había destruido el antagonismo latente, y pudimos hablar más tranquilos. Ella recogió los papeles caídos, los apiló y los guardó en un cajón. Había una silla junto a la pared de enfrente. Me senté.

—Sabes que el sistema de gremios tendrá que cambiar.

—No de una manera drástica.

—Se va a destruir por completo. Así tiene que ser. En realidad, eso ya ha sucedido. Ahora cualquiera puede salir de la ciudad. Los Navegantes se aferrarán al viejo esquema todo lo que puedan, porque viven en el pasado, pero...

—No son tan obstinados como piensas.

—Intentarán reimplantar el secreto y la represión en cuanto puedan.

—Estás equivocada —dije, lisa y llanamente—. Sé que estás en un error.

—De acuerdo... pero ciertas cosas habrán de modificarse. En la ciudad no hay nadie que no conozca el peligro en que nos encontramos. Hemos estado atravesando estas tierras valiéndonos de robos y engaños, y eso ha sido la causa del peligro. Es hora de que termine.

—Victoria, no...

—¡No tienes más que contemplar los daños! ¡Murieron treinta y nueve niños! Sólo Dios conoce toda la destrucción. ¿Crees que podremos sobrevivir si la gente de afuera sigue atacándonos?

—Ahora está más tranquilo. Se ha dominado la situación.

Ella meneó la cabeza.

—No me importa cómo esté la— situación actual. Yo pienso a largo plazo. En última instancia, todos nuestros problemas provienen de tener que mover la ciudad. Ese solo hecho engendra el peligro. Atravesamos las tierras de otra gente, comerciamos con ellas para obtener mano de obra, traemos sus mujeres para tener relaciones sexuales con hombres que casi ni conocen... y todo con el fin de mantener la ciudad en movimiento.

—La ciudad nunca puede detenerse.

—¿Ves? Ya te asimilaste al sistema de los gremios.

Siempre la misma respuesta, sin considerar el tema con mayor amplitud. La ciudad tiene que moverse, la ciudad tiene que moverse. No lo aceptes como un absoluto.

—Es un absoluto. Sé lo que pasaría si se detuviera.

—¿Qué?

—Se destruiría la ciudad y todos moriríamos.

—Eso no puedes probarlo.

—No... pero sé que es así.

—Yo pienso que estás equivocado. Y no soy la única. Incluso estos últimos días— he escuchado que lo decían otros. La gente puede pensar por si misma. Han salido de la ciudad, saben qué hay afuera. No existe otro peligro que el que nosotros mismos nos creamos.

—Mira, ese conflicto no nos incumbe. Yo quería verte para hablar de nosotros.

—Pero es todo igual. Lo que nos ocurrió a nosotros implícitamente se relaciona con las costumbres de nuestra sociedad. Si no hubieses sido un gremialista aún podríamos estar viviendo juntos.

—¿No hay otra posibilidad?

—¿Así lo deseas?

—No estoy seguro —respondí.

—Es imposible. Al menos para mí. No podía conciliar mis ideas con tu modo de vida. Lo intentamos y ello nos separó. De cualquier manera, estoy viviendo con...

—Lo sé.

Me miró y yo comprendí la alienación que ella había experimentado.

—¿Es que no crees en nada, Helward?

—Sólo creo que el sistema de los gremios, con todas sus imperfecciones, es válido.

—Y quieres que volvamos a juntamos para seguir dos creencias diferentes. No resultaría.

Ambos hablamos cambiado mucho; en eso tenía razón. No valía la pena especular acerca de lo que podría haber sucedido en otras circunstancias. Era imposible sustraer una relación personal del esquema general de la ciudad.

Aun así, intenté de nuevo, tratando de explicarle lo repentino de lo ocurrido, de encontrar una fórmula capaz de revivir los sentimientos que nos habrán unido en el pasado. Para ser justo, Victoria respondió con amabilidad, pero creo que los dos llegamos a la misma conclusión por diferentes caminos. Me sentí mejor luego de verla, y cuando me separé de ella y seguí camino a la sala de los Futuros, sentía que habíamos resuelto exitosamente el peor de los asuntos pendientes.

CAPÍTULO NUEVE

El día que emprendí la marcha hacia el Norte con Blayne para iniciar la investigación del futuro, marcó el comienzo de un largo período que produjo en la ciudad un estado de seguridad y de cambios radicales.

Yo presencié el desenvolvimiento gradual de este proceso ya que mi sentido del tiempo se distorsionaba con mis viajes al Norte. Aprendí por experiencia que, a una distancia aproximada de veinte millas al Norte del óptimo, un día transcurrido equivalía a una hora en la ciudad. En la medida de lo posible, me mantenía al tanto de lo que ocurría en la ciudad asistiendo a todas las reuniones de Navegantes que podía.

La placidez de la vida de la ciudad que yo había experimentado la primera vez que salí a trabajar, se recobró más rápidamente que lo que casi todos esperaban.

No hubo más ataques por parte de los lugareños, aunque un miliciano, a cargo de una misión de inteligencia, fue capturado y muerto. Pronto, sin embargo, los jefes de la milicia anunciaron que los nativos se estaban dispersando y que volvían a sus aldeas, en el Sur.

Si bien se mantuvo la vigilancia militar por mucho tiempo —y de hecho, nunca se la suspendió—, poco a poco los soldados fueron dados de baja para poder incorporarse a otros proyectos.

Tal como se informara en aquella primera reunión de Navegantes, se cambió el sistema de remolque de la ciudad. Luego de varias dificultades iniciales, se puso en práctica un sistema de tracción continua utilizando un complicado esquema de alternación de cables y tendido de vías. Un décimo de milla en veinticuatro horas no era, después de todo, una distancia considerable para avanzar, y en poco tiempo la ciudad había alcanzado el óptimo.

Se descubrió que este sistema, de hecho, confería a la ciudad mayor libertad de movimiento. Se podía, por ejemplo, hacer numerosos desvíos al rumbo Norte si aparecía un obstáculo lo suficientemente grande.

El terreno era bueno. Tal como nuestros estudios lo demostraban, la inclinación general de la tierra era descendente y había más pendientes a favor de nosotros que en contra.

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